Sociedad y Justicia
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Lomas del Poleo: lucha entre pobreza y avaricia

La colonia, en las márgenes de Ciudad Juárez, fue cercada por empresarios, pese a que está en litigio

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Protesta de los vecinos de la colonia Lomas del PoleoFoto Bruce Berman
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Periódico La Jornada
Jueves 19 de marzo de 2009, p. 48

Ciudad Juárez-El Paso. Lucy Carrillo tiene una casa llena de cosas compradas en las segundas, objetos desechados del otro lado de la frontera. La cerca de su terreno, por ejemplo, está hecha con los esqueletos de colchones. Ahí se juntan los vecinos que quedan en Lomas del Poleo, para hacer el recuento de sus males, en un coro de voces que no cesa.

A todos los dejaron sin luz. A muchos les han robado sus pertenencias. A otros les han quemado o tumbado sus casas. A Luis Guerrero lo mataron a patadas. Todos, desde 2004, viven dentro de un cerco de alambre de púas.

Desde este último rincón de Ciudad Juárez se ven los árboles de Sunland Park, Nuevo México. Verdea del otro lado, porque acá el agua llega en pipas, cuando llega.

Esto fue tierra de pollos y polleros, de narquillos que aprovechaban algunas casas abandonadas para esconderse. Más de una vez nos llegaron muchachas a llore y llore, decía un vecino en octubre de 1996. Seis meses antes, los colonos habían participado en el peinado de toda la zona en busca de cadáveres de muchachas. Hallaron nueve. El chivero que dijo dónde estaban tres se llevó las palmas. Ahora tiran los cadáveres en cualquier parte de la ciudad.

Y Lomas del Poleo no es más la tierra olvidada, de calor que mata en el verano y menos 15 grados en invierno, de polvo seco.

Durante 30 años, 250 familias aguantaron las penurias con tal de tener un terreno de dos hectáreas, criar animales, sembrar árboles y hortalizas, a 25 minutos del centro de la ciudad. En 1996, los colonos contaban de pleitos permanentes con los malandros, que se robaban hasta las sillitas de las aulas y la tubería de los baños de la escuela.

Nadie se acordaba, sino sus habitantes de la colonia Granjas Lomas del Poleo.

Ahora, desde la casa de Lucy Carrillo se ve una carretera a medio hacer, que hoy conduce a ninguna parte, pero mañana conectará Ciudad Juárez con una nueva ciudad maquilada, San Jerónimo-Santa Teresa, el gran proyecto binacional de empresarios de ambos lados de la frontera. Ya pusieron la primera piedra de una maquila que, en su primera fase, tendrá 20 mil obreros.

La ampliación de Maquilatitlán trajo cola. La familia Zaragoza Fuentes –leche, terrenos, hoteles, desarrollos inmobiliarios– descubrió que Lomas del Poleo había sido comprada por su padre en 1963. Y también, de paso, que por ahí pasará la carretera y que esos terrenos sólo apreciados por los pobres que los habitan desde hace 30 años valdrán una millonada en pocos años. Eso dicen Pedro Zaragoza y su hermano Jorge, que han defendido su propiedad en desplegados públicos. Para los habitantes, las 245 hectáreas que poseían están ubicadas dentro de un polígono de 25 mil declaradas propiedad de la nación en 1975. Aunque el asunto está en litigio, los Zaragoza decidieron emular el chiquihuitazo, y se han apoderado de los terrenos con guardias armados, alambres de púas, buldózeres… y todo el apoyo de los gobiernos locales.

Todo estaría olvidado de no ser por 25 familias obstinadas, que se niegan a salir en tanto no haya una resolución legal. Veinticinco familias y el terco de don Cruz.

Las chivas de don Cruz

Cruz Reza vendió sus 30 chivas y se quedó sin nada. Cruz Reza tenía una novia que lo visitaba de cuando en cuando, pero ahora no la dejan entrar a la colonia. El comprador de las chivas sí pudo pasar porque iba a sacar animales, no a meter alimento para el ganado, cosa que también está prohibida. Los hombres que controlan la puerta desde hace cinco años, empleados de los Zaragoza Fuentes, dijeron: “Así que Cruz ya vendió sus chivas…”

Un par de días después, los celosos vigilantes que nunca dejan pasar a la novia de Cruz ni a ningún familiar o visitante de los colonos, no se percataron de la entrada de unos pandilleros. ¿Dónde está el dinero de las chivas?, le soltaron a Cruz, entre golpe y golpe, atado él de pies y manos.

