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Jazz

Iraida y Mitote

A

unque seguramente le sobrarán razones y motivos para hacerlo, a Iraida no se le da eso de andar justificando sus quehaceres, y menos el de cantar, que en ella (de ella) surge como un brebaje extraño de los años 60, natural y meticuloso, espontáneo y hermético, invariablemente seductor. Ella canta y punto. Lo que venga o se desate después la tiene sin cuidado.

Ella sabe que lo sabemos y nos sonríe, y vuelve a cantar. La amabilidad altanera de su mirada es siempre una introducción; después entrecierra los ojos y deja que creamos que ahora somos nosotros los de la iniciativa, y que seamos felices por un track, aun sabiendo que el Sí Sostenido no existe.

Pero íbamos a hablar de un disco, el noveno en el haber de esta mujer, y ya nos gastamos la pólvora alborotando los infiernitos.

En octubre de 2007, Iraida Noriega grabó tres noches de conciertos en Papá Beto, uno de los principales santuarios del jazz en México; dos años después, aderezado con tomas de estudio, esto tomó forma de disco y fue bautizado como Ven conmigo. El pulso de Israel Cupich se encargó del contrabajo, el beat de Luis Mario Rivera (¿dónde andas?) estuvo en la batería y la sobriedad de Nicolás Santella iluminó desde el piano. Un cuadro de lujo, por supuesto, apoyado eventualmente por las voces de Paulina Fuentes y Tania Guzmán, y el vibráfono de Miguel Alcérreca.

En el compacto se dibujan estupendamente temas como I’m gonna go fishin’, de Duke Ellington (este año se cumplen 110 de su nacimiento); Donde no se lee, de Luis Alberto Spinetta (el menos famoso de la sacrosanta trinidad argentina Spinetta-Páez-García), y Nature boy, un clásico de Edden Ahbez donde Iraida termina arrullando al pequeño Emiliano, que ya debe andar pisando los 10 años (creo).

Pero además están por ahí cinco grandes temas de la propia Noriega. Pero ya puestos a escoger, nos quedamos con Ven conmigo, un poema de Guadalupe Galván en ropajes de letra de canción, musicalizado en el más puro, desenfadado, valseado y romántico estilo de la cantautora. Aparece también un blues, un blusesote, Me quiero bajar, donde se reitera la enorme (aunque no siempre evidente) deuda con Janis Joplin y Billie Holiday. Y por a’i de en medio está también una pieza instrumental, Amazonia, donde la voz es apenas insinuada en pequeñas pinceladas de scat.

Entre el alboroto, la denuncia y la algarabía, el Mitote de Isabel Tercero y Arturo Cipriano sigue dando y repartiendo pa’ todos lados. Y recibiendo también, faltaba más. La inteligente musicalidad del maestro sigue construyendo entre el misticismo y el mestizaje sonoro de los negros y los indígenas y los que se arriman al fogón; mientras Isabel canta sus decires y dice sus cantares desde su muy particular versación del scat.

El nuevo disco de Mitote, Funklórico, está fechado en 2008, aunque parece ser que llegó al planeta hasta principios de este año. Y antes de que se nos olvide, habría que apuntar que en verdad, en algún momento, aparecen algunos ecos del funk.

Cada nuevo disco de la pareja y de los abajo firmantes es un carnaval, una fiesta de tres semanas y media, un ritual de sanación, una toma de tequila y conciencia, un fuego que atiza y afianza las estrategias. La particularidad de Funklórico vendría a ser entonces que todos los temas son de compositores invitados; Cipriano sólo interviene como coautor en dos ocasiones. Aunque su firma, su enorme huella de Ciprianodonte, es evidente de principio a fin.

Entre los hacedores invitados, destacan irremediablemente Hermeto Pascoal y Guillermo González, pues cada uno de ellos llega con una ofrenda especial para el grupo. El brasileño lo hace con Mitotesom y el mexicano con Ciprianosón.

Entre los hacedores abordados, hay una plataforma espacial, especial y disfrazada de popurrí; construida con temas de Don Cherry, Abdullah Ibrahim y Sun Ra, y en medio de todo esto, las voces de Isabel y Luz Haydee Bermejo con Si llegara a ser tucumana.

Una treintena de músicos danzaron y cantaron y animaron con soltura el Mitote de este año, con los saxos y la flauta de Cipriano marcando la senda, y con tres portentos instrumentales en pequeñas dosis: la guitarra de Guillermo González, el sax de Guillermo Portillo y el piano de Javier Reséndiz.

Un disco conmovedor, comprometido, combatiente y pacheco, cocinado en el no menos comprometido y pacheco sello de Discos Imposibles.

Salud.