Opinión
Ver día anteriorJueves 16 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El diario de Ana Frank
L

a muy conocida historia, llevada al teatro musical y a la pantalla, sigue siendo un referente del instinto de supervivencia del ser humano. Envuelto en el escándalo de quienes negaran su autenticidad, pero también el holocausto (extremismo con el que invalidan sus ataques al diario de la adolescente), El diario de Ana Frank es uno de los libros más leídos en las últimas décadas y su reiterada reaparición en cualquier medio nos invita, como todo lo que se refiera a la persecución de seres humanos de un grupo o religión por otro de mayor fuerza o poder (como sería también el caso de los palestinos cercados por el gobierno de Israel), a reflexionar en los principios de la paz y de la tolerancia, brutalmente pisoteados por el energúmeno nazi. En esta versión escénica debida a Frances Goodrich y Albert Hackett, los dramaturgos estadunidenses muy conocidos como guionistas de muchas películas, entre ellas la que estuvo basada en su obra de teatro de 1959 que recibió el premio Pulitzer –traducida por Susana Moscatel y Erick Merino– se siguen las incidencias del escrito y se conoce algo de lo que fueron los siete refugiados judíos y algunos de los amigos que los ayudaran.

Pienso que la razón de que se mantenga vigente es que no muestra los horrores vividos por los judíos durante la ocupación nazi en Holanda, excepto este convivir a fuerza con otras personas durante dos años en un espacio tan reducido como es la buhardilla –o la casa de al lado– del negocio del señor Frank comerciante judío alemán refugiado con su familia en el país en que se creyó a salvo antes de que fuera invadido. El drama comienza cuando la señora Miep Geis entrega al señor Frank, sobreviviente de un campo de concentración, el diario de la niña ya muerta de tifus en otro campo y en acción retrospectiva muestra cuando los personajes, la familia Frank y posteriormente la familia Van Daan llegan al refugio, el señor Frank les explica las medidas de seguridad para que los empleados de la parte baja no los descubran y delaten.

La rutina diaria es expuesta casi minuciosamente con la presión desagradable de la convivencia forzada, pero con la esperanza de que los bombardeos aliados pronto den fin a la guerra. Todo ello nos remite poco al hecho de que sean judíos, la misma celebración del Hañukkah podría ser una variante de la Navidad del mundo cristiano con otros ritos. Con esto quiero decir que, al no hacernos pensar en un grupo específico del que a lo mejor no formamos parte, podemos ver a estos seres como cualesquiera otros, muy posiblemente nosotros o nuestros amigos si estuviéramos expuestos a un posible horror, es decir, como unos seres humanos con flaquezas y defectos pero que nos conciernen en tanto humanos, muy lejos que de la visión abstracta del holocausto pueden tener quienes no han pensado en sus horrores o visto fotografías o películas de campos de concentración.

Iona Weissberg dirige todas estas rutinas de aferramiento vital, que incluye a los padres dando lecciones y dejando tareas a los niños, con un excelente trazo que logra escenas simultáneas de la cotidianidad sin que el espectador sea distraído del principal foco de atención. En una escenografía de Violeta Rojas, también autora del vestuario, que reproduce en el telón el frente de la casa y en el interior la buhardilla del drama y con la iluminación de Adriana Beatty, la directora mueve a dos repartos que se alternan. En la función que vi, Miri Higareda encarna a esta Ana dicharachera y traviesa, eliminados los momentos de temor por lo que ocurre fuera. Daniel Shimanovich es Peter, el enamorado de Ana y Andrea Torre es la discreta y bien portada Margot. Enrique Singer interpreta a ese padre cariñoso que describe la hija, quien como buena adolescente repudia a la madre, actuada por Jana Raluy. Mónica Dionne es esa frívola señora Van Daan que se aferra a su abrigo de pieles como elemento de cordura y su esposo, interpretado por Juan Carlos Barreto, el más vil y menos solidario de los refugiados. Miguel Coturier es el valiente Dussel y Guillermina Campusano la fiel amiga Miep Gies, mientras Pedro Mira representa al señor Kraler.