Las penas de Cruz Reza, de 72 años, vinieron de a montón. Otro día le cayeron los soldados, que a estas alturas ya han visitado más de 4 mil hogares en Ciudad Juárez. Los vigilantes de la familia Zaragoza Fuentes habían informado que don Cruz tenía un rifle. Catearon sus dos casas y hallaron un calibre 22. ¿Para qué lo quiere?, preguntó un militar. “Pus pa’ las liebres, los coyotes… y los malandros”.

Los soldados se llevaron el arma, pero no a don Cruz.

Don Cruz tuvo alguna vez 80 chivas, 70 cerdos y 180 gallinas. Pero ahora sólo me queda una marrana, se lamenta.

Desde 2003 don Cruz se enteró de que el terreno donde levantó dos casas y engordó a sus animales no era suyo, sino de los Zaragoza. Lo supo de golpe, pues le quitaron la luz con todo y postes. Luego cercaron con alambre de púas toda la colonia, mataron a un hombre que vivía cerca de él y tiraron, una tras otra, las casas de más de 200 de sus vecinos. Ya perdió la cuenta de las amenazas, de las ofertas de 50 mil pesos por dos hectáreas y dos casas, de sus días de ermitaño.

Tan solo quedó don Cruz que los vigilantes no entienden por qué diablos sigue ahí: Cuando vuelva a salir le tumbamos las casas, le fueron a decir en los primeros días del año. Desde entonces, don Cruz no sale de su casa. Los vecinos le llevan comida y noticias. Su contacto con el mundo es un celular que recarga con la batería de su camioneta.

Maten a esos pinches perros

Carlos Morales, funcionario del ayuntamiento de Ciudad Juárez, le decía una y otra vez a William Morton: Mire, padre, éste no es un problema legal, es un problema social, ¿por qué no me echa la mano para mover a la gente?

Morton, misionero columbano, ha tenido más de dos años para pensar en cómo comenzó la historia del solitario don Cruz y sus vecinos de Lomas del Poleo, la suya propia, porque la defensa de los colonos le costó que, súbitamente, las autoridades migratorias se enteraran de su estancia irregular en México durante 11 años y lo hicieran firmar un oficio de salida definitiva.

El “padre Memo”, como le dicen aún los colonos, reconstruye la historia frente a un jugo de naranja, en un restaurante de El Paso, Texas. Se sabe las fechas de memoria.

Todo comenzó, dice, cuando quitaron los postes de luz, el 16 de mayo de 2003. Ya a oscuras, los colonos vieron llegar 300 cholos, encabezados por un leguleyo. Se instalaron en campers y comenzaron a visitar vecinos. Estas tierras son de los Zaragoza, dijeron. Fue el comienzo.

Una tarde, Morton dirigía la ampliación de la capilla cuando llegaron varios hombres a caballo. Aquí está prohibido construir, le soltaron.

No tomé en serio las amenazas, porque sabía que los Zaragoza son una familia muy católica y no pensé que se molestaran porque se ampliara la capilla, dice Morton.

La capilla fue destruida en septiembre de 2003. Los Zaragoza, donantes cinco estrellas de la diócesis local y sus obras pías, se deslindaron del hecho.

Como los colonos reconstruyeron la capilla, el 18 de marzo de 2004, los Zaragoza apretaron tuercas. Trescientos hombres cavaron zanjas y un día la colonia amaneció cercada por completo. Adentro quedaron las casas, la escuela primaria, el jardín de niños, un campo de futbol y el templo.

Los residentes se alebrestaron. Algunos comenzaron a derribar la cerca. Llegaron los guardias y se armó la trifulca. Las señoras con bebés en brazos aventaban piedras, recuerda Morton.

Un mes más tarde, los Zaragoza instalaron portón y dos torres de vigía. Pese a que han reconocido públicamente que los terrenos siguen en litigio, pusieron también un letrero con letras rojas: Propiedad privada.

Nadie pudo entrar más sin su permiso.

Al mismo tiempo, el hostigamiento arreció. Los guardias aprovechaban las ausencias de vecinos para tirar las cercas de sus casas.

En agosto de 2005, Manuel Balderas, abogado de los Zaragoza, ordenó a un grupo de golpeadores derribar la casa de “Abel, a quien apodaban El Bombero”. Cuatro vecinos se acercaron y los insultaron. Cuenta Morton que Balderas ordenó: Maten a esos pinches perros.

Cincuenta guardias se fueron contra ellos. A Luis Guerrero Dávila lo patearon en el suelo. Chuy, un vecino, corrió a su camioneta. Al verlo venir, Balderas le disparó en una pierna. Chuy le regresó un tiro en la panza.

Balderas no murió, pero no volvió a aparecerse.

Guerrero murió en el hospital un par de días después. Yo estaba con su esposa y sus niños, recuerda Morton, antes de hablar de su miedo de volver a México.