Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de abril de 2009 Num: 736

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De la Edad de Oro a las utopías modernas
MANUEL DURÁN

Sentir lo que otros sienten
ULRIKE PRINZ entrevista con CRISTINA PERI ROSSI

El Museo de Antropología e Historia a revisión
DULCE Ma. LÓPEZ

El tercero
JAVIER SICILIA

Joaquín y Ramón Xirau, hombres en tiempos oscuros
ADRIANA DEL MORAL

Ramón Xirau, ¿poeta o filósofo?
RAÚL OLVERA MIJARES

Ian McEwan: la suma de nuestras emociones
JORGE GUDIÑO

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

Los setenta y cinco años de José de la Colina

El nombre de José de la Colina resonó durante mi infancia como el de aquel amigo de mi padre que escribía cuentos, ensayos y críticas de cine en una de las mejores prosas habidas y por haber en este país. Cuando quise dedicarme a la vidita literaria, probé suerte en el Semanario, el suplemento cultural de Novedades, que dirigió durante quince años, y que fue una de las muchas publicaciones que él ha contribuido a formar y animar en los últimos cincuenta años: Diógenes, la Revista Mexicana de Literatura, La Palabra y el Hombre, Nuevo Cine, Plural, Vuelta, Sábado, La Letra y la Imagen, Biblioteca de México, Letras Libres, entre muchas otras. Veo ahora a la distancia El Semanario y pienso que el suplemento fue su publicación más personal, un poco su juguete, dicho en el mejor de los sentidos: Pepe se volcaba en él con su pasión grafómana y su infinita curiosidad literaria, al punto de que lo ilustraba con su propia pluma.

Pero la de creador de publicaciones ha sido sólo una de sus múltiples facetas, una más bien lateral con respecto a su centro, que es la propia escritura, ésa que ha practicado y practica a caballo, es decir y por lo que he podido ver, sin quedarse nunca quieto. La suya es una escritura viva, permanente, azuzada por la curiosidad insaciable y, muchas veces, por la necesidad de seguir viviendo del oficio periodístico, de la que surgen unos relatos sorprendentes y ya emblemáticos, como “La última música del Titanic”, que lo ha hecho famoso, y que publicó en Pauta en 1992. “La última música del Titanic” se acerca al trágico hundimiento del trasatlántico con una mirada lateral que, sin embargo, lo abarca todo mucho mejor que cualquier meditación grandilocuente sobre el destino humano cuando se estrella contra un iceberg indiferente. La imagen de los músicos a punto de sumergirse mientras tocan “Pomp and Circumstance”, según cavila Pepe, da cuenta de la pomposidad del gran trasatlántico, de su carácter de signo de la civilización y el progreso venidos a pique, y a la vez de la verdadera tragedia: ante el golpe del iceberg no sólo mueren los hombres, sino la música, y el empeño de los músicos por seguir tocando hasta la última nota tiene algo conmovedor, algo incluso un poco ridículo y, por lo tanto, verdaderamente humano. Su recreación de los músicos del Titanic está llena de sugerencias, de reverberaciones, para seguir con las palabras musicales. Para mí es representativa de la voz y la mirada de José de la Colina en las letras mexicanas: una voz exquisita, que ve cosas que los demás no vemos y que al paso de los años reverbera de manera cada vez más fuerte.  Un Scherezado que no sólo inventa cuentos, sino que transforma los cuentos y la vida existente en cuentos mejores; alguien que percibe la ficción en la realidad y en la ficción misma, y continúa la ficción un poco como los músicos de jazz que juegan con los temas musicales y hacen surgir de ese juego músicas sorprendentes, o como un actor que se coloca en diversos papeles y puede imaginarse al cisne de Leda fumando un poco cansado después de la función. José de la Colina es una especie de habitante natural de la literatura.

Si nos sumergimos en Traer a cuento, su obra reunida que publicó el fce en 2004 (y que necesita ya ponerse al día, frente al despliegue creativo de José de la Colina en los años recientes), nos encontramos con que la producción de este hombre de Santander en cincuenta años ha sido de lo más variada y rica: entre la crin humeante del caballo en “Ven, caballo gris”, y la imagen aterradora del pequeño Francisco Franco que sale de una lata de sardinas en “Marca la Ferrolesa ”; entre sus primeros relatos más bien conradianos y la aparición del carro de una diva de ópera en el desierto, en “El cisne de Umbría”, media una literatura variadísima, llena de serpentina, como dijo Alejandro Rossi, y enamorada de sus propias posibilidades, pienso, de su propia capacidad de sorprender, como el Croconas de su relato, que desdeña los milagros divinos en aras de aquellas ilusiones que produce con su propio arte, como las recreaciones en pastiche que hace de La metamorfosis, de Kafka, en boca de diferentes autores, y que aparecieron en Portarrelatos (Ficticia, 2007), o aquellos minirrelatos surrealistas en los que los pezones quedan ojerosos después de una noche de amor inagotable.

Uno no puede menos que desearle muchos años más y esperar nuevas recolecciones de la prosas que crea día con día y con las que nutre de maravillas nuestra literatura.