Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de mayo de 2009 Num: 739

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Novela y educación
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

¿Quién no nacido para ser actor?
JERZY GROTOWSKY

El color luminoso de Pierre Bonnard
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Policromía del color (Anaranjado)
ALBERT RÀFOLS-CASAMADA

Recuerdos de Pierre Bonnard
BALTHUS

Poemas
CHONG HYON-JONG

De lo naïf al zetgeist
OCTAVIO AVENDAÑO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Manuel Stephens

Danza en el FMCH (III Y ÚLTIMA)

La apuesta internacional del Festival de México en el Centro Histórico (FMCH) fue la compañía australiana Chunky Move, dirigida por Gideon Obarzanek. La agrupación, fundada en 1995, presentó el espectáculo Mortal Engine (2008), en el que se fusiona la danza con nuevas tecnologías. El antecedente directo de esta obra es el solo Glow (2006) , en el que, utilizando programas interactivos de video, se genera un paisaje digital en tiempo real que responde a los movimientos de su intérprete; los gestos corporales son extendidos a la vez que éstos manipulan las video-proyecciones que rodean a la bailarina. Este “ensayo coreográfico” lo produce Obarzanek en mancuerna con Frieder Weiss, diseñador de software interactivo. Para la creación de Mortal Engine se integran al equipo el artista en láser y sonido Robin Fox y el compositor Ben Frost; esta obra para seis bailarines acrecienta los hallazgos de Glow. La luz y los gráficos computarizados no están enteramente predeterminados en el video, sino que son imágenes que se generan por algoritmos que responden al movimiento. En obras más convencionales que emplean luz dirigida, la posición y el timing del bailarín tienen que estar fijados por completo al espacio y el tiempo de la proyección del video, por lo que el rol del intérprete se confina al difícil trabajo de hacer cada presentación un facsímil exacto del original. Sin embargo, en ambas obras de Obarzanek la máquina “observa” al intérprete y responde a sus acciones, liberándolas así de restricciones. Obarzanek clasifica Mortal Engine como una “ficción biotecnológica” que hace posible que cuerpos y máquinas compartan un lenguaje en común y dialoguen. Las frases musicales y los gráficos compuestos con anterioridad son detonados por los bailarines –quienes ejecutan el movimiento siempre en contacto con una superficie sensible e inclinada que en ocasiones se coloca verticalmente– o por el traspunte, dependiendo del lugar en el que los primeros se encuentren en determinada secuencia. Lo anterior implica que la obra se flexibiliza de acuerdo con el ritmo que establecen los involucrados y que, a pesar de que las escenas siempre se ajustan al mismo orden, la obra está viva de diferente manera en cada función.

Mortal Engine se basa en la conjunción de opuestos que se vislumbra desde el título: ¿el “motor/máquina” es “mortal” porque puede ocasionar la muerte o, al contrario, porque está vivo? A partir del persistente contraste en la escena entre luz y oscuridad, esta primera y paranoica adivinanza se despliega metafóricamente en una larga serie de binarios: consciente/inconsciente, realidad/sueño, etcétera. En la obra se construye una dimensión paralela a la nuestra en la que los individuos experimentan continuos desdoblamientos –dados por la relación entre bailarines y/o con el video– o son amenazados por “un otro” que los acosa, lo cual contrasta con escenas más “realistas” en las que, estando erguidos, se alude al acto de dormir y a relaciones de pareja. Mortal Engine se desarrolla en una tensión constante que remite al plano psíquico o a un tiempo mítico anterior a “la caída”. Por otra parte, si atendemos a la presencia de la tecnología, que se apropia por completo del escenario en varios momentos convirtiéndose así en un personaje más, se revela la pugna entre lo humano y lo posthumano. Después de la espectacular escena final en la que el láser cubre a intérpretes y espectadores con un enorme tejido de rayos de luz y en la que una pareja hombre/mujer fundiéndose en una misma silueta remite a una androginia original, la obra concluye con un elocuente disparo de luz blanca que permite observar frontalmente y de pie a los bailarines(as), sobre la plataforma, brillante imagen que nos habla de lo ominoso de los seres supertecnificados y divididos.

Obarzanek y sus colaboradores logran una encomiable fusión entre acción corporal y programas computacionales. Sin embargo, al nivel del diseño de movimiento se ven todavía extremamente limitados por la necesidad de mantener en contacto los cuerpos con la plataforma, lo cual implica una seria restricción que obliga a que los bailarines permanezcan la mayor parte del tiempo en el piso. Lo anterior, y la similitud entre los efectos producidos por el video, hace que el espectáculo paulatinamente deje de sorprender, hasta la irrupción de la escena final con el láser. No obstante, Mortal Engine es un degustable ejemplo de las enormes y perfectibles posibilidades del uso de nuevas tecnologías.