Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Previsible: malas nuevas
L

os ministros de economía y los gobernadores de los bancos centrales del G-20, reunidos para preparar la llamada cumbre de los presidentes y jefes de Estado del próximo 2 de abril, llegaron a su encuentro en el South Lodge Hotel, en las afueras de Londres, con un pobre arsenal de bajo poder y gran cantidad de cartuchos quemados. Las ideas –si así pueden llamarse– que llevaron a su finalmente fútil reunión son las mismas de los tiempos normales recientes, ignorando que estamos frente a una crisis en algunos aspectos peor que la de los años 30.

No es tan extraño que ello haya ocurrido de esa manera: quienes se sentaron a comer y brindar en el lujosísimo hotel londinense son exactamente los mismos tipos que idearon la regulación y el modus vivendi que nos llevó a la larga crisis que enfrentará el mundo (estamos en el inicio de los prolegómenos).

Ellos y no otros idearon el paquete de políticas que sus críticos llamaron neoliberalismo. Ellos inventaron el consenso de Washington; ellos instrumentaron la llamada desregulación. Ellos mismos no tuvieron ahora mucho más que decir que hay que hacer más, pero de veras más de lo mismo: que el FMI cuente con más recursos y que, ¡hombre!, sería conveniente recortar algunos excesos de permisibilidad que ellos decidieron, y cuyo resultado fue una burbuja financiera absurda, con la que la economía fue llevada como nunca en el pasado a ser una economía-casino.

Ahora está en vitrina lo que significó la llamada desregulación. Digamos, en primer lugar, que ningún momento del capitalismo ha vivido fuera de algún tipo de regulación. El capitalismo cambia su forma de regulación cuando las dificultades de operación del mismo se lo demandan a los poderes de facto del mundo, y son éstos, según la correlación de fuerzas, los que terminan por imponer el nuevo marco regulatorio.

La llamada desregulación consistió en establecer las reglas para la eliminación de las barreras al comercio –principalísimamente en las economías emergentes y pobres–, y en instituir las reglas que favorecieron estúpidamente al gran capital financiero internacional, mediante una permisibilidad que trocó a los bancos y otras instituciones, de intermediarios financieros que eran, en espacios de especulación, de rebatiña, de asalto a los bolsillos de todas las sociedades, incluidos mecanismos como los que hoy tienen en la cárcel al señor Madoff.

Pues aun con sus paupérrimas ideas, banqueros centrales y ministros de economía o de hacienda no pudieron ponerse de acuerdo.

Hasta ahora, el programa más audaz contra la crisis es el de Obama, seguido, muy por debajo, por el del señor Brown, del Reino Unido. Pero la Unión Europea no quiere –en gran medida porque no puede, no tiene margen– echar mano en serio de la política fiscal.

Las mentalidades financieras reunidas en Londres reconocieron el sentido de la emergencia en torno de la economía global, según dijo el ministro británico de Finanzas, Alistair Darling, en una conferencia de prensa, ofrecida luego de la reunión, en la que agregó que los ministros alcanzaron el consenso respecto de las próximas acciones a tomar y de las reformas necesarias en el sistema financiero global. Sí, el sistema financiero, de política fiscal, ni hablar.

En su comunicado final dijeron haber acordado el cierre de cualquier brecha en el sistema regulatorio mundial, lo que incluye tomar medidas enérgicas contra los fondos de inversión libres y el seguimiento y la supervisión de las agencias de calificación de riesgo. Se nos pasó la mano, atemperémonos.

Los ministros creen que tuvieron avances en la prevención de riesgos sistemáticos en el sistema financiero global y en el lanzamiento de un sistema de advertencia temprano por el FMI y el Foro de Estabilidad Financiera para prevenir crisis similares. Verdaderamente de risa. Es apenas creíble que estos señores no tengan la menor noción del alcance, la profundidad, la gravedad de la crisis actual.

Del programa de Obama, Paul Krugman ha repetido numerosas veces que el problema es que el gobierno de Barack Obama está siendo demasiado prudente y cauto dada la dimensión de la crisis. El plan de estímulo tenía que haber sido, al menos, un 30 por ciento mayor y no quiere adoptar ninguna medida dramática sobre los bancos.

En tanto, en la reunión de los ministros de Finanzas del G-20 se acordó dejar a un lado sus diferencias en torno a nuevos programas de estímulo económico. Política de gasto, cero. Esperemos un tsunami desconocido porque viene acompañado de una avalancha del Himalaya.

El G-20 incluye a los ocho países más industrializados (Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia y Estados Unidos), a la Unión Europea, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur y Turquía, y acumula 90 por ciento de la producción mundial, 80 por ciento de su comercio y dos tercios de la población mundial. Por supuesto, muchos de los ahí presentes son, para todo efecto práctico, invitados de piedra, como muestran, entre otras cosas, los pataleos de Lula.

En realidad, más temprano que tarde se impondrá una restructuración del capitalismo mundial y sólo podrá procesarse mediante los acuerdos de los grandes poderes de facto que se hallan todavía agazapados en el interior del G-20. Sin una restructuración y redistribución del poder político a escala mundial, es imposible manejar la economía global.