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Bajo la Lupa

¿Qué sigue a la bancarrota del capitalismo neoliberal, según Hobsbawm?

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Agentes conducen cajas con documentos relacionados con el caso de la quiebra de Chrysler a la Corte de Bancarrotas en Nueva York, el lunes 4 de mayo. Ese día un juez determinó posponer su decisión acerca de si la empresa puede empezar el proceso de transferir activos a una nueva compañía formada en sociedad con el fabricante italiano de autos FiatFoto Ap
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on tiempos de serenidad y meditación cuando los grandes pensadores (nota: que conste que enfatizamos, primero, que sean pensadores y, luego, grandes) del planeta ponderan los alcances de la desglobalización, como es el caso del historiador marxista británico Eric Hobsbawm en su luminoso articulo El socialismo fracasó. Ahora el capitalismo ha quebrado. ¿Qué sigue? (The Guardian, 10/4/09) que sintetiza así: “independientemente del logo (sic) ideológico que se adopte, el viraje del mercado libre a la acción pública necesita ser mayor de lo que los políticos captan”.

Eric Hobsbawm no es un vulgar propagandista, como cierto tipo de seudo-historiadores mexicanos, muy bien amamantados por el sistema neoliberal desde hace 27 años y quienes acaban haciendo publicidad de Cemex o se convierten en amanuenses del presidente en turno. Hobsbawm es considerado, con justa razón, el icono contemporáneo de la historia occidental del siglo XIX (y eso que es un fenómeno en su conocimiento del siglo XX).

Deja atrás el siglo XX, con todas sus calamidades, cuando su idea básica que dominó la economía y la política desapareció patentemente en el desagüe (sic) de la historia, y critica que los humanos no hayan aprendido todavía cómo vivir en el siglo XXI.

Demuestra que el pensamiento que dominó en el siglo XX a las economías industriales modernas era en términos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo con sus respectivas economías, una descontrolada de libre-mercado capitalista (que se derrumba ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de los 30) y otra de planificación estatal centralizada (que se derrumbó en la década de los 80, al unísono de los sistemas políticos comunistas europeos).

Aduce que la presente crisis es mucho mayor que la de los 30 debido a la globalización de la economía, que no estaba tan avanzada como ahora, y que tampoco afectó a la economía planificada de la URSS.

Cuando aún se ignora la gravedad y la duración de la presente crisis, lo seguro es que asistimos al final del capitalismo de libre mercado que capturó (sic) al mundo y a sus gobiernos, desde Margaret Thatcher y el presidente Reagan. Pues sí: baste ver a la manada de neoliberales mexicanos como muestra de botón global.

Hobsbawm coloca de relieve la impotencia (sic) de los adherentes tanto a un capitalismo de mercado, puro y sin estado, un género de anarquismo burgués internacional, como a un socialismo planificado descontaminado de la búsqueda del lucro privado. Ambos abordajes ideológicos se derrumbaron y ahora es tiempo de ver al futuro que pertenece a las economías mixtas (sic) en las que se encuentran entrelazados lo público y lo privado. La economía mixta es uno de los escenarios de nuestro libro Hacia la desglobalización.

Considera que tal entrelazamiento de lo público y lo privado representa un problema para la izquierda contemporánea. No lo dice explícitamente, pero se deduce que a la izquierda del siglo XXI le urge salir de su confusión economicista en la que se entrampó para encabezar el movimiento de salvación de la biosfera y de todos los seres vivientes de la creación. Tal es, a nuestro juicio, la enorme diferencia entre una izquierda aldeana y acomodaticia que remeda la competitividad neoliberal, con la izquierda biosférica y humanista del siglo XXI, donde el ser humano prevalece, por encima de la entelequia del mercado, como el eje central de la ecuación integral de la creación.

El insigne historiador marxista no padece nostalgia por el socialismo soviético al que fustiga por sus fallas políticas y su creciente lentitud e ineficiencia en sus economías, sin subestimar sus impresionantes logros sociales y educativos.

Desde la caída de la URSS al presente, cuando “hasta los partidos socialdemócratas o partidos moderados de izquierda en los países del capitalismo norteño y Australasia estaban comprometidos al éxito del capitalismo de libre mercado”, era impensable que un partido o líder denunciara al capitalismo como inaceptable, lo cual se ejemplifica por el Nuevo Laborismo británico, de Blair y Brown, que son óptimamente descritos, sin exageración, como unos Thatcher con pantalones. Agrega que lo mismo se puede decir del Partido Demócrata de Estados Unidos. Lo más sencillo consistiría en regresar a la caja de herramientas del viejo laborismo y reiniciar las nacionalizaciones, como si supiéramos qué hacer cuando aún se desconoce cómo superar la presente crisis.

A su juicio, una política progresista necesita más que una gran ruptura con las suposiciones económicas y morales de los pasados años 30. Se requiere un regreso a la convicción de que el crecimiento económico y su afluencia constituyen un medio y no un fin. El fin es lo que se consigue en las vidas, en las transformaciones y en la esperanza de la gente. ¡Genial!

Enuncia lo que pudiésemos definir como uno de los preceptos del manifiesto humanista del siglo XXI: La base de la política progresista no es maximizar el crecimiento económico y el ingreso personal, que debe ser “aplicado primordialmente para lidiar con la crisis ambiental, lo cual, independientemente del logo ideológico personal, significa un mayor viraje del libre mercado hacia la acción pública”.

La prueba de una política progresista no es privada, sino pública, no solamente elevando el ingreso y el consumo para los individuos, sino ampliando las oportunidades y lo que Amartya Sen denomina “las capacidades de todos a través de la acción colectiva”, lo que significa una “iniciativa pública no lucrativa, incluso si sólo redistribuye la acumulación privada”. Agrega una frase primorosa: las decisiones públicas deben estar destinadas al mejoramiento social colectivo en el que todas las vidas humanas deben beneficiarse.

A nuestro juicio, al capitalismo neoliberal le falta la poesía que le sobra al socialismo biosférico y humanista del siglo XXI. El grave problema de la desregulada globalización radica en que los países son gobernados, no por estadistas, sino por apparatchiks de la nomenklatura contable y financiera de las trasnacionales depredadoras, actividades que en la historia de las grandes civilizaciones (términos que hay que rescatar frente a la devastación barbárica del neoliberalismo global) siempre fueron ocupaciones menores frente al generoso desprendimiento de la meditación filosófica y las invaluables aportaciones de la ciencia pura, que juntas condicionan la sapiencia universal.

La crisis de la desregulada globalización financierista es peor que un fracaso de un paradigma económico: es el derrumbe axiológico y metafísico de la otrora civilización occidental que feneció en los avernos especulativos de los Sodoma y Gomorra posmodernos de Wall Street y la City.