Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de mayo de 2009 Num: 741

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marcianos
ARNOLDO KRAUS

Plinio: un precursor
LEANDRO ARELLANO

El pájaro mayor
HERMANN BELLINGHAUSEN

Noventa años de la revolución proletaria en Hungría
MAURICIO SCHOIJET

Radicalmente Rosa
ESTHER ANDRADI

Cézanne y Munch: divergencias y convergencias
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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CUENTOS ITALIANOS

RAÚL OLVERA MIJARES


Cuento italiano del siglo xx . Breve antología,
Guillermo Fernández,
UNAM,
México, 2008.

Varias antologías y números de revistas se dedicaron al país invitado de la Feria del Libro en Guadalajara que, en 2008, fue la Repubblica Italiana. De contrastante calidad resultaron las numerosas traducciones de textos toscanos, tanto de poesía como de prosa. Valdría la pena colocar bajo la lupa el trabajo de múltiples traductores. Cuento italiano del siglo xx. Breve antología (UNAM, 2008), al cuidado de Guillermo Fernández, también poeta, quien realizara las distintas y desiguales versiones (sobre todo por la calidad literaria y la siempre polémica selección de textos), volumen que presenta una sumaria selección que va desde narradores representativos de las postrimerías del siglo XIX hasta alcanzar los albores del siglo XXI. El único autor vivo es el poeta romano Valerio Magrelli, profesor de la Universidad de Pisa, cuya inclusión un tanto forzada (una de las atracciones de la fil ante la desdeñosa ausencia de Claudio Magris, Roberto Calasso o Umberto Eco), que dio pábulo a inexplicables omisiones dentro de los cuentistas antologados, la más notoria, quizá, la de Pier Paolo Pasolini, víctima por tantos años de la censura política y sexual en su patria, que ahora parece prolongarse, hasta traducido, en el extranjero.

Narradores más bien modestos, escasamente conocidos en el mundo hispánico, so pretexto de antifascistas, como Elio Vittorini, o hermanos de pintores célebres, como Alberto Savinio (en realidad Andrea de Chirico), o bien Corrado Alvaro, cuya presencia no justifica la exclusión de su maestro, el gran Giovanni Verga, desaparecido en 1922. El prologuista italiano del volumen, Giuseppe Palmieri, saluda la selección de los relatos, acaso un poco influida por su propio gusto, la cual parece acusar cierta tendencia ideológica, donde la inclusión de Gabriele D'Annunzio sería impensable, a pesar de que el poeta conociera uno que otro desliz con la narrativa, nada desdeñable por cierto.

En fin, también están los que no podían faltar, aunque no siempre con las piezas idóneas, como sucede con Pirandello, Moravia y Pavese). Esta segunda edición, que ostenta la insólita leyenda de corregida y aumentada, con una serie de erratas (en español e italiano), adoleció de un necesario cotejo con los originales y una elemental corrección de estilo. Con todo, la meridiana claridad de ciertos textos logra disipar toda la bruma levantada por la versión española. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Leonardo Sciascia, Giovanni Papini, Italo Calvino y Dino Buzzati recuerdan al lector en español que algunos de los cuentos modernos más logrados y expresivos, compuestos alguna vez en una lengua romance, han salido de la pluma de narradores italianos. Lección de arte y de vida, la impartida por estos y algunos otros nombres, como los de Carlo Emilio Gadda y Natalia Ginzburg (la única inclusión femenina), todos imprescindibles en la narrativa europea del siglo xx.


USTED ES LA CULPABLE …

GABRIELA VALENZUELA


Aparta de mí este cáliz,
Luis Humberto Crosthwaite,
Tusquets editores,
México, 2009.

Así, al ritmo melodioso del bolero de Gabriel Ruiz empieza Luis Humberto Crosthwaite la novela con la que rompe por fin un silencio de seis años desde la publicación de su último libro, y lo hace con la que, tal vez, sea la frase más bonita y elocuente de la narrativa mexicana más reciente: “Soñé que era Jesucristo y la besaba a usted.”

Antes de asegurar que es una verdadera herejía imaginar a un Cristo enamorado de una mujer perfecta que no tiene nombre, valdría la pena juzgar al personaje como lo que es: el protagonista de una de esas historias de amor sublime en las que la amada resulta inalcanzable, en este caso hasta para el mismísimo hijo de Dios. ¿Quién se ha detenido a pensar en el lado más humano de una figura con la importancia de Jesús de Galilea? Por lo regular, a él nos acercamos bien por el lado místico-religioso, bien por el histórico; sus acciones –salvar a la humanidad y resucitar a los muertos– sólo pueden explicarse en un mundo que no es el que vivimos actualmente. Pero lo que Crosthwaite hace en Aparta de mí este cáliz es “modernizar” al mayor héroe de la historia y llevarlo a un barrio tradicional de una ciudad como muchas, rodearlo de sus correspondientes apóstoles, pero todos salidos de las calles, de las cárceles, de las esquinas… seres de carne y hueso, con rivales y enemigos como todos. ¿Cuál si no el enamorarse es el rasgo más humano de un héroe moderno?

