¿Granjas de treinta pisos de altura? Ése es el objetivo expreso de la tercera revolución verde: literal y paradójicamente, desterrar la agricultura. Industrialismo seudorevolucionario.

Las modas tecnológicas le muerden la cola a los modos que la resistencia imagina para darle la vuelta a las empresas.

Es muy reciente que los colectivos de campo y ciudad comenzaran a discutir la inescapable urgencia de sembrar en las ciudades. Todavía hace poco eso significaba, en el peor de los casos, nuevos arreglos entre productores y consumidores. Pero la imaginación creativa ya miraba compartir riesgos entre urbanos y rurales en la producción de comida para cooperativas campo-ciudad con parcelas comunitarias en terrenos barriales, lotes públicos, azoteas y traspatios.

Y es que el control corporativo en toda la cadena alimentaria de la semilla al supermercado, y la cantidad de mierda de los alimentos comerciales, vuelve indispensable recuperar camellones, parques, baldíos, plazas, jardines: cultivar ahí, libres e independientes, nuestros propios alimentos, autogestionados, comunitarios,  con agricultura tradicional y ecológica. Con semillas nativas, ancestrales y sin certificación.

Hoy, Jim Thomas, del Grupo ETC, nos alerta en este texto, publicado en The Ecologist, de los nuevos proyectos empresariales: edificios de muchos pisos dedicados a la agricultura industrial.

 

Torres de agricultura industrial urbana

Esas “granjas rascacielos”

 

Jim Thomas

Me gusta la agricultura urbana. Los jardines en las azoteas y las cajas con tierra en las ventanas me excitan. Los balcones llenos de frijol y tomate me dan esperanza. No obstante, “lo que viene” en la horticultura urbana me deja helado. Le llaman “agricultura vertical”. Pretenden urbanizar, en masa, la agricultura industrial. Se trata de migrar la producción de alimentos —de los suelos rurales a los rascacielos en las ciudades— construyendo granjas fabriles en interiores. Los granjeros del porvenir sueñan con altísimas torres de acero y cristal con clima controlado para producir lechugas y fresas: nuevos Jardines de Babilonia no de gratis bautizados, sin ironía alguna como “granjacielos”: “granjas rascacielos”.

Sí. Leyeron bien. Puede sonar muy aventurado levantar la agricultura de la tierra y elevarla a penthouses de aire acondicionado, pero hay que admitir que así nos sonó alguna vez la idea del agua embotellada, o lo de los bonos de carbono. La idea, cuyo paladín es el biólogo Dickson Despommier de la Universidad Columbia en Nueva York, comienza a ganar rabiosos seguidores, que alegan que la creciente población y la mermante tierra de cultivo nos lleva a que “la anticuada” agricultura “horizontal” no es ya sustentable. Puesto que 50 por ciento de nosotros hemos migrado a las ciudades, Despommier razona que la agricultura debe seguirnos a la urbe, reducir millas de transporte y maximizar la eficiencia. Con el cultivo de alimentos en interiores poco importarán los ciclos estacionales, el control de plagas será inmejorable, será “muy chic” y venderá mucho la idea de una comida local. Despommier alega que un rascacielos agrícola de 30 pisos, del tamaño de una manzana citadina, puede alimentar a 50 mil urbanitas hambrientos.

Husmear en los diseños arquitectónicos de los “granjacielos”, es asomarse al estilerismo de la tecnología puntera. Finos vapores de nutrientes se rocían mediante dispositivos robóticos a bolsas colgantes de lechugas en bandas transportadoras. Ahí, las hojitas son expuestas a dosis precisas de luz y sodio. El agua es tratada en estanques de carpas tilapias. Los pollos de granja, para las rosticerías, defecan una composta productora del metano que brinda energía. Despommier insiste que las tecnologías necesarias para cultivar por encima del nivel de la calle ya existen desde hace tiempo, gracias a los invernaderos comerciales, a los programas para poner hombres en el espacio sideral y a las legiones de cultivadores furtivos de cannabis que han rendido enormes cosechas hidropónicas por décadas.

Despommier ha estado trabajando con el gigante de la construcción, Arup, para promover agricultura vertical en Dongan, la nueva “eco-ciudad” cerca de Shangai. Incheon en Corea del Sur y Masdar en Dubai son ya nuevos competidores verticales de Toronto, Portland, Seattle y Chicago. “Vivimos una época excitante… la tercera revolución verde”, dice Despommier.

Y justo ahí está la razón por la que la agricultura vertical no encaja en la honorable tradición de las cajas de tierra en las ventanas ni con el activismo agrícola. Al invocar la revolución verde, Despommier despliega su bandera sobre su mástil de 30 pisos. ¿Recuerdan la primera revolución verde que destruyó los suelos y maniató con deudas a los campesinos con paquetes tecnológicos de semillas híbridas, plaguicidas y fertilizantes químicos? Y en curso está la segunda revolución verde, esa agricultura genética de patente. (Cuando le preguntaron quién desarrollaría las variedades para su revolución de altura, cuentan que Despommier sugirió que Monsanto sería el socio ideal.) Ambas “revoluciones verdes” impulsaron tecnologías que desplazan la agricultura campesina y expulsan de su tierra a comunidades enteras. Las “granjas rascacielos” perfeccionan el ciclo de los despojados, al “liberar” el campo para los nuevos intereses coloniales como la siembra de combustibles agroindustriales y el comercio del carbono. Cuando se le preguntó qué pasaría con los campesinos que se queden en sus tierras, Despommier le dijo a la revista Wired: “Les pagaremos por cuidar árboles. Los haremos granjeros del carbono”.

Y no sólo amenaza con desterrar los cultivos del norte. “Llevemos la agricultura interior a lugares donde realmente la necesitan”, chacotea, “vámonos a Darfur. Vamos a Mali. A Myanmar. Ahí no tienen comida, no hay agua, no hay nada”. ¿De veras? Que Despommier piense que Mali (un país que gracias a su agricultura tradicional es con frecuencia autosuficiente en alimentos y que cuenta con el tercer río más grande de África), es un sitio donde “no hay comida, ni agua, ni nada” es una ominosa advertencia. A nadie le importa que desde su torre de cristal un “visionario hi-tech” pierda contacto con la tierra firme de la agricultura campesina. Pero sí preocupa que haya alguien con dinero y poder suficiente para promover su trasnochada visión vertical. Alguien que ya vive en un rascacielos. 

Traducción: Ramón Vera Herrera

  

Perú 1945.  Foto: César Meza

 

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