Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de mayo de 2009 Num: 740

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

José Emilio: el lector está contigo
ABELARDO GÓMEZ SÁNCHEZ

Eurídice
YORGOS YERALIS

Memorable cuerpo
JOCHY HERRERA entrevista con LUIS EDUARDO AUTE

El día que el teatro perdió su magia
JOSÉ CABALLERO

La guerra perdida de Calderón
ROBERTO GARZA

Una Ajmátova de Modigliani en México
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA e IRINA OSTROÚMOVA

Porchia: un sabio ermitaño en Buenos Aires
ALEJANDRO MICHELENA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Angélica Abelleyra

Gilda Castillo: soy un diccionario de símbolos

Su amor por la plástica y la literatura es pleno. Uno la salva del otro, la complementan. Porque la libertad que encuentra al dibujar sus mapas que son cuerpo y geografías, se equilibra con el rigor del trabajo editorial que ocupa sus días. Y en ese vaivén de tejer naturalezas y corporalidades, así como sumergirse en la corrección de páginas de revistas y libros, Gilda Castillo (DF, 1955) sigue construyéndose como un diccionario de símbolos.

Tres personajes de su entorno inmediato se confabularon sin proponérselo para detectar y aplaudir en ella sus pasiones: dibujar, bailar, leer. La abuela materna, el padre y la madre eran los entusiastas seguidores de aquella niña que disfrutaba acompañar a sus primas a la panadería y comerse un enorme bolillo caliente. O agarrar un libro de la vasta biblioteca que el padre degustaba. Pero un cuarto personaje la guió de manera más certera por la plástica: Jaime, su tío político, refugiado español y pintor apasionado por los toros fue quien la llevó con Antonio Navarrete, otro artista plástico con el que Gilda aprendió a hacer réplicas de bustos, pies y torsos clásicos o a ejecutar copias de Van Dyck.

Concluido ese ciclo con Navarrete, la joven pasó al entorno divertido de Angelina Grosso, una pintora de bodegones y flores que cantaba ópera junto con su perro boxer, pero que le recomendaba no inscribirse en La Esmeralda. “Me decía que me echaría a perder”, recuerda Castillo. Y eso fue lo que precisamente hizo: echarse a perder, pues intuía que había un lenguaje plástico más acorde a su tiempo, alejado de la pintura clásica que hasta el momento había aprendido de sus maestros.

De manera paralela a sus clases en La Esmeralda, atendió su interés por la literatura. Por las mañanas acudía a la UNAM, para estudiar Letras hispánicas, y por las tardes iba a la escuela de pintura. Pero en esta ultima sólo cursó tres años; salió en los momentos en que Benito Messeguer se separó de la escuela y formó el Centro de Estudios Superiores de Investigaciones Plásticas del inba , que también tuvo corta vida. Su formación plástica tuvo entonces una oficialidad incierta, mientras la vena literaria la concluyó hasta el nivel de maestría y con incursiones tempranas en el mundo editorial, como asistente de Margarita Peña, y en la corrección de libros, como La máquina estética, de Manuel Felguérez, que recuerda con un especial cariño.

En este rubro ha colaborado no sólo con la unam y varios de sus institutos, sino con el otrora Instituto Nacional Indigenista, en la dirección de Artes Plásticas del inba y durante muchos años como responsable de la edición de El Alcaraván, la notable revista (boletín trimestral) del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca ( iago ), impulsada por el pintor Francisco Toledo.

En el ámbito de la plástica, se ubica en ese tipo de artista que vincula la naturaleza y el cuerpo. Una conserva la memoria del otro. En sus paisajes encuentra, sin proponérselo, un reflejo de su infancia transcurrida entre el campo y la ciudad. Primero disfrutando sus estancias por ranchos de Morelos, Tabasco y Veracruz, y luego en el entramado urbano del Distrito Federal. Quizás lo citadino en su pintura lo advierte más en lo formal, al construir estructuras casi cubistas o entramados que son mapas o rostros o cuerpos.

Aunque tiene muchos artistas-referente, a ella le apasionan y obsesionan algunos creadores a los que siempre recurre: José Clemente Orozco, Georgia O'Keefe, Emily Carr y Susan Rothenberg. Sus formas de abordar las naturalezas humanas, vegetales y animales la entusiasman tanto como esos modos tan disímbolos de fragmentar espacios y latitudes. Porque la fragmentación es quizás uno de sus modos cercanos de concebir y construir universos.

Porque es así como concibe la vida: parcial, incompleta, como partículas, astillas, raciones, trozos, aunque ahora reconoce que está en el deseo de unir esos fragmentos (mismo nombre de una de sus series) para empezar a establecer redes, tejidos. Muestra de ello es la serie denominada Contornos, giros, huellas que ya se ha exhibido en espacios de Saltillo, Torreón, Querétaro, San Antonio (Texas, EU) y Cuernavaca. Una serie que desde hace tres años trabaja y continúa bordando con franjas que giran y se enredan, así como flores esquemáticas sobre fondos planos que siguen construyéndose de esa manera para que Gilda se revise, se corrija y deletree en su particular diccionario de símbolos.