Igual que hizo en su novela anterior, Idos de la mente la increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio, Luis Humberto juega con dos rasgos esenciales en la nueva narrativa mexicana (que ya no podríamos llamar postmoderna, sino post-postmoderna): las constantes referencias a todo tipo de elementos de la cultura popular y la escritura fragmentaria. Quizá estos rasgos desalentarían a muchos lectores que sólo buscan un libro que simple y llanamente cuente una historia, pero para quien se ha sumergido ya en los juegos del autor de Instrucciones para cruzar la frontera, un nuevo reto no es si no la promesa de un mundo completo construido tanto con fragmentos de boleros o argumentos de películas, como con capítulos cortísimos pero que, en una sola línea, concentran la fuerza de muchas páginas, por ejemplo éstos: “Me sorprendo nuevamente pensando en usted”, o “Condenado a repetir los mismos errores de mi padre.”

Aparta de mí este cáliz viene a demostrar que seis años de silencio editorial no hicieron merma en la obra de Crosthwaite. Su estilo sólo se perfeccionó, su fractalidad se hizo más sutil y ha mostrado que es posible llevar la teoría del iceberg de Hemingway del cuento a la novela, pues al final de la lectura uno se queda con la sensación de tener que (y, sobre todo, querer) releer la historia para captar su significado profundo, esa otra historia que se ha quedado escondida entre líneas. Esperemos sólo que el escritor no decida guardar silencio por otros seis años.


DECÍAMOS AYER

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

 


El Cantar de los Cantares . Una aproximación de José Emilio Pacheco,
José Emilio Pacheco,
Era/ El Colegio Nacional,
México, 2009.

Junto a la exquisita ingenuidad y la deliciosa atmósfera bucólica del Libro de Ruth; vecino de la egregia majestad de los Salmos ; muy próximo a las Lamentaciones, de Jeremías, que llora la ruina de Jerusalén causada por los caldeos, destaca por su sensualidad y su delicadeza, entre los libros poéticos de La Biblia , El Cantar de los Cantares. Este pequeño texto, atribuido cada vez menos exclusivamente al rey Salomón, carece sin duda del valor filosófico de ese breviario de la resignación que es El Libro de Job, culmen de la plasticidad poética de la lengua hebrea. Y sin embargo, en su brevedad y sencillez, en la plenitud de sus imágenes, en su celosa independencia respecto de los demás libros de la Escritura (es el único, por ejemplo, en el que apenas se apela a Dios, razón por la cual Su presencia acaso sea más evidente, si se lo quiere ver así), El Cantar es una pura búsqueda amorosa en algo más de trescientos versos, cuyo vaivén sin historia, cuya repetitiva acumulación de imágenes refinadamente voluptuosas, lo ha vuelto lectura insoslayable de muchísimos escritores y pensadores (de San Gregorio a Jaime Sabines), no faltando poetas, como Fray Luis de León o Jorge Guillén, que se han animado a glosarlo, a repetirlo, a reinventarlo inevitablemente.

José Emilio Pacheco, a sus setenta años, cayó en la tentación de aproximarse al poema bíblico. El resultado del encuentro fue una versión en prosa que elimina muchas de las repeticiones del original, decisiones ambas (la prosificación y la elisión) que se suman a otras (recuperar su naturaleza dramática, darle cierto orden a un poema que, en la mayoría de las versiones –y aun en las más apegadas y literales– deviene acumulación de cuadros sin secuencia determinable), para alentar una coherencia interna muy lejana del original. Naturalmente, los puristas no aprobarán tantas alteraciones pero, si se mira bien, lo que el poeta ha hecho es apropiarse del texto para favorecer una lectura que lo revitalice luego de 3 mil y no 30 mil años, como asienta la descuidada cuarta de forros.

