Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Delincuencia: causas y efectos
N

uestros senadores y diputados siguen discutiendo iniciativas que les envía el impugnado titular del Ejecutivo federal, en las que para combatir a la delincuencia organizada o bandas de narcotraficantes se proponen recetas que se acumulan unas sobre otras y que son ya un verdadero laberinto que poco entienden, porque todavía no se termina de discutir una ley cuando ya está llegando la nueva iniciativa, todas, según sus autores, indispensables y urgentes para salvar a México de los delincuentes.

Lo lamentable es que las recetas que se proponen están siempre relacionadas con la fuerza, nuevos tipos penales, aumento a los años de cárcel, sanciones más severas, espionaje e incremento a las facultades de las fuerzas represivas. Esto es, quieren vendernos tranquilidad y seguridad a costa de nuestras libertades y derechos, pero no van al fondo de la cuestión, al porqué del fenómeno sociológico de la cultura delincuencial.

La Secretaría de Gobernación defiende la más reciente iniciativa aduciendo que es resultado de una amplia discusión entre diversas instancias gubernamentales relacionadas con la lucha en contra de las bandas criminales y que se propone fortalecer a las instituciones que participan en esa lucha. En realidad, al menos en parte, las nuevas medidas son para justificar acciones que ya han sido y siguen siendo puestas en práctica, aun antes de que se aprueben las leyes, como ha sucedido en otros casos.

En opinión del senador Pablo Gómez, el presidente Felipe Calderón pretende adjudicarse la facultad de suspender parcialmente las garantías, decretando una especie de estado de sitio como medida para la lucha contra el narcotráfico.

Nuevamente, se trata de acciones que se ocupan y preocupan de la persecución, de más facultades a soldados y a policías, de fuerza y más fuerza y de escaladas de violencia, pero se olvidan otra vez de combatir las fuentes de las que surge el fenómeno delincuencial; nunca han pensado los funcionarios que con tanto entusiasmo y poco éxito proclaman la guerra contra el narco, ¿por qué estas fuerzas oscuras cuentan con verdaderos ejércitos de personas, en especial jóvenes dispuestos a incorporarse como integrantes de las bandas?

La respuesta es que si no combatimos las causas que propician y facilitan ambientes delincuenciales, podemos estar ampliando cárceles y encerrando a nuevas generaciones de muchachos, por años y años, sin resultados apreciables.

Hace unos días, en la sede de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, tuvo lugar una reunión de diversas personas interesadas en los problemas de la seguridad y la justicia, en la que tuve la oportunidad de escuchar al padre Luigi Ciotti, quien en Italia ha encabezado diversos grupos civiles, por supuesto no gubernamentales, pero frecuentemente cercanos a las acciones de gobierno que se han ocupado del tema.

La exposición del sacerdote Ciotti, organizador del Grupo Abele y fundador del Movimiento Libera, fue sumamente interesante. Destacó que cada vez es mayor el número de personas civiles que, con mucho valor y a pesar de las amenazas de las mafias de su país, se organizan para buscar que se sancione con energía a los delincuentes, pero también que no se olvide a las víctimas y a los familiares de las víctimas directas; en su opinión, la respuesta en contra de la delincuencia debe tener dos caminos: uno es la sanción y la persecución, pero el otro, fundamental, es buscar las causas del problema social.

En su opinión, no se puede tener éxito en esa batalla sin buscar la justicia, y en especial remarcó la justicia social; esto es, que si en la sociedad hay un fondo de injusticia estructural y un contexto de de-sigualdades económicas, culturales, educativas, que es necesario revertir, por cada delincuente que enviemos a los reclusorios, si no modificamos las estructuras injustas, aparecerán dos, tres o más dispuestos a ocupar su lugar.

No defiende, por supuesto, a los delincuentes; en una profunda expresión dice que es incompatible la acción criminal con el Evangelio; por ello, todos los laicos y los religiosos interesados en formar comunidades y asociaciones en contra de la criminalidad deben ocuparse, en primer lugar, de saber, de tener conocimientos para poder dar respuestas a quienes forman parte del mundo de la droga y del delito; deben también actuar no sólo con responsabilidad, sino principalmente con corresponsabilidad. La agrupación Abele, fundada por él, no es otra cosa que una red de agrupaciones que se apoyan unas a otras y que, para cambiar la cultura del delito por otra de concordia y respeto, usan todas las herramientas a su alcance: el deporte, la cultura, la convivencia social, el estudio, etcétera.

Principalmente es necesario buscar en forma colectiva la justicia, que comienza, según expresión del padre Ciotti, con la justicia social, que no es sólo la legalidad, sino que es equidad y sensibilidad ante los problemas de pobreza y marginación; en su opinión, la mafia se alimenta de la injusticia social.

Nuestras autoridades, que tanto se inquietan y agitan por los hechos terribles que los medios de comunicación nos ponen demasiado insistentemente ante nuestros ojos, deberían encauzar sus reflexiones a este otro punto de vista del problema: al combate eficaz de las causas de la descomposición social y no nada más a sus efectos, que se expresan en forma truculenta en homicidios, tiroteos y venganzas, que son terribles y que hay que sancionar, pero que no cesarán si no cegamos la fuente de injusticia de la que provienen.