Opinión
Ver día anteriorMiércoles 15 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Señales para la inmovilidad
L

a búsqueda de señales que introduzcan tranquilidad o restituyan confianza a los mercados se vuelve una materia tan vaporosa como angustiante para el oficialismo y sus auxiliares. A medida que se acerca la cita con las urnas de julio la presión aumenta para difundir algo positivo que apunte hacia la luz al final del túnel. Poco importa que sea mediante un precipitado anuncio sobre el intercambio de monedas con el Tesoro estadunidense (Swap) o un crédito multimillonario del Fondo Monetario Internacional que no se utilizará. A veces puede auxiliar un menor ritmo de caída en el empleo, cierto repunte de la bolsa o el entrevisto funcionamiento del programa de rescate chino. Cualquier dato, revelación o simple accidente puede ayudar a serenar los descompuestos ánimos de los inversionistas o aplacar el coraje de los desesperados.

El espantajo del narcotráfico como arma distractora que blandió Acción Nacional en contra del Revolucionario Institucional se ha desvanecido sin impactar de lleno a la masa electoral. La escaramuza quedó prendida en un círculo selecto de repetidores y encuestadores ah-doc.

La crisis económica, en cambio, va quedando sola en el descarnado ámbito colectivo y apenas cubre esa otra crisis, más profunda y dañina, de naturaleza social, que crece con los días. Las penas, los dolores, la pérdida de oportunidades y hasta la desesperanza de un futuro asequible se tornan una densa realidad que agobia a los votantes. Las salidas que se diseñan en los cuartos de estrategia publicitaria para presentar algún panorama halagüeño que atraiga simpatías hacia los partidos, responsables de gran parte de la crisis, se achican o, de plano, desaparecen.

Aun en estas extremas condiciones algo se ha de encontrar para salvar cara y alcanzar lo ansiado: una mayoría legislativa que permita mejores condiciones para la conducción política, para la gobernanza y reparar la contrahecha economía.

El panismo se reúne, escoge conductora estrella (JVM) y anima a sus elegidos para disputar a los priístas las inclinaciones al voto que ya calculan las encuestadoras y repiten los comentaristas de cada uno de los bandos. Los demás partidos poco o nada cuentan. La disputa, alegan, será entre esas dos formaciones. Precisamente esas que son las responsables de la mayoría de los males que se padecen. Los mexicanos, en tropel, no dudan en pronosticar los difusores orgánicos, volverán a votar por sus conocidos, que son, qué duda cabe, sus efectivos verdugos. Así todo volverá a los cauces de antes.

Mientras tal expectativa se coagule para deleite de la plutocracia gobernante, hay urgencia de entronizar, aplacar, en la conciencia colectiva, dos asuntos que siguen bullendo y sin respuesta.

El primero, y básico, es determinar la falla, las ausencias, el erróneo pensamiento de base que causó la debacle, las formas de conducción que nos han metido en problemas durante el último cuarto de siglo. Hay urgencia de plantearse, con toda seriedad, la inoperancia de un modelo que ha sido depredador, injusto por concentrador y que se extendió por todo el mundo. Desentrañar cómo dicho modelo capturó conciencias y sometió dirigentes y elites. Cómo fue que las masas quedaron enredadas en fórmulas que no fueron extraídas de la propia historia, necesidades e invención.

El segundo apunta hacia la búsqueda de los remplazos, las nuevas rutas a ensayar, el cambio a diseñar y que ya germina en varios lugares identificables del planeta o, para mayor cercanía y precisión, en este subcontinente latinoamericano. Dar cabida a formas y senderos inéditos, modos alternos de enfrentar la emergencia y rencauzar las estructuras (social, cultural y productiva) que ya no funcionan, pero que no son visualizadas por las elites locales. Rutas que son motivo de una impaciente y hasta iracunda oposición en la cúspide decisoria del país. La compulsiva tendencia del poder a la inmovilidad.

Poco a poco, pero sin pausas, se empieza, en la crítica, por identificar esos mecanismos instalados dentro del sistema en operación que hacen nugatorios los esfuerzos productivos o los trastocan por otros concentradores de la riqueza. Se habla y recala en el ya bien avanzado diagnóstico que explica el lento crecimiento económico padecido. No para aceptarlo como destino inevitable, sino como un mal a desterrar. Se solicita, entonces, penetrar y desarmar esas deformaciones que se han aposentado, durante años, como dispositivos informales, pero vigentes, y que imposibilitan repartir los frutos con equidad. O, peor aún, se conocen ya esas trabas que impelen a depositar los grandes remanentes (utilidades) entre los privilegiados de siempre o entregarlos al extranjero.

Se habla aquí de esas seudo empresas, gabinetes, consultorías u organismos asesores, enquistados en el cuerpo productivo, del poder central, en los legislativos o con gobiernos de alcance regional, para representar los intereses individuales, los corporativos o de sólo unos cuantos, sean éstos foráneos o locales. Cabilderos que se llaman a sí mismos agentes de relaciones públicas, representantes exclusivos y que son, en realidad, simples personeros o traficantes de influencias. Una verdadera plaga de coyotes que llevan el agua a los molinos de sus patrones y deforman el entramado y la orientación debida de los procesos decisorios.

Para asombro de aquellos que esperan un cambio de rumbo, la introducción de mecanismos correctivos que aseguren una mejor marcha de la economía, un crecimiento más rápido y un mejor reparto de las oportunidades, nada puede vislumbrarse en el gobierno que apunte hacia ese deseable estadio. Al contrario, todos, en la cúspide, trabajan aceleradamente para reponer lo conocido, lo trillado durante años y que ha llevado a México a ser un ejemplo mundial de lo que no debe hacerse.

El alumno obediente, obcecado en seguir las reglas impuestas por los centros de poder hegemónico, se somete de nueva cuenta a los organismos internacionales reciclados. El señor Calderón y su liviano secretario Carstens se afanan en regresar a la normalidad sin reparar en que eso será casi una imposibilidad metafísica.