Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de marzo de 2009 Num: 734

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Encuentro iberoamericano de poesía Carlos Pellicer
JEREMÍAS MARQUINES

Dos poemas
KIKÍ DIMOULÁ

Veinticinco años larvados
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Crónica de una migración El caso Querétaro
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Imagen de Julio Cortázar
IGNACIO SOLARES

Cortázar y la mermelda
EMILIANO BECERRIL

La literatura como un viaje emocional
JUAN MANUEL GARCÍA entrevista con SANTIAGO RONCAGLIOLO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

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La Jornada Virtual
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HISTORIAS DE PERRAS VULNERABLES

GENEY BELTRÁN FÉLIX


¿Te gusta el látex, cielo?,
Nadia Villafuerte,
Conaculta/ Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2008.

Hay vértigo ante la certidumbre: atestiguar el surgimiento de un libro en que vemos el fuste de un clásico significa corroborar que el proceso de renovación se da en forma caprichosa. Las luces inicialmente apuntan en la dirección del escándalo y la estridencia. Ahí saldrá lo nuevo, se piensa, como si a base de promesas y bravatas algunos habrán de arrogarse el ímpetu que mute las reglas. No sucede así en literatura. Ésta no vive a base de manifiestos ni órdenes dogmáticas de quienes exigen una posibilidad perecedera y buscan, fascistas, poner la literatura al servicio de la época –Marinetti pertenece al museo de las curiosidades–, sino de textos que, a partir del combate intuitivo del lenguaje, trazan una diversa relación con el hecho mismo de la escritura, combinando una serie de impulsos –el pasado, la lectura, la utopía– hasta que, sin más alarde, ponen a la época al servicio final de la literatura.

La travesía de un fotógrafo perdido en una aldea pesquera serviría de glosa al decir narrativo de Nadia Villafuerte (1978): “Pero siempre has ido contra corriente y estás o decidiste venir a… un pueblucho ignorado que, pese a todos sus matices, genera vida donde se pose la mirada. Vas… al lugar donde bien podría originarse de nuevo el mundo.” En ¿Te gusta el látex, cielo? todo, en efecto, es mirada. La voz que narra en este libro de relatos parece hallarse bajo la incertidumbre o el miedo, y busca registrar esas esquinas de la realidad en que se agazapan los peligros en forma de telarañas de apariencia inofensiva. Es una mirada que, como la de ese fotógrafo, se interna en los márgenes, en lo ignorado, y descubre la vida, con sus sordideces y epifanías, como un milagro paulatino. Estos lugares –Chiapas, Centroamérica, Estados Unidos– existen en virtud de sus personajes.

Hay varias mujeres, jóvenes crueles que, como las de Elena Garro, no son víctimas resignadas, sino verdugos perseverantes de sí mismas, aunque, a diferencia de las mujeres de Garro, hay en las de Villafuerte una malicia irredenta, una mezquindad que viene de quien no tiene ninguna esperanza de liberación ni empatía; son, para decirlo con economía descriptiva, unas perras vulnerables.

Es la frontera, la del sur con sus historias de mojados y prostitutas, de corrupción y pobreza, y también la distante frontera del norte, un paraíso de plástico que no logra acallar las pulsaciones que llaman del abismo, como el odio o la búsqueda del fracaso. Hay otras fronteras más: la del sexo –los travestidos son frecuentes y su mayor ejemplo, “Roxi”, es un relato, para decirlo con poquedad, perfecto–, las fronteras numerosas de la vida conyugal (parejas en la sorda orilla del quiebre, familias que se detestan sin siquiera gozarlo), entre la dependencia y la abyección, entre el deseo físico y la mentira, y sobre todo la frontera de la mirada fotográfica: como se mira se narra: cada palabra es un clic meticuloso y puntual, que estalla en imágenes de fuerza disolvente.

“La vida es dura, y cualquier cosa, con un poco de imaginación, puede atentar contra uno mismo”, se lee en “La piscina.” ¿Qué es cualquier cosa ? Es el mundo físico, presente aquí, ominoso. Los sentidos viven alertas. “El fulano está a punto de soltarse, lo puedo sentir, sí, puedo sentir cómo segrega saliva, cómo enciende su dulce furia, cómo levanta la bragueta.” Estas últimas líneas vienen de “Roxi”, un relato –¿puedo insistir?– perfecto: el desdoblamiento de un travesti visto desde adentro, sin amarillismo, más bien agónicamente, como en quien se rechaza a sí mismo y se embelesa en ese mismo rechazarse suyo. Ahí está la voz que mira y que, en un estado de expectación máxima, percibe la realidad no sólo en lo que es, sino en lo que está por ser, en lo que será, merced a la colaboración de la bajeza propia. En pocas frases conviven la sordidez y el lirismo: no se reduce el mundo a un solo paradigma ni explicación anterior. El extrañamiento imaginístico es orgánico, está en la sustancia del narrar: “La pregunta se convirtió en un gancho sin ropa en el tendedero de su mente.” Y es que, como se lee en otro relato, “lo real ocurre bajo la superficie”.

Pronto lo descubrimos: leer a Nadia Villafuerte es una experiencia incómoda. Provoca una desazón que se cruza con el aquilate de un decir puntilloso y preciso. En sus relatos parece que no pasa nada, y mientras, bajo la superficie, se hallan el germen o el fruto de dramas angustiantes: algo que va a pasar, algo que ya pasó. Pero sobre el estilo, en el fraseo, se fundamenta una violencia sorda, una crispación que estalla por sobre la coraza aforística. La excepción es la nouvelle “¿Te gusta el látex, cielo?”, que a manera de caleidoscopio, en su mayor extensión y velocidad, corrobora las dotes múltiples de una voz que al exponer la carne contradictoria de sus personajes define una idea de la escritura: el lenguaje vuelto exploración de la vida, es decir, posibilitado para el ejercicio de un permanente impulso: explorar los hechos, sugerir una lectura de las personas, sus deseos y miedos. Hay, claro, un desencanto definitivo ante no sólo la realidad, sino nuestra condición: parecería que se es capaz de las peores cosas, sin saberlo, sin culparse, o sólo culpándose un poco: tal es el caso de Key, la hondureña de “Cajita feliz”, que no sabe si ha estado a punto de matar a su hija.

Regreso al principio. Esta voz se detiene en los márgenes ignorados, descubre ahí la vida como si el mundo, por encima de la sordidez, estuviera a punto de destruirse y comenzar de nuevo. La autora da fe de una expresión intuitiva que, tocada por la gracia, presenta una nueva sensibilidad literaria, sustentada en la interiorización de una ahogada violencia en el estilo. Esto es nuevo porque, asumiendo implícitamente la tradición –están aquí los genes de Rulfo, Carver, Bolaño y Munro–, tiene origen en una apropiación germinal de la realidad, en una mirada que, merced a sus recursos fabuladores, instaura imágenes y personajes necesarios, como son necesarios los libros que nos educan en lo que debe ser la letra artística: un fin que dice, no un fin que luce. Nadia Villafuerte presenta una madurísima colección de relatos que levantan la mano por la vida en la literatura. Sus relatos dicen, y porque dicen con fuerza, inquietan. Me apoyo en ¿Te gusta el látex, cielo?, un libro que está destinado a durar más allá de los gritos de otros, los protagónicos del presente, para lanzar esta, que es mi apuesta de crítico: Nadia Villafuerte está llamada a ser una figura mayor de la literatura en el siglo XXI.