Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de mayo de 2009 Num: 741

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marcianos
ARNOLDO KRAUS

Plinio: un precursor
LEANDRO ARELLANO

El pájaro mayor
HERMANN BELLINGHAUSEN

Noventa años de la revolución proletaria en Hungría
MAURICIO SCHOIJET

Radicalmente Rosa
ESTHER ANDRADI

Cézanne y Munch: divergencias y convergencias
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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El pájaro mayor

Hermann Bellinghausen

No hubo ave más perenne.
Volaba siempre lejos.
Los finos resoplidos de su pecho
como pasajeros de primera clase del aire,
y la bendición de un día claro
para que él pudiera ver bien,
levantaban sus tonos
y los asordinaban a placer.

Su eco en otros pájaros de cuenta como él
sustraía las distancias de los cielos imposibles
estirados al máximo en ciudades como campos,
y pronto aprendió a cruzar océanos
de un aletazo.

No se desprendía de su trompa
ni para respirar.
Los científicos concluyeron que respiraba por ella
y le dieron estatus de caso clínico.

Que dijeran misa.
La profundidad de su pecho
la impregnaba el canto inmemorial
sobre el cauce del Níger
de aquellas aves de subido color
que el Atlántico arrastró a los lodazales
del Mississippi.
No recordaba ningún nombre
pero sabía las canciones
del desdichado pajarerío
que le heredó la esclavitud pero también
el pico más libre.

Tiró pa'l cielo
como cualquier ave que no es de corral
y lo hizo tan seguido
que acabó quedándose.
Cuando dejó de bajar
su canción multiplicó de aromas el aire
de los hombres y los guajolotes
y las músicas que no se distinguen del ruido.

Era un pájaro incandescente.
Acostumbrado a lo maravilloso
que a sus abuelos gobernó la vida en los arbustos
entre el pavor y los carnavales carnales,
perdió por siempre el vértigo
y entre más viejo
más plumas tuvo.

Era el ave solitaria
de San Juan de la Cruz
y el chiflador callejero
que lanza piropos a las pájaras de intenso plumaje
hamacando sus caderas por ahí.
Donde decía “Mozart”
escribió “funk” y nos dio la espalda.

Pájaros así dan nervios.
La perfección es una forma
de la locura.

Si tuvo su principio en las márgenes del Hudson
pronto contempló el bullicio del Sena
desde las laderas de Montmartre.
Los tordos que abarrotaban bares y teatros
supieron que ese pájaro
ahijado de Charlie Parker
traía un duende
en la raíz de su inigualable corazón.

Su reluciente pico
esculpido en bronce
sopló y sopló.
Lo compararon con el viento.
Se llamaba Miles Davis,
el pájaro mayor.