Opinión
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Comida estudiantil

E

s sabido que la mayoría de estudiantes universitarios tienen que salir adelante con un presupuesto personal escaso, sobre todo quienes salen de su tierra. Hay que buscar entonces dónde comer lo mejor posible por un precio razonable.

En el siglo XIX era común que los estudiantes desayunaran a cielo abierto y a pie en las calles de Tacuba; como ahí se ofrecía leche, a estos lugares se les conoció como lecherías. Alguna es el antecedente del actual Café Tacuba.

Para una época posterior hay un interesante testimonio del abogado de Chihuahua Baltasar Dromundo, cuya vida estudiantil data de los años 30 y 20 del siglo pasado, cuando se luchó por la autonomía universitaria. Aparece en su libro Mi calle de San Ildefonso.

Por aquellos tiempos las escuelas y facultades de la Universidad de México se localizaban en el centro. Las calles de Brasil, Argentina, Colombia, Donceles, Tacuba, los jardines de Loreto, del Carmen (después se llamaría del Estudiante), de San Sebastián, formaban parte del barrio universitario. En palabras de Dromundo, el rumbo estaba lleno de nosotros, o a la inversa, pues aspirábamos hasta la entraña la atmósfera del rumbo.

Quienes vivían en la casa del estudiante pasaban estrecheces. Así se acostumbraron a desayunar café con leche y dos panes de chino, que costaban 20 centavos. Recuerda Dromundo que los precios subían rápidamente; si el café con leche costaba 10 centavos en 1923, en 1924 costaba 15; para 1935 el precio era de 35 centavos. Los panes, por su parte, se encogieron con el tiempo y perdieron calidad, por lo que los llamados cafés de chinos se fueron vaciando.

Para comer acudían a los agachados, allá por la Lagunilla, en el callejón de la Vaquita. Los moles verdes eran tradicionales en Las Cazuelas, fonda que se hizo famosa en su local de Venezuela. Las fritangas favoritas eran de El Taquito, y los tamales, espléndidos, de la calle Degollado. Si querían comer quesadillas huastecas, se encaminaban al Saturnos.

En el Carmen había carpas donde se ofrecían funciones de vodevil. A la salida era común ir por el Lido, a Los Monotes, fonda del hermano de José Clemente Orozco a la que acudía, de vez en cuando, Antonieta Rivas Mercado.

No siempre alcanzaba para cenar. Aun así eran felices. Sin apetecer el dinero. Sin preocupaciones materiales. Dijérase que alimentaban por los sueños, sus libros, sus versos y sus canciones, la vida limpia de la Preparatoria. ¿Qué contarán los estudiantes de hoy?

Un abrazo a la familia Briz por 40 años de trabajo creativo.