Opinión
Ver día anteriorViernes 22 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Qué hacer?
L

uego del reconocimiento internacional de que la crisis económica llegó para quedarse, ocurrió –como solían decir los pesimistas: éramos muchos y parió la abuela– la pandemia, que no sólo alarmó justificadamente a la sociedad, la cual tuvo un comportamiento ejemplar, sino que también provocó escepticismo y especulaciones acerca de la capacidad del gobierno federal para manejar adecuadamente la situación. Como sea, parece que la calamidad no se desbocó y que tal vez pueda recuperarse –turismo, empleo, etcétera– algo del fuerte retroceso sufrido.

Pero donde las cosas van de mal en peor es en el espacio del debate político; el escándalo y la suplantación de prioridades han dejado una secuela de podredumbre que sin duda provocará una alta abstención en las próximas elecciones federales y locales.

El más reciente libro de Carlos Ahumada demostró que la impunidad no es rentable, que las maniobras de los coludidos pueden ayudarles a salir del paso circunstancialmente, pero nunca hubo duda de que el fango brotaría de nuevo del excusado, tan inesperadamente como la vez anterior, y mancharía las alfombras de la sala en día de visitas… y precisamente poco antes de las elecciones.

La exhibición de traseros y otras flacideces parece de novela picaresca, lo malo es que no es tal sino que expresa hasta con crueldad una realidad incuestionable: la baja calidad que el sistema de partidos le impone al desarrollo político nacional. El IFE es un caso patético.

Pero el recital de horrores no paró ahí, faltaba la participación del esforzado maratonista Roberto Madrazo, a quien su entrenador, artífice de sus reconocidos éxitos deportivos internacionales, parece haberle sugerido que ésta era la coyuntura ideal para sacar su libro, en el que, por cierto, se describe a sí mismo como un templario del colosismo, lo que sumado a otros delirios termina por formar una sopa vomitiva y contaminante, de efectos contrarios a los que el supuesto autor aspiraba.

El espontáneo carnavalito del horror aún reservaba otro manjar: la entrevista de Carmen Aristegui a De la Madrid y la inmediata respuesta de Salinas, lo que motivó una autocrítica de don Miguel que hizo recordar a las que practicaron varias víctimas de Stalin durante los Procesos de Moscú: lavar la deshonra con el suicidio… así se las gastan todavía. ¡Qué chulada de familia!

Si la tendencia se sostiene habrá que esperar que en los próximos días se publiquen las memorias de El Mochaorejas, donde reconozca que siempre fue modesto admirador de Fox, o una edición, corregida y aumentada, de las memorias del ínclito don Gonzalo N. Santos.

Ante tan fallidas ironías, es mejor apelar a la sensatez: es lamentable que el patetismo de un circo de enanos mentales y fenómenos deformes haya tomado por asalto la atención pública, cuando su interés debiera estar puesto en la confrontación de programas y propuestas partidistas, en el cotejo de los compromisos de los candidatos con los intereses particulares y sociales, en suma: en la dignificación de la vida social y la autentificación de la contienda electoral.

Tan grosera distorsión (no por ello menos divertida) es responsabilidad de las autoridades electorales, de los partidos políticos y, por omisión, del gobierno federal, responsable final del desarrollo político nacional.

De la política casi nadie se acuerda, pero todos padecen su ausencia. De los políticos todos hablan pestes, pero muchos quieren ser políticos a sueldo. El escepticismo de la sociedad ante los discursos de los políticos, fruto del desengaño por tanta mentira recibida, está convirtiéndose en una peste aún más peligrosa para todos: en cinismo y una dejadez de una sociedad que acepta estar fatigada y desarmada, que no da señales de vitalidad, movilización autónoma y recuperación de su dignidad, la que hoy resulta indispensable para que, mediante un acto similar a aquel que sacó del templo a mercaderes y mercachifles a punta de latigazos, la sociedad depure las instituciones, partidos incluidos, que tanto trabajo le ha costado construir.

La runfla de anodinos y monocordes (salvo honrosísimas excepciones) candidatos que hoy buscan el voto ciudadano se han convertido en parte de un sistema de complicidades que atenta contra la sociedad, la que no merece semejante despojo. ¿Qué hacer en medio de este concierto de horrores, absurdos y desatinos? Ese es el dilema. Ojalá que pronto construyamos, en forma colectiva, la respuesta que reclaman millones de mexicanos.