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Aquí han llegado los casos más graves del virus A/H1N1; varios perdieron la vida

Ajenos al pánico por la influenza, médicos y enfermeras del INER cuidan a 26 enfermos

Cuando las calles del DF se vaciaron por la emergencia sanitaria, los nosocomios se llenaron

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Atención en el INER a paciente infectado con influenzaFoto Fabrizio León
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Médicos y enfermeras del instituto estudian expedientes de los enfermosFoto Fabrizio León
 
Periódico La Jornada
Jueves 7 de mayo de 2009, p. 12

Cuando están por cumplirse dos semanas de que el gobierno federal decretó la emergencia sanitaria por la epidemia de influenza A/H1N1, el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) permitió a La Jornada entrar a los cuartos donde se encuentran los pacientes más graves.

Desde el pasado 23 de abril, este hospital ha sido centro de atención de médicos, científicos, familiares de enfermos y medios de comunicación de México y el mundo. Ahí han estado puestas las miradas en espera de conocer la dimensión de esta epidemia que, en pocos días, ha afectado a varios países.

Desde entonces la ciudad de México también se transformó. Las calles lucían vacías, lo que resultaba inquietante; cerraron cines, restaurantes, gimnasios y bares, y la mayoría de los capitalinos comenzaron a protegerse del desconocido virus con cubrebocas. Sin embargo, la escasez de este material médico y la falta de información acerca del nuevo virus provocó una situación de pánico en buena parte de la población, lo cual se tradujo en calles vacías y nosocomios llenos.

El hospital que desde un principio despertó mayor inquietud fue el INER, centro neurálgico del país en este tipo de padecimientos y adonde llegaron los enfermos de influenza más graves, varios de los cuales murieron ahí.

Concentración extrema

La Jornada entró ayer al nosocomio y captó fragmentos de lo que ahí se vive. El miedo exterior y el imaginario social se muta en su interior en un equipo eficiente de médicos y enfermeras trabajando bajo relativa tensión pero con extremada concentración. El ambiente no es siniestro ni de pánico; más bien, es de profesionales de la salud atendiendo con esmero a los pacientes, ajenos a la presión de la mirada internacional concentrada en ese lugar.

En el pabellón de Servicio Clínico 5, de enfermedades pulmonares de obstrucción crónica (EPOC), 26 pacientes –en su mayoría mujeres– son atendidos por un equipo de 10 médicos y numeroso personal de enfermería. La responsable de este pabellón es doctora Alejandra Ramírez.

Antes de poder entrar a dicha área es necesario someterse a un proceso de desinfección y colocarse bata y cubrebocas.

Se atraviesa un pasillo en el que se abren dos alas, una para mujeres y otra para hombres. A dos de los enfermos más graves, quienes se debaten entre la vida y la muerte, se les suministran antivirales por vía intravenosa y respiran con ayuda artificial. Los demás no se diferencian mucho de cualquier otro paciente internado en un hospital, en situación delicada, pero estables. Reciben su almuerzo e incluso algunos se distraen leyendo.

En la sala de juntas, el equipo de turno analiza con disciplina cualquier variación en el esquema previsto de la enfermedad o de los enfermos. Una pizarra contiene información detallada de cada paciente contagiado por el virus de influenza. Indica la fecha de ingreso, la prealta o el alta, así como si su estado es grave, si está aislado o si está recibiendo ventilación artificial. El espacio es un lugar sin prisas, sin tiempos y sin presiones exteriores. El pánico se queda afuera.

En un edifico anexo se encuentra el laboratorio de Microbiología Clínica y Bacteriológica, donde se realizan análisis de sangre y cultivos.

Mientras transcurre la rutina en la zona médica, algunos familiares esperan en silencio en los pasillos para ver a sus pacientes. A algunos los esperan afuera del instituto otros parientes con la esperanza de recibir buenas noticias. Es el caso de Gabriel, hermano de Quique, de poco más de 30 años que se encuentra internado desde mediados de abril. Lo reportan grave, pero estable, pero hoy, su familia está preocupada además por el costo que representa tener un paciente internado, porque aún no sabe cuándo va a salir.

O el caso de una señora que espera sentada en una silla afuera del INER. Cuenta que desde el 21 de abril su nuera, de 45 años, está internada con cuidados intensivos. Aún no saben si se trata de influenza estacional o humana, pero comenta que, después de tantos días, no quiere la definición de la enfermedad, sino que finalice la incertidumbre en torno a su estado de salud.

En los días recientes descendió la afluencia de personas afuera y adentro del nosocomio, así como en el resto de hospitales y clínicas de la capital; incluso hay organizaciones ciudadanas, como el Movimiento Blanco, que visita el INER para reconocer, con un ramo de rosas rojas, la labor de médicos y enfermeras de ese instituto.