Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sigue la tormenta
E

s muy bueno que la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) recupere el Teatro de la Paz –de rico historial– para escenificaciones importantes gracias al entusiasmo de Jaime Chabaud y el apoyo que le brindan las autoridades de la universidad, en este caso coproduciendo con la Coordinación de Teatro del INBA. Pienso que esta nueva situación se consolida con Sigue la tormenta de Enzo Corman, uno de los dramaturgos franceses más prestigiosos y escenificados en todo el mundo del que en México carecemos de noticias, a menos que me equivoque, salvo la publicación de Sade, concierto de infiernos en la antología de Teatro Francés Contemporáneo (ed. El Milagro/Conaculta, 2000) que recopiló Boris Schoemann. El antologador en su Introducción hace hincapié en el gusto de Corman por los monólogos que en algunos textos alterna con diálogos, y para los analistas de su obra, el dramaturgo francés es no sólo un ejemplo del regreso al texto en el teatro contemporáneo, sino del rigor ético y el compromiso social que podrían resumirse en la frase Ganar la imaginación para el pensamiento solidario.

Sigue la tormenta es un buen ejemplo de todo esto, entreverado de citas shakespereanas, sobre todo de El rey Lear desde el título, que puede ser una acotación al momento de la tragedia en que el desdichado rey pierde la razón o a la tempestad anímica de sus personajes, además de la tormenta real que se abate sobre la granja en que éstos se encuentran en el año de 1997. Asimismo, el muñeco en que se desdobla Nathan tras su monólogo-pesadilla en que implora como el pobre Tom, es un claro referente a Edgardo el hijo del conde de Gloster en la tragedia shakespereana y puede significar el deseo del joven director por dar apoyo al atormentado viejo actor. Lear campea por toda la obra y puede ser parte de la lectura que se le dé, pero el espectador que no tenga muy fresca la tragedia podrá ubicarse en el meollo del texto, del que las referencias son sólo un caparazón envolvente y preguntarse, junto con Nathan Goldring la razón de que Theo Steiner dejó de actuar, o antes, por qué ataca al joven director –que resulta ser una especie de genio de la escena– que lo fue a buscar porque lo vio actuar cuando era un niño, para que interpretara a Lear, cuando éste se lo menciona.

Con gran lentitud, y a lo largo de varios días, el viejo ex actor, que ahora pinta sin deseos de dar a conocer su obra y vive en un aislamiento total (Timón de Atenas disfrazado de granjero se burla de él su visitante) va entrando en confianza con Goldring y cuando ambos alemanes se refieren a su origen judío y a los horrores del Holocausto, Steiner da cuenta de su terrible culpa y a la manera en que se inició en la actuación. Goldring, por su parte no sólo lo escucha, sino que tiene sus propios fantasmas y la necesidad de escenificar Rey Lear es una pretensión de aclararse algunas ideas. El final abierto da cuenta de ello.

La granja diseñada por Arturo Nava, también iluminador, que consta de dos planos y algunos confortables muebles, así como la gran tela en que se supone el viejo pintará, se abre a los lados a los implementos de un escenario vacío, con lo que la referencia al teatro se hace notoria y la lámpara que se mueve atrás de la ventana, da los movimientos de la tormenta con el apoyo de la escenofonía de Bruno Ruiz. El director Antonio Algarra tiene un trazo muy seguro, utiliza sobre todo al principio, los dos planos de la escenografía y respeta y aprovecha los tiempos del drama y la carga verbal que tiene más que nada para el excelente Miguel Flores que interpreta a Theo Steiner y que matiza con gran suavidad las inflexiones de su voz, aunque también Claudio Lafarga, como Nathan Goldring lleve a buen punto esos monólogos-pesadilla muy exaltados. Son los diferentes ritmos que el director administra con sapiencia escénica, la lentitud de un juego de ajedrez, la confesión escenificada, la lucha –dirigida por Francisco Mena– en la tormenta y por detrás de la ventana, uno de los mejores momentos de la escenificación que después recupera su tono pausado y reflexivo.