Opinión
Ver día anteriorMiércoles 13 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Epidemias: retrato de la realidad
L

a felicidad es el más útil de los bienes preferibles, decía Al-Farabi, y la comparaba con la salud: el más preferible, el más grande y el más perfecto de los bienes. Releo y agrego: sin salud no puede haber felicidad. Y anoto otras ideas: los estados, a nivel macro, tienen la obligación de proveer a la ciudadanía de elementos suficientes –educación, techo, alimentación– para que cada individuo, construya, a su modo, una vida digna y, de ser posible, feliz. La salud es, junto con los elementos enunciados, un derecho humano; los buenos gobiernos tienen la obligación de proveerla a todos sus connacionales.

Los gobiernos que no cumplen esos requisitos son estados fallidos, no a la usanza yanqui, pero sí en el lenguaje que incluye en su léxico palabras como dignidad, legalidad, trato humano adecuado, protección. México, en el rubro salud, incumple, no ahora, siempre. Incumple no por el sistema sanitario per se, sino porque la suma de todos los desgobiernos previos ha logrado sumir en la pobreza y en la miseria a 50 (o más) millones de mexicanos. Sin dinero no hay sistema de salud eficiente. Sin robar y mal gobernar no es posible concebir a nuestro país.

La epidemia actual exhibe descarnadamente esos escenarios. Estamos ante una aporía (sin camino, o camino sin salida; de ahí, dificultad): mientras no mejore la pobreza no habrá salud. O, lo que es lo mismo, mientras nuestros gobiernos no sean eficientes y honestos habrá cada vez más pobres y quizás más epidemias. De ahí la dificultad que intenta suavizar el sin camino del término aporía: ninguno de los dos partidos que nos han gobernado durante casi un siglo han invertido suficiente en su gente.

Las epidemias son un retrato de la realidad. Muchas son las lecturas. La mayoría de esas lacras arrancan antes de la aparición de los agentes infecciosos que las producen. Las epidemias son una radiografía de la salud de un Estado. No sólo de la sanidad, sino de la salud social, política, económica y moral de los gobiernos. De ahí la complejidad y la capacidad radiográfica de las epidemias: desnudan lo que se pretende ocultar y exponen muchos de los entresijos podridos de las naciones. La influenza porcina, ahora llamada 2009 A/H1N1, amén de producir enfermedad y muerte en las personas ha revelado algunas de las enfermedades del Estado, así como varias respuestas de la sociedad y del mundo. Las desgloso por apartados.

1. La pobreza y su asociación con las epidemias. La influenza 2009 A demostró que la pobreza del pueblo mexicano se relaciona directamente con la fragilidad de nuestro sistema sanitario. De acuerdo con las cifras oficiales, cuyo perfil demográfico aún no se ha dado a conocer con exactitud, han muerto más pobres que ricos.

La ineficacia en materia de salubridad no es responsabilidad directa de sus gestores, sino de la imposibilidad para ejercerla. Esa imposibilidad tiene dos fuentes: la multicitada miseria de la mitad de la población, y la inmensa debilidad del sistema de salud: falta de equipamiento, mala distribución de unidades de salud y de médicos, alertas epidemiológicas ancestralmente retardadas o negadas, galenos poco preparados y mal remunerados, y –sin agotar la lista– cobertura incompleta para la población.

Mientras no mejoren las condiciones globales de uno de cada dos mexicanos, las epidemias, producidas por virus, por desnutrición, por políticos corruptos o por narcotraficantes seguirán asolándonos y diezmando a la población. Felipe Calderón (y antes Fox, Zedillo, Salinas de Gortari y todos) tiene que disminuir la pobreza si pretende detener las epidemias actuales. Corolario: La prevalencia de las epidemias, infecciosas y sociales, son inversamente proporcionales al estado de salud que guarda el gobierno.

2. La población y su credibilidad hacia el Estado. Una alta proporción, nada despreciable de la población, piensa que la epidemia porcina es una invención. Lo consideran diversos grupos, no sólo los que cuentan con menos recursos sociales o culturales. O se habla del chupacabras, o se dice que así se disfraza la atención de la sociedad ante la impopularidad de Felipe Calderón o se sustenta que el virus se generó para acabar con los más pobres, y un largo etcétera (las teorías de la conspiración del virus son muy abigarradas para enlistarlas). Sobra decir que no sustento ninguno de ésos o argumentos similares, pero no sobra repetir que entiendo bien su génesis y sus razones. Es demasiado el daño y la desconfianza generada por nuestros políticos. Corolario: La credibilidad del pueblo mexicano hacia sus gobiernos cuestiona su legitimidad, tanto la pasada como la actual.

La influenza A 2009 agota el espacio. La próxima semana escribiré sobre el papel de la Secretaría de Salud, sobre la estigmatización, acerca de la politización de la enfermedad, reflexionaré en lo dicho por Al-Farabi, en la infelicidad que acarrea la insalubridad y otros avatares.