Opinión
Ver día anteriorSábado 11 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ante la reforma migratoria
L

as secretarias de Relaciones Exteriores de México, Patricia Espinosa, y de Seguridad Interior de Estados Unidos, Janet Napolitano, acordaron conformar un grupo de alto nivel para atender el fenómeno migratorio de manera más eficaz. Sin duda es muy bienvenida la actitud del gobierno de Barack Obama, ya que incorpora en la agenda bilateral el asunto de la migración, al parecer, en el mismo rango de importancia que el de seguridad nacional y el de armas que provienen del vecino país y van a parar a manos del crimen organizado.

Si bien las funcionarias han reconocido la complejidad y diversidad de la agenda de negociación, ya se han planteado hablar de facilitar los flujos de migración documentada, proteger los derechos de los connacionales, orientar a la población sobre los riesgos de cruzar la frontera sin papeles en regla y favorecer los procedimientos de repatriación; ambas se congratularon por la exitosa negociación en torno a los llamados arreglos locales de repatriación. No obstante, me parece que el primer problema que enfrenta el gobierno mexicano es su falta de propuestas.

Más allá de que México demandará que se respeten los derechos fundamentales de los trabajadores, sobre todo en el contexto de los indocumentados, así como buscar que se reconozcan las aportaciones económicas del migrante mexicano a Estados Unidos, la verdad es que hasta ahora no se ha presentado ningún programa que permita conocer el papel que la migración debe jugar en el país. El único comentario de Felipe Calderón, reseñado en otro de mis artículos (Está usted equivocado, señor Calderón, La Jornada, 3/5/07), ha mostrado su convicción de que la migración es un fenómeno natural e inevitable, y si ésta es la idea que rondará en las mesas de negociación, simplemente podemos esperar seguir siendo reservorios de fuerza de trabajo para Estados Unidos, y que el resultado de la negociación será un pésimo acuerdo.

Desde mi punto de vista, lo que habría que poner en el eje del programa del gobierno mexicano es el derecho a no migrar; propuesta, muy inteligente, de Armando Bartra, expresada desde hace algún tiempo.

Para incorporar este tipo de visiones se requeriría plantearse un programa migratorio integral, que supone trabajar en tres niveles. En el primero habría que discutir las formas para que a corto plazo los trabajadores migrantes mexicanos se incorporen a los sectores productivos que los requieran en Estados Unidos de manera legal, ordenada y con pleno apego a sus derechos humanos. Además, debe enfatizarse la regularización de los millones de trabajadores indocumentados que se encuentran desde hace muchos años laborando a la sombra, sufriendo precariedad, a pesar de que cumplen con todas las obligaciones de ley. Y para evitar que se vuelva a reproducir este lamentable fenómeno debe permitirse a quienes así lo deseen optar por la residencia permanente cuando hayan cumplido determinados años de trabajo en el país vecino.

En un segundo nivel de discusiones se tendría que debatir la posibilidad de revisar el Tratado de Libre Comercio, pues se ha podido comprobar, a pesar de que los apologistas lo nieguen, que la migración se disparó en forma extraordinaria a partir de su firma: campo devastado, desaparición de pequeñas y medianas industrias, invasión de maquilas, etcétera.

Por tanto, es necesario que se adopte una agenda que favorezca un comercio de reglas justas, entre ellas, por supuesto, la eliminación de los perversos subsidios a productos agrícolas. Joseph Stiglitz señala que los subsidios de Estados Unidos a los productores de algodón reducen a tal grado los precios mundiales que los campesinos africanos pierden más de 350 millones de dólares al año, más que el presupuesto total de ayuda estadunidense a estas áreas.

En un tercer nivel habría que aceptar que el desarrollo no se alcanza por medio de la migración, como se ha podido comprobar a lo largo de la historia migratoria de México, no obstante la enorme cantidad de divisas por concepto de remesas, pues el país se mantiene en el subdesarrollo y la dependencia. Lo único que puede transformar esa realidad es una política que ponga énfasis en el gasto social, sobre todo en el sector educativo, así como en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. De no hacerlo así, México quedará totalmente rezagado para tener un papel en la llamada economía del conocimiento. Esto permitiría, asimismo, construir un nuevo país, donde el arraigo se hiciera efectivo, pues, como señala Weil, estar arraigado es quizá la más importante y menos reconocida necesidad del alma humana.