Opinión
Ver día anteriorDomingo 3 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Levantar vuelo
T

engo la impresión de que Mónica Lavín tuvo un sueño una vez hace mucho tiempo y que desde entonces ha estado procurando recordarlo íntegramente en sus cuentos, novelas, quehaceres académicos y entusiastas, en sus encuentros atentos con amigos o con posibles amigos, en las extensiones de su trabajo, que consisten en ganar estancias o asistir a congresos de escritores, en conducir talleres, lecturas y entrevistas, en presentar o conversar en público con escritores que van desde sus colegas hasta autores consagrados como Margaret Atwood o Carlos Fuentes, Mónica es desenvuelta, fina y culta, y por lo tanto puede hablar con unos y otros, tutear a todos y aun así tratar a cada uno respetuosamente, porque en un idioma o en otro, en un país o en otro, en una circunstancia o en otra, Mónica Lavín es una persona educada y desenvuelta. No lo sé, pero supongo que le tocó la época y el estilo de educarse en colegios dirigidos por monjas, tendría que ver su caligrafía para deducir si asistió al Colegio Francés o a cuál otro del puñado que en los 60 imponían tanto su letra a las alumnas como determinadas normas de conducta dentro de la sociedad, extensión de su familia pero ampliada, y a veces variada, sales de la casa paterna y del colegio de monjas y abres la boca y te preguntas en dónde estás, porque casi siempre el mundo al que de pronto te enfrentas es otra cosa, algo que no se parece a lo que tú conocías y esperabas que seguirías conociendo cuando fueras grande, algo que te sonríe, o que se burla de ti, te es difícil diferenciar el gesto, y que te ofrece dos caminos, cerrar la boca y regresar o permanecer en el círculo conocido por los siglos de los siglos, o cerrar los ojos y adentrarte a tientas en lo desconocido para ti, que es lo que ha hecho Mónica, concursar y ganar una plaza permanente en la Universidad de la Ciudad de México, montar su habitación propia, con espacios delimitados para sus hijas, y tiempos delimitados para su pareja, apuntarse a colaborar en partidos políticos nuevos que tengan lo mejor de los demás y que carezcan de lo peor de los demás, esto y otras cosas que han ido permitiendo que el sueño de Mónica Lavín vaya cobrando forma, decía, desde el cuento en el que una joven aprendiz de periodista, combinación de audacia e inocencia, mitad emprendedora, mitad temeraria, aborda en calidad de polizón un carguero que sale de Veracruz hacia Marruecos, hasta el cuento en el que un joven sale de México en busca de la mamá que lo abandonó de niño para encontrarla de mesera en la ciudad de Nueva York y antes de regresar a casa y sin identificarse la seduce, narraciones elaboradas en un lenguaje y en un estilo neutros, sin altibajos, despejados como la sensatez es despejada, libre de las vacilaciones del tormento pero con el tormento incorporado al motor del sueño que Mónica lleva más de cincuenta años persiguiendo, para comprenderlo entero.

Aparece una niña con un lápiz en la mano, ¡Cuidado con picarte los ojos!, le advierte la mamá, la monja, el esposo, una mujer en un barco de carga es de mal agüero, ¿Lo ignoras? Mónica, a bordo del navío a donde la lleve, el lápiz en alto, los ojos abiertos al recibir un premio literario, otro premio literario.

Era tarde cuando llamó a la puerta el día de un gran festejo en mi casa. Llegó con una botella de vino francés. Coloqué el queso español sobre la tabla. Alzamos las copas, celebramos, quedamos en reencontrarnos en la edición número nueve de la Feria del Libro de Guadalajara con el fin de seguir celebrando lo que celebrábamos aquella noche. No olvido la expresión en la cara de Mónica, la carrera de dudas que obstaculizaban su anhelo de cumplir con la intención de encontrarnos en la ocasión que fijamos, la margarita que Mónica deshojaba en silencio, ¿Iré? ¿No iré? ¿Me atreveré a abandonar todo y atender mi deseo? ¿O me quedaré en casa, forzándome a olvidar el anhelo que tengo de ir a la Feria? ¿Qué haré?, parecía preguntarse Mónica sin reclinarse del todo contra el respaldo mullido del sillón junto a la chimenea, la espalda inclinada hacia el frente, pero recta, las manos cruzadas una sobre la otra encima de las piernas. Cada rara vez que la veo me da la impresión de que está por llenar su sueño, que el progreso de su vida y sus trabajos lo anuncian, y aguardo con ella la magia que levante el telón y muestre lo que aquí está.