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Las cenizas de la luz
Foto
Fotograma de la cinta de Majid Majidi, que se exhibe en la Cineteca Nacional, entre otros lugares
A

la gloria de Dios. Con esta invocación escrita se inicia Las cenizas de la luz (2005), sexto largometraje del iraní Majid Majidi, autor también de Baran (2001) y El color del paraíso (1999).

Importa señalarlo porque a lo largo de la cinta las referencias a un texto sagrado o a la voluntad de un espíritu superior, son numerosas. Youssef, el invidente profesor de poesía en una universidad iraní, a los 45 años lleva una vida doméstica armoniosa. Su mujer, compañera devota, le transcribe puntualmente sus textos (el hombre lee y redacta en Braille), y su hija de seis años le describe a su vez los fenómenos de la naturaleza que ella misma va descubriendo.

La percepción del mundo exterior se interrumpió para Youssef a la edad de ocho años, cuando un accidente le dañó las retinas; desde entonces su vida sensorial permanece ligada a sus primeras impresiones, en un imperturbable estado de inocencia que ahora comparte con su hija. Las cenizas de la luz narra el drama sicológico y moral que vive el protagonista cuando por un trasplante de córnea, luego de una falsa alarma de cáncer ocular, recupera providencialmente la vista.

En El color del paraíso, Majidi describía, en un medio rural, la experiencia de Mohammed, un joven invidente que era rechazado por su padre viudo, quien lo consideraba un estorbo en su intención de contraer segundas nupcias. Buena parte de aquella cinta refería, con un acentuado lirismo bucólico, la comunión del niño con la naturaleza, suerte de resguardo espiritual ante la incomprensión paterna y la adversidad del destino.

En Las cenizas del tiempo, la acción transcurre en un medio urbano y el hombre ya maduro que recupera de modo milagroso la vista; debe hacer frente no sólo al descubrimiento de su propio físico fatigado por el tiempo, sino también a una imprevista pérdida de la inocencia. En la cinta, descubre Youssef de lleno la realidad de los afectos que enmascaran la conmiseración, de la ternura como posible trámite engañoso hacia la avidez sexual; observa los rostros y descifra en ellos simulaciones e intenciones que antes sólo percibía confusa e inocentemente.

Su vida sentimental y su experiencia académica pierden encanto y misterio, y el espectáculo de otros invidentes que se afanan penosamente por sobrevivir, le revela un aspecto insoportable de su propio pasado. La crisis emocional estalla y el hombre soporta, de modo tan paradójico como patético, el pesado fardo de su buena suerte. La pérdida repentina de la inocencia –parece señalar el director iraní– equivale a una orfandad espiritual, a una ausencia de Dios, quien ha dejado a Youssef desamparado y sin aprendizaje previo frente a los rigores de la vida exterior, de la modernidad, y de su propia edad madura.

Un hombre lleno de miserias (según Pascal), privado de la gracia divina, injustamente exiliado del edén de su primera inocencia.

Una escena soberbia muestra a Youssef en un hospital parisino, quitándose temerosamente las vendas de los ojos pocas horas después de la operación. Por la abertura inferior de la gasa percibe primero el laborioso tránsito de un insecto sobre una hoja blanca; acto seguido, el protagonista explora titubeante el blanco corredor del sanatorio mientras recupera por completo la vista. Maestro en el manejo de metáforas y parábolas espirituales, Majid Majidi pronto se sitúa más allá de toda acusación de facilidad o sentimentalismo.

En otra escena memorable, su enfrentamiento a una ciudad hostil, como animal desamparado y ciego que corre entre los automóviles en un embotellamiento, es de nuevo un áspero comentario sobre la fragilidad de la condición humana. Desprendido súbitamente de su infancia virtual, lo que sigue para este hombre es la lenta recuperación de una armonía espiritual, una maduración afectiva y la reconciliación completa con ese mundo ajeno que, sugiere el director, ha empezado ya a pertenecerle.

Las cenizas de la luz se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.