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A la Mitad del Foro

Las jornadas de mayo

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Performance del grupo Las Calles y Las Artes, integrado por estudiantes de diversas escuelas de enseñanza artística, con la intención de promover la reflexión sobre la actual situación, frente al Instituto Nacional de Enfermedades RespiratoriasFoto Carlos Cisneros
C

ananea en huelga. La economía se desploma y durante el primer trimestre de 2009 el valor del PIB se redujo 7 por ciento. El rubicundo señor Carstens informa que el producto interno bruto podría menguar 4 por ciento este año. El Banco de México calcula en 4.8 por ciento la contracción de la economía mexicana. El FMI, que abrió un crédito por 47 mil millones de dólares al gobierno de Felipe Calderón, pronostica que será mayor la disminución. Y el desempleo crece exponencialmente. Y 50 millones de mexicanos sobreviven en la pobreza extrema. Y nos azota el brote epidémico de influenza A H1N1.

La serenidad y sobriedad de los altos funcionarios de la Organización Mundial de la Salud avisó al mundo entero que el contagio de persona a persona se producía ya en varios países; estábamos en la fase 4 de previsión de una pandemia. Y unos días más tarde, la doctora Chan señaló que correspondía declarar la fase quinta de las seis que hacen falta para declarar la pandemia. En México hubo notificación del estado de emergencia, aviso al pueblo a cargo del secretario de Salud y del propio Presidente de la República. Y la desconfianza acostumbrada; la falta de credibilidad de autoridades políticas, de autoridades de cualquier género; el oportunismo sucio de especuladores y cultivadores del miedo; las teorías del complot y la ciega creencia en el engaño dictado desde las alturas.

Cuando el miedo impera y la suspicacia es endémica, un gobierno débil resulta tan fuerte como para imponer su voluntad a los medios y a los poderes fácticos; tan autoritario como dicen que era el del PRI que sacaron de Los Pinos. Y más: totalitario como el del newspeak de Orwell, con un Big Brother tamañito así, pero capaz de sembrar el terror en el mundo entero... para disimular un fracaso que está a la vista de todos y para trastornar un proceso electoral que, conforme a los encuestadores, concluiría con la derrota del partido en el poder y el retorno de los brujos, con la mayoría del PRI en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Éste era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés: ¿quieres que te lo cuente otra vez?

Aquí pasó lo de siempre. Pero el manejo de las comunicaciones ha sido pata de palo de la alternancia que padeció la dislalia de Vicente Fox y la incontinencia verbal de las contradicciones cotidianas y un vocero-corrector, caricaturizado como ventrílocuo del alto vacío. Felipe Calderón prosiguió, inexplicablemente, el intento de gobernar por discurso; y recurrir constantemente a cadenas nacionales, con eslabones silenciosos por la prepotencia de concesionarios o la oficiosa complicidad en la simulación de la supremacía del libre mercado y la sumisión del Estado.

Dieron la voz de alerta y el pueblo escuchó y siguió al pie de la letra las disposiciones dictadas para enfrentar el brote epidémico. Una y otra vez acudieron al ágora electrónica. A las contradicciones inevitables en el desarrollo de una epidemia, se añadió un maremágnum de cifras en el que se ahogó sin remedio la confianza de una población que ha respondido con disciplina y respeto a la autoridad gubernamental; solidaria, dispuesta a acatar el cierre de escuelas, museos, estadios deportivos, cines, teatros, cantinas, centros nocturnos, antros. Y, finalmente, de las actividades, del trabajo privado y del gobierno. En resumen, manifiesta credibilidad en el gobierno federal y en el del Distrito Federal. Pero todo lo ensombreció la disparidad en las cifras ofrecidas por el secretario de Salud, el jefe de gobierno del Distrito Federal, el Presidente de la República y sus secretarios.

Inicialmente se habló de miles de casos, sin precisar cuántos padecían la influenza que dijeron atípica, no de temporada invernal; luego sabríamos que era una cepa nueva y los informes de enfermos y defunciones fueron un verdadero galimatías. De miles pasaron a 358. Y de una hora a la otra, las defunciones probadas se reducen de 28 a 15; a 16, dicen en otras emisiones. 33 millones de estudiantes dejan de ir a la escuela; prácticamente cesa toda actividad en la ciudad de México y hay paro económico de una semana en casi todo el país. Los mexicanos en prisión domiciliaria, y en las cárceles prohibieron las visitas conyugales: estalló un motín en el Reclusorio Norte; otro en Sonora. Dieron marcha atrás.

Para no encerrarse en un círculo faccioso en espera del ángel exterminador, Felipe Calderón tuvo el tino de llamar a tres acreditados doctores que han sido secretarios de Salud de otros tantos gobiernos priístas: Guillermo Soberón, Jesús Kumate y Juan Ramón de la Fuente. Dos de ellos fueron rectores de la UNAM y el sinaloense Kumate es un sabio con credenciales impecables y la sencillez de quien sabe de dónde viene y reconoce la permeabilidad social del Estado mexicano que le permitió asistir al Colegio Militar, graduarse en la Médico Militar y llegar a secretario de Salud. El doctor De la Fuente fue portavoz al salir del encuentro: es fundamental ser preciso y veraz en el uso de las cifras, dijo. Reconoció la capacidad y esfuerzo de los trabajadores de la salud, sin negarse a exponer críticas propositivas: No estamos hablando de pruebas inaccesibles para nuestro país, aquí están los laboratorios, hay recursos humanos, ¿qué pasó? No estábamos listos, no teníamos los reactivos, no pudimos montar las pruebas con la serenidad necesaria.

No es hora de mezquindades, dijo. Pero sobre el caótico manejo de cifras y contradicciones flota la amarga pregunta que se repite aquí y en el mundo entero: las medidas draconianas han permitido que sean pocas las víctimas mortales de un mal que ya consideran menos peligroso de lo que se temía; que sean decenas y no miles los fallecidos, pero ¿por qué han sido mexicanos los únicos muertos por la epidemia de influenza A H1N1?

Hace falta dar la respuesta a los ciudadanos de esta república semiparalizada por la epidemia en vías de pandemia. Del estado de sitio al de cuarentena, con los templos cerrados y las procesiones medievales con reliquias y efigies religiosas para pedir misericordia divina para salvarnos de la peste; con el posmoderno recurso de suspender las marchas obreras del Día del Trabajo, no por ignorar quiénes fueron y por qué los mártires de Chicago, sino en espera de que el miedo acalle la ira por los empleos perdidos donde no se ha creado trabajo alguno, las protestas por la recesión, la devaluación, la economía que se encoge, se reduce, decrece, languidece, desaparece en espera de la inversión pública prometida.

Unos cuantos miles marcharon en el Distrito Federal, en el área metropolitana más poblada del mundo. Y otros pocos en otras plazas; en Cuernavaca, maestros de la Coordinadora, como la mayor parte de los que llegaron al Zócalo y gritaron su impotencia.

Cananea en huelga. Y las jornadas de mayo empiezan con un Día del Trabajo silencioso y el de la Santa Cruz sin estallido de cohetes, sin carnitas, cerveza y pulque para los alarifes. Y el 5 de mayo será de trámite burocrático para saber si concluyeron el encierro y la inmovilidad; si los mexicanos podemos volver al recuento de muertos de la guerra contra el narco. O tendremos que ir de plaza en plaza con tapabocas, con crucifijos y santos a cuestas, entonando el miserere.

Ah, los rumores acerca de posponer las elecciones son eso, rumores: siembra de vientos que podría cosechar tempestades fascistoides.