Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de mayo de 2009 Num: 742

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
TOMÁS URIARTE

A mitad de siglo
ARISTÓTELES NOKOLAÍDIS

Epicteto: hacia una espiritualidad alternativa
AUGUSTO ISLA

Efraín Huerta, poeta feroz
RICARDO VENEGAS

El tiempo suspendido de Rulfo
MARÍA ELENA RIVERA entrevista con ROBERTO GARCÍA BONILLA

La voz entera de Benedetti
RICARDO BADA

Mucho más que un verso
LUIS TOVAR

El mismo Benedetti
CARLOS FAZIO

Oaxaca, ¿tierra de linces?
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

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GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Juan Domingo Argüelles

El poeta como un pequeño Dios

Culturalmente, por tradición milenaria, los poetas gozan de una especie de inmunidad sagrada. Son los brujos y los visionarios de la tribu, los iluminados, los oráculos. Los seres superiores que se apartan y se elevan por encima de la manada. La popularización de la poesía, más que refutar esta idea, la remachó: los poetas más populares se convirtieron en estrellas del firmamento pseudolaico. El libro los vulgarizó pero no les quitó el halo sagrado; antes por el contrario los canonizó.

Los más sensatos lo tomaron con modesta vanidad, pero los más vanidosos y arrogantes se lo creyeron y trasladaron la sacralidad de la figura poética a la deificación individual del que escribe y publica poesía. Así, concluyeron: puesto que somos poetas, esencialmente, somos buenos, justos, impolutos y nobles. Y esto se extendió como ideología. Hoy, si pensamos que un poeta, por el noble hecho de serlo, no puede cometer malas acciones, es porque creemos, religiosamente, que la poesía es una suerte de escapulario que nos salva, en todo momento, de cometer acciones antipoéticas.

Quizá, como una generosa utopía, debiera ser así. Pero nada más lejos de ello. Los poetas también pueden ser antipoéticos. Y, de hecho, lo son. Todos los días.

En su panfleto Contra los poetas, Witold Gombrowicz se lanza contra ellos: “Sería más delicado por mi parte no turbar uno de los pocos rituales que aún nos quedan. Aunque hemos llegado a dudar de casi todo, seguimos practicando el culto a la Poesía y a los Poetas, y es probablemente la única Deidad que no nos avergonzamos de adorar con gran pompa, con profundas reverencias y con voz altisonante... ¡Ah, la palabra del Poeta, la misión del Poeta y el alma del Poeta! Y sin embargo, me veo obligado a abalanzarme sobre estas oraciones y, en la medida de mis posibilidades, estropear este ritual en nombre de una rabia elemental que despierta en nosotros cualquier error de estilo, cualquier falsedad, cualquier huida de la realidad.”


Gombrowicz

Si leemos atentamente su alegato, veremos que lo que irritaba a Gombrowicz no era la poesía, sino sus poses y su vanilocuencia concentradas en el siguiente sofisma: los poetas somos excelentes seres humanos, puesto que somos poetas.

La verdad es que los poetas vivimos asaeteados por las mismas tentaciones que cualquiera y, muchas veces, como creía Wilde, la única forma que tenemos de vencer esas tentaciones es cayendo en ellas. Y todos caemos con demasiada frecuencia, aun cuando algunos se piensen siempre en un cielo perfecto.

Estos últimos son los más susceptibles, y son los que se irritan ante las palabras de Gombrowicz. Lo ideal sería que esa susceptibilidad fuese siempre más pequeña que su ética. Insignificante. Ser poeta no nos releva de responsabilidades ciudadanas. El poeta no es un ángel ni un santo, es una persona que escribe poesía y que, cuando no escribe, puede hacer muchas cosas honorables y también no pocas canalladas. Que los poetas sigan creyendo que son santos o ángeles no nos debería impresionar demasiado. Que sus libros hablen por ellos, si de poesía se trata, y –si hablamos de ciudadanos– que sus acciones los definan. Y hay que agradecerle a Gombrowicz la muy saludable desacralización. Si no fuéramos tan susceptibles, los poetas exclamaríamos: ¡Que viva Gombrowicz!

Huidobro dijo que “el poeta es un pequeño Dios”, y muchos tomaron esta licencia como algo literal. El poeta chileno se refería al proceso de creación. Si Dios es el Creador por excelencia, el poeta, que es también un creador, es como un pequeño Dios. Esta es la explicación simple, sin grandilocuencia, y tal símil podría aplicarse, como es lógico, no sólo al poeta lírico o épico, sino también a muchos artistas: al narrador lo mismo que al pintor, al escultor lo mismo que al músico, en tanto que son inventores de universos.

Para evitar ruidosas vanidades y tontas arrogancias, nunca estará de más recordar todo el tiempo la refutación de Neruda a Huidobro en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura: “El poeta no es un ‘pequeño dios.’ No, no es un ‘pequeño dios’. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y ofi cios. [...] El mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios”