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A la Mitad del Foro

¡Tengan su democracia!

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Alonso Lujambio, momentos antes del anuncio de su nombramiento como titular de la Secretaría de Educación Pública, el pasado 6 de abrilFoto María Luisa Severiano
E

n pleno estío, ciegan los pozos, cierran las válvulas y cortan el agua. El torrente de palabras no cesa. Desde Cancún, Fernando Gómez Mont proclama la guerra santa y amenaza aplicar la ley del Talión. Ojo por ojo y al final todos seremos ciegos, dijo Mahatma Gandhi. José Luis Luege y Marcelo Ebrard tienen ojos y no ven. La izquierda perdió el rumbo; dice la gente en lugar de el pueblo; después de la caída, nadie dice camarada. Cuando oyen la palabra equidad piden cera de Campeche a los tecnócratas para atarse al mástil, hombro con hombro con la extrema derecha.

Firme el timón, decía Ernesto Zedillo, a sana distancia. Y la nave va. En las elecciones de 2000 cumplió su voto de silencio y Vicente Fox cosechó el voto útil y capitalizó el hartazgo con los desastres del priato tardío. Después, el diluvio. Miles de millones de dólares de la venta del oro negro; 310 mil millones de pesos de ingresos excedentes a las arcas de la nación se evaporaron en gasto corriente. Se estancó la obra pública; en el sexenio de la alternancia y el déficit cero para acumular reservas, el crecimiento del producto interno bruto fue de 2.3% al año. Llegó la hora de cantar a coro el Nabuco.

Los herederos de la Revolución se declararon reformistas y abrieron las compuertas al flujo de capitales extranjeros, al reflujo de la historia, al retorno de las sotanas y el olvido de la separación Iglesia-Estado. Del estado laico, ni hablar. No en balde incorporó Carlos Salinas a Fernando Gómez Mont al equipo que elaboró las iniciativas de reformas bajo la dirección de un oscuro funcionario, temeroso y obediente a las miradas de José María Córdoba, reflejo del poder presidencial que deslumbró a los cortesanos que lo creyeron el poder detrás del trono. Crucifijo en mano, Fox tomó, se sentó en la mítica silla presidencial y condujo la marcha de sonámbulos rumbo al abismo.

No tiene que ir hasta las horas fundacionales del cesarismo sexenal, el pequeño petimetre que lanza consignas protofascistas y asusta hasta a los fieros cofrades de Yunque que piden la beatificación de Carlos Abascal y el imperio del sinarquismo en lo terrenal. La caída llegó con el presidencialismo ilustrado y el llanto de José López Portillo en la tribuna del Congreso invocó a las plañideras, atrajo a los zopilotes hacia el cadáver insepulto del presidencialismo encasillado en fiel de la balanza. A Miguel de la Madrid no se le deshizo el país entre las manos. Lo que quedaba. Pero la audacia y la ambición de Carlos Salinas instauraron el reformismo veleta, bautizado salinastroika, convocado a acelerar la apertura democratizadora que coincidiera con la económica.

En lugar de la modernidad, de incorporarnos al primer mundo, destapó la caja de Pandora: vino el año terrible de 1994 y la versión del zapatismo aliado a legos comandados por un obispo, fue puente en la selva para la rebelión de los colgados; el evangelio según Marcos proclamó el Apocalipsis, con la nostalgia por las utopías y el gozo de la globalidad en la era del espectáculo. Nunca se despojará del pasamontañas el creador de Durito. Zedillo jamás entendió el legado de quien le entregó el poder y luego se declaró en huelga de hambre. Lo de Chiapas era anticipo del caos anarquizante; de la destrucción verdadera se encargarían los guardianes del Templo Neoliberal y el sacrosanto flujo financiero libre de regulación alguna. Pero bajo Salinas el crecimiento del PIB fue de 3.9 por ciento anual, y con Zedillo de 3.5 por ciento.

