Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de mayo de 2009 Num: 741

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marcianos
ARNOLDO KRAUS

Plinio: un precursor
LEANDRO ARELLANO

El pájaro mayor
HERMANN BELLINGHAUSEN

Noventa años de la revolución proletaria en Hungría
MAURICIO SCHOIJET

Radicalmente Rosa
ESTHER ANDRADI

Cézanne y Munch: divergencias y convergencias
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Compañía Nacional de Teatro (II Y ÚLTIMA)

Indiscutible es entonces, como se mencionaba al final de la entrega anterior, que una de las conquistas en potencia más importantes de la conformación estatutaria de la CNT es la posición en la que sitúa a sus actores integrantes: una membresía que les otorga un salario fijo y digno, la posibilidad de afinar su sensibilidad mediante un entrenamiento metódico y sostenido que, aunada a la calidad de los seleccionados, hacía prever un marco adecuado para el tránsito a los trabajos de montaje.

Por desgracia, y aún concediendo que hemos comparecido a los dos primeros eslabones de una cadena extensa, parece haber un divorcio entre esta apuesta por mejorar las condiciones de la creación y sus modos de producción para la escena. Sirva de ejemplo el montaje, como estreno en México de hecho, de Pascua, de August Strindberg, a cargo de Héctor Mendoza, una pieza que, coqueteando por pasajes por la comedia, retrata las intrigas al interior de una familia burguesa de la Escandinavia de principios del siglo XX. Se emplea el verbo retratar con plena conciencia: el texto de Strindberg, y aun la escenificación de Mendoza, anclan en el retrato de costumbres, y se traducen en un estilo de actuación y montaje lindante con un realismo naturalista que admite preguntas respecto a su pertinencia. ¿Tiene sentido montar un texto casi decimonónico sin ningún tipo de traslación a la contemporaneidad, de no ser que por esto último se entienda el cambio de perspectiva que la escenografía de Philippe Amand ofrece tras el primer intermedio? ¿Es mediante la ortodoxia más recalcitrante que la CNT pretende revisar y acercar los clásicos universales al público nacional? Y más importante aún: ¿es a través de esta teatralidad que los actores de la CNT, miembros todos de distintas generaciones, pueden confluir en una dialéctica fecunda y contrastada? Al menos en lo que respecto al elenco A de Pascua, los momentos de buena factura llegan casi todos en el tercer acto, en coincidencia con la aparición de Luis Rábago como un Lindkvist atemperado, decisivo en su hieratismo oscuro. Demasiado poco para un montaje, que además de lo ya señalado, discurre sin dar visos de las condiciones particulares de estabilidad a partir de las cuales ha sido creado.


Fotos: Sergio Carreón

Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente, de Wajdi Mouawad, se opone a Pascua en su índole de teatro de gran formato, basado además en un texto que, inspirado en una enorme cantidad de pasajes más o menos reconocibles de la mitología griega, pretende ser una relectura que los vuelva paralelos a la realidad sangrienta del Medio Oriente natal del autor. Para escenificar una obra dramática plagada de referencias se eligió invitar a los directores suizo- colombianos Rolf y Heidi Abderhalden, titulares de Mapa Teatro, agrupación caracterizada por su vinculación con el multimedia. El resultado es cuando menos desconcertante: lejos de aterrizar un discurso barroco y disperso, amparado en el lirismo de su estilo, los Abderhalden crean otro igualmente abigarrado. Entonces cohabitan la escena una escenografía fastuosa y asfixiante (de Pierre Henri Magnin), el empleo de micrófonos y de videos (algunos muy logrados sobre la destrucción perenne de Beirut; otros, como el fragmento de una película de Kalimán, protagonizada por Adriana Roel, actriz del montaje, de inclusión difícilmente explicable), la repetición constante de un bolero y un elenco numerosísimo y desconcertado. Más allá de lances afortunados y transitorios (la escena en circuito cerrado de Julieta Egurrola y Diego Jáuregui, por ejemplo), los intérpretes transitan avasallados por el dispositivo, en muchos casos al borde la reducción total. Allí de nuevo surgen inquietudes: ¿es exponiéndolos que puede confrontarse a actores formados en otros tiempos con una teatralidad contemporánea? ¿El teatro de gran formato de la CNT ha de servir en esencia para emplear al gran número de actores que cobija, más allá de las obras y de los directores invitados? ¿Qué sentido tiene contar con un grupo de actores estable cuando un montaje tan complejo es resuelto en dos meses por una mancuerna de directores ganados por la ocurrencia? Más que cuestionarse los resultados escénicos, se pregunta por sus directrices programáticas de la CNT, un ente renacido bajo el signo de un escepticismo que sus pasos iniciales terminan justificando.