¿Convienen al poema los desacatos que se permite esta “aproximación”? Cada lector lo dirá, pero la versión de Pacheco, eso sí, es transparente, sin resquicios: no adultera lo que altera, no invalida lo que suprime. La misma ley de búsqueda y encuentro, unión y separación de los amantes que está en el texto bíblico (y tal vez sea connatural al comportamiento amoroso mismo), prevalece en este Cantar. Darle algún orden al poema, recuperar en nueve estancias los ocho cantos del original (mediante la repetición alternada de tres lugares: plaza, jardín y alcoba real), es incluso más consecuente con la naturaleza triádica del dogma judeo-cristiano. Y nada de ello atenta contra la unidad de por sí maltrecha del poema; antes bien, esta ejecución organiza ese cierto desconcierto inherente a toda materia poética, lo ordena sin conjurarlo: el desorden amoroso sigue intacto, sólo que el atrevimiento de trasvasarlo no le costó la cárcel, como a Fray Luis, quien de regreso a la cátedra, algunos años después, pronunció una frase –seguramente apócrifa– que es el colmo de la sensatez en su elegante anulación del injusto encierro: “Decíamos ayer…”

El texto de Pacheco se deja leer, hoy, con una soltura que en verdad nos aproxima en más de un sentido al poema, a pesar de que se pueda deplorar que, en el acomodo a que somete el original, ese verso inicial tan conocido (“Bésame con los besos de tu boca”), aparezca ya iniciada la segunda parte y con el “beso” singularizado, aunque sin perder, eso sí, el tartamudeo tautológico del deseo, un verdadero trabalenguas amoroso que es una forma de la distracción sensual. Sin embargo, la imagen más erótica del texto (“Leche y miel hay debajo de tu lengua”), frase que de tan conocida da nombre a un grupo de rock progresivo italiano, Latte e Miele, encuentra una disminución de su encanto (“Tienes miel en tus labios y en tu lengua”) al omitir la leche y el adverbio “debajo”, que hacía del beso una búsqueda bucal.

De estas elecciones en el plano paradigmático, se entiende, está hecho el “saqueo” al que somete el autor las diversas versiones con las que trabaja. Y si un lector determinado extraña, por ejemplo, que el dístico “Su izquierda bajo mi cabeza/ y su derecha me abraza” ya no insinúe la amorosa horizontalidad de la posición de los amantes en el texto de Pacheco (“Su brazo derecho te enlaza, en su hombro izquierdo reclinas la cabeza”), también tendrá que reconocer que algunos versos ganan en su prosificación lo que el paso del tiempo había enquistado (y quizá malquistado) en traducciones menos creativas. “Por temor a la noche llevan espada al cinto”, por ejemplo, es una hipálage impecable que no existe en ninguna otra versión del Cantar, lo mismo que algunas líneas memorables que contradicen la idea de que el poema esté realmente prosificado: versos tan sugerentes y plenos como éstos: “Te humedeceré los labios mientras duermes” (generosa imagen en que se anudan el erotismo y la devoción amorosa); “Sus saetas son flechas de fuego, llamaradas de Dios” (y sus alígeras aliteraciones); “En tus trenzas un rey está preso” (donde se dibuja por lo bajo la cárcel del amor), hablan de que el poema subyacente sigue vivo y que el poeta ha sabido encantarse con su canto.

Frente al reparo natural de que la poesía es intraducible, es saludable recordar la idea que –entre otros– Goethe divulgó acerca de que cometer la frescura de intentar el traslado solía funcionar a la manera de una reacción en el laboratorio: la sobrevivencia de un texto a las leyes alquímicas de otra lengua prueba su excelencia poética. Es el caso de El Cantar según José Emilio, libro que no sólo dignifica las virtudes inveteradas del texto original sino, asimismo, la elasticidad y contención del español moderno cuando el herrero que lo fragua es un poeta de tal destreza.



Hay dos sexos. Ensayos de feminología,
Antoinette Fouque,
Siglo XXI Editores,
México, 2008.

Traducido por Catherine Bretillon, este conjunto de veintiocho ensayos está orientado a clarificar que “las mujeres han empezado a vivir su nueva 'condición histórica', han empezado a inscribir la génesis de una modernidad tardía”. La autora, psicoanalista de profesión, ha sido eurodiputada, cofundadora del Movimiento de Liberación de las Mujeres y es directora de investigación en la Universidad de París VIII, Francia.



Las raíces del nacionalismo petrolero en México,
Lorenzo Meyer,
Oceano,
México, 2009.

Esta es la tercera edición, corregida y aumentada, del bien conocido ensayo que el autor publicara originalmente hace poco más de cuatro décadas. Basado en una enorme cantidad de soportes documentales, Meyer habla aquí “de lo que fue el trayecto de un largo esfuerzo nacionalista, cuyo origen antecede incluso a la Revolución mexicana” y expone con claridad meridiana cómo, desde inicios del siglo XX, “lo que estuvo en juego ya no fue sólo la riqueza petrolera sino la calidad misma de un país como nación”.