Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de mayo de 2009 Num: 741

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marcianos
ARNOLDO KRAUS

Plinio: un precursor
LEANDRO ARELLANO

El pájaro mayor
HERMANN BELLINGHAUSEN

Noventa años de la revolución proletaria en Hungría
MAURICIO SCHOIJET

Radicalmente Rosa
ESTHER ANDRADI

Cézanne y Munch: divergencias y convergencias
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Marco Antonio Campos

Llorando la hermosa vida

a Judith y Julio Sabines

Uno de los mejores documentales en video sobre Sabines, o al menos el más conmovedor, es éste, Llorando la hermosa vida, que realizó Natalia Gil Torner, seguramente el último que le hicieron, donde vemos, como nunca, por un lado, un Sabines relajado, a sus anchas, a menudo alegre, sonriendo a veces con malicia –sobre todo al evocar pequeñas transgresiones infantiles o de adolescencia-, y por el otro, recordando con ternura y tristeza, los días difíciles de soledad triste y de largos insomnios, como en los tiempos cuando estudiaba la carrera de Medicina al promediar la década de los cuarenta, o de desencanto y hastío, al evocar los cinco años que vendió telas en la tienda de ropa El Modelo en el centro de Tuxtla Gutiérrez (1952-1957). Si como dice Natalia Gil Torner, Jaime Sabines fungió como principal “director de orquesta”, explicaría una parte del por qué el documental se desarrolla con naturalidad.

En el video, con gran habilidad técnica, se contextualizan de Jaime sus recuerdos y opiniones, poemas leídos por él mismo, manuscritos de varios poemas, fotografías de época, música de la región, imágenes de Chiapas (paisajes de arrebato, iglesias demacradas, telares hechos de tiempo que orientan manos de prodigio, muchachas indígenas en su miseria y sol); lo único que censuraríamos sería el exceso de testimonios, que salvo tres o cuatro casos, son de una obviedad desalentadora.

En el documental Jaime recuerda la familia cerrada y unida, su paso por la escuela tipo Camilo Pinto –por menos de un centímetro pudo terminar la primaria-, su gusto por la declamación en las casas de las comadres de doña Luz –donde recitaba un poema a un zenzontle y decía de memoria la historia de México-, hechos que tocan la ternura -cuidaba la hortaliza familiar y pastoreaba el ganado de la familia y atravesó una vez con su hermano Jorge la ciudad de Tuxtla para ver la llegada del primer trimotor-, el amor adolescente por Esperanza Cruz, mientras noviaba con otras (“tenía mis fans”, dice), y luego, en 1944, la partida a Ciudad de México, los tres años solitarios y tristes estudiando una carrera que no le gustaba, años, sin embargo, que le darían la revelación de la escritura y le harían leer infinitamente la Biblia , la cual le servía de consuelo, pero también le daba bellezas y enseñanzas, en especial El libro de Job y el Eclesiastés. Sabines regresaría a Tuxtla, hablaría con el padre, y volvería a Ciudad de México a estudiar Letras, a ir a las clases, entre otros, de Torri y Jiménez Rueda y Pellicer, a pasársela bien en el café del antiguo edificio de Mascarones donde conoció amigos escritores para toda la vida y a gozar la noche en la calle de Donceles, a la que llama la “calle de la perdición” -donde se alzaba el Teatro Lírico-, y donde, entre el baile y el trago, empezaba a vivir(se) la vida a la una de la mañana, mundo que en buena medida hallamos en Horal y La señal.

Entre muchas anécdotas una en especial me divierte: cuando acompañó al periodista chiapaneco Carlos Ruiseñor a visitar a Pablo Neruda a su casa de la calle de Veracruz, vio una mesa con una charola que contenía monedas y en la pared un letrero en que se pedían contribuciones para la edición del Canto General. Al salir, preocupado, Jaime se preguntaba: si Neruda, siendo quién es, “a estas horas de su vida está pidiendo limosna ¿qué va a ser de mí?”

Luego de casarse con una de las jóvenes chiapanecas más asediadas en 1952, tuvo que quedarse en Tuxtla, y para vivir, vendía telas; nunca se sintió a gusto. “Yo no sabía vender”, decía. Consideró desde entonces el oficio de comerciante como “el más antipoético”. Pero paradójicamente, al igual que en los años oscuros de Medicina, eso le permitió escribir Tarumba, uno de los libros más encantadores y raros de la poesía de lengua española del siglo XX.

En los últimos años, cuando conversaba por teléfono o en persona con Jaime, pese a las treinta y cuatro operaciones, me repetía sus inmensas ganas de vivir; si hay algo en lo que él insiste en el documental es que, contra todo, contra operaciones, enfermedades y muerte, la vida hay que vivirla con sus bienes, males, alegrías, dolores, esperanzas y desconsuelos. “Yo nunca he maldecido a la vida”, dijo en algo que suena como un adiós melancólico de quien no quiere despedirse, del gran amoroso que se va “llorando, llorando la hermosa vida”.