Lo de Fox da grima. Pero en la guardia de Felipe Calderón se desfondó la economía. Vino de fuera el desastre, dicen los partiquinos del panista que se impuso a la feble voluntad de poder del alto vacío y nadó contra la corriente para ser declarado presidente electo y verse obligado a entrar subrepticiamente al Palacio Legislativo y protestar presurosamente para asumir el cargo. Después, el diluvio. Y la nave va. Pero la intemperancia de Germán Martínez y la lectura cotidiana del parte de guerra en voz presidencial anuncian tormenta. Calderón sabe que el activismo electoral del jefe de Gobierno fortalece a la oposición, le obsequia el manto de víctima, confirma el miedo al rechazo de los mandantes.

Pero ha dejado hacer, mientras teje y desteje la trama del gabinete, la red llena de agujeros que él instaló; del coro desafinado que designó libremente y libremente remueve para llenar un hoyo abriendo otro hoyo. A ver si da el ancho. Nadie le reprochó remover al señor Sojo y enviarlo al Inegi. Pero nadie ha podido aplaudir que designara secretario de Economía al ingeniero Gerardo Ruiz Mateos. Ingeniero sin ingenio; secretario con incontinencia verbal. César Nava, el allegado dueño del secreto, es candidato a diputado, presunto líder de bancada, prematuramente defenestrado al desvanecerse trémulamente doña Josefina Vázquez Mota y dejar la Secretaría de Educación a cargo de Alonso Lujambio.

Pero la educación es la clave de la supervivencia en el tercer milenio, la era de la información instantánea y el fin del pasado industrial. No cabe el suspiro por el despacho de Vasconcelos, ni basta el justo reproche de enlistar los mexicanos notables que ahí trabajaron para cambiar de un país con 85% de analfabetas a uno que por encima del explosivo crecimiento demográfico llega al fin de siglo con 15% de analfabetismo; un pueblo convencido que la educación es la única vía a la igualdad de oportunidades, a la paridad social. De la Reforma parte, de la razón, la libertad de cultos y de creencias en el Estado laico. Del artículo 3o de la Constitución de 1917; la educación pública, gratuita y laica.

Inesperada, afortunadamente, Alonso Lujambio expresó su convicción del valor incontestable, inconmensurable de esa trilogía. De la educación privada viene el nuevo secretario de Educación; del ITAM, de Yale; del tránsito simbólico de la autoridad electoral a manos de esa paradójica condición de consejeros ciudadanos, como si los funcionarios anteriores hubieran sido noruegos o albanos. Habrá que agradecer las credenciales académicas y la vocación de servicio público de Alonso Lujambio. Y confiar en que no se contagie de la vocación suicida de los oscurantistas empeñados en desaparecer la educación laica para imponer la enseñanza religiosa en la escuela pública, a nombre del derecho natural de los padres a decidir por los hijos.

Tal vez sea demasiado optimismo. Pero la inteligencia está reñida con la intolerancia. Hubo Reforma; hubo Revolución. Ser laico forma parte integral de la memoria, del imaginario colectivo, del sentido común y de la racionalidad en el devenir cotidiano, muy por encima de usos y costumbres torpe y tortuosamente invocados para justificar linchamientos y otros crímenes de la ignorancia supina.

Elecciones de medio sexenio. Los electores pasarán la cuenta de la inseguridad, el desempleo y la miseria de la mayoría al partido gobernante. Aunque la pluralidad haya devenido promiscuidad. Porque los mineros combaten en Cananea y en Lázaro Cárdenas a la prepotencia patronal y la complicidad del patético personaje que despacha en la Secretaría del Trabajo. Porque el sindicato del IMSS padeció la estulticia de quien ensució con símbolos nazis el Paseo de la Reforma y hoy su líder se convierte en candidato del PAN, de la derecha empeñada en destruir al sindicalismo.

Claro como el lodo, decía Norbert Guterman. Pero van a tener que contar los votos. ¡Tengan su democracia!, les dijo hace años Fernando Amilpa.