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Las Cristinas continúa la saga del mítico El Dorado

Historias de muerte y fortuna en minas de oro del Orinoco
Foto
Mina de oro Isidora, cerca del poblado Las Cristinas, al sur del estado Bolívar, en la región del Orinoco, VenezuelaFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Domingo 29 de marzo de 2009, p. 22

Las Cristinas, Venezuela, 28 de marzo. Cuatro siglos después de que el codiciado oro venezolano provocara la ruina al explorador inglés sir Walter Raleigh, la riqueza de una mina gigantesca que algunos dicen está maldita sigue obsesionando a cazadores de tesoros de todos los rincones del globo.

Ubicada al sur del río Orinoco y cerca de un pueblo que lleva el nombre de la mítica ciudad de oro El Dorado, el vasto depósito de Las Cristinas atrae a mineros, aunque nadie ha escavado legalmente la mina desde hace dos décadas.

Estudios muestran que quizás sea el mayor depósito de oro de América Latina.

Pero la saga de Las Cristinas –que incluye un pueblo fantasma, destrucción ambiental y pepitas de oro como puños–, pone en relevancia los riesgos de hacer negocios en Venezuela, donde abundantes recursos naturales no se explotan por continuos cambios legales y turbulencias económicas.

Una red de problemas legales y burocráticos ha evitado hasta el momento que alguna gran compañía extraiga los 20 millones de onzas de oro que se estima alberga Las Cristinas y su mina hermana Brisas, conjunto conocido como Kilómetro 88.

Algunos mineros nacieron aquí y tienen 20 años esperando la mina, dijo Cristina Pérez, quien ha buscado oro en el área durante una generación y vive en una limpia casa de techo de lámina sin agua corriente en el pueblo Las Claritas.

Tiene que empezar este año, dijo Pérez, quien se siente insegura en el anárquico pueblo después que una banda robó su detector de metales de 12 mil dólares. Necesitamos que se nos instale un sistema de aguas sucias, viviendas y seguridad.

También Rusoro, la compañía de Agapov con sede en Vancouver y con la que Chávez espera desarrollar Las Cristinas, dice que el tiempo establecido para iniciar las operaciones es demasiado corto. El mandatario no ha detallado sus planes para la mina, cuyos derechos los ostenta actualmente la canadiense Crystallex.

El pesimismo sobre el área ha alcanzado a los inversionistas.

Esta confusión, y la percepción de riesgo asociada, continúa siendo un lastre en la valoración de nuestra acción, dijo el presidente de Rusoro, George Salamis.

El bosque que rodea Las Cristinas ha sido talado por mineros que se sumergen hasta la cintura en las aguas amarillentas para recolectar el oro, utilizando mercurio y fuertes mangueras, una actividad que ha subido y decaído en los últimos 30 años al ritmo de los precios del oro.

Vigilantes patrullan las altas cercas que limitan la mina, tratando de mantener fuera a los locales que hace una década encontraron en el fango una pepita de oro de un kilogramo.

Pero ninguna firma ha extraído su mineral desde que el Gobierno expulsó a un aventurero italiano que operó la mina.

Veteranos como Jorge Córdoba dicen que la mina fue maldita por Grossi hace 20 años, cuando el gobierno consolidó el área y lo expulsó, junto a miles de mineros que trabajaban para él, de la ciudad que había construido allí. Grossi murió arruinado poco después y su ciudad fantasma se pudrió en la selva.

Eso es la maldición de Grossi, cualquier compañía que entre allí se va con el rabo entre las piernas, dijo Córdoba, quien según una leyenda local lanzó una vez fajos de billetes de un helicóptero tras encontrar una rica veta de oro.

Walter Raleign realizó su segunda expedición remontando el río Orinoco en búsqueda del mítico El Dorado. Su hijo murió en una batalla y Raleigh fue decapitado a su vuelta a Inglaterra por incitar la guerra con España.

En el siglo XIX, la región fue por breve lapso el principal punto de producción de oro mundial gracias al descubrimiento de una rica veta cerca del Orinoco.