Opinión
Ver día anteriorJueves 28 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tragedia shakespeariana
E

n las últimas semanas nuestra vida política se ha convertido en una tragedia de Shakespeare en la que no se salva ni el apuntador. Al que no matan, se suicida –políticamente, se entiende–, si no es que se muere de frío –también político–. El libro de Carlos Ahumada exhibe primeramente a su autor, como un bucanero dispuesto a todo a cambio de dinero. No deja de ser un enigma la credibilidad que la opinión pública dispensa a los dichos de un individuo de semejante calidad moral. Sin embargo, como las historias de Ahumada confirman nuestros peores prejuicios en relación con los políticos, y también sirven a la lucha política, se admiten sin cuestionamientos como verídicas, y se utilizan para desacreditar al adversario. De milagro no lo han nominado para la Medalla Belisario Domínguez.

A ver, a ver. Ahumada mintió a diestra y siniestra, corrompió a todo el que se dejó, participó en conspiraciones políticas, sedujo y abandonó a una alta funcionaria primeriza, y quién sabe a cuántas más, y ahora, ¿nos cuenta la verdad? No sé por qué vamos a creerle. No nos vaya a pasar como a Rosario Robles. Ahumada también pone en evidencia una vez más las corruptelas de los operadores políticos de Andrés Manuel López Obrador, las intrigas de los panistas –y su inconmensurable torpeza– y la mano negra de los priístas. El coro lopezobradorista se apresura a clamar ¡Compló! ¡Compló!, como si con estos gritos quisieran distraer nuestra atención para que no recordemos los portafolios gordos de dólares de Bejarano, o la rebelde melena de Carlos Imaz con la que apenas disimula la transacción non sancta que lleva a cabo.

La entrevista de Carmen Aristegui a Miguel de la Madrid es otro ejemplo de un episodio en el que nadie queda bien. El ex presidente ha tenido desde hace tiempo problemas de salud, en algunas temporadas los efectos de su mal –cualquiera que sea– han sido relativamente visibles –y en la entrevista son audibles–; lo que es clarísimo es que ya no es tan fuerte ni ágil como antes. En este caso se le escuchó imprudente –como nunca ha sido– y escueto; sus respuestas sobre temas complejos están poco elaboradas, carecen de argumentos que hubieran matizado sus afirmaciones, por ejemplo, en relación con el estado de derecho como instrumento de gobierno.

Cualquiera que tenga un padre o una madre en edad avanzada será sensible a las dificultades que tuvo De la Madrid para reaccionar a las preguntas con respuesta que se le hacían. Tanto así que buena parte de sus contestaciones es monosilábica: , no, tal vez, es posible, puede ser. De lo que resulta que De la Madrid no sabe mucho más que cualquier lector de periódico de los temas tan escabrosos que le planteó Carmen Aristegui: la corrupción de los hermanos Salinas, sus vínculos con el narcotráfico. No añadió ninguna novedad a los rumores y las noticias que han circulado al respecto desde hace ya varios años; y se adivina la incomodidad de De la Madrid bajo la presión inmisericorde que le aplicaba la entrevistadora cuando quería que dijera que Carlos Salinas era un delincuente.

Entiendo bien que una entrevista con un ex presidente es una extraordinaria oportunidad para una periodista que espera obtener información en exclusiva, la clave, el eslabón que todos han buscado inútilmente para sustentar con evidencia dura lo que todo el mundo repite, y que ella está decidida a obtener. Sin embargo, más que respuestas Carmen Aristegui está buscando que De la Madrid le confirme lo que ella sabe o cree; de ahora en adelante sus opiniones sobre estos temas contarán con el aval de las respuestas monosilábicas del ex presidente. Por eso, la entrevista no aporta ningún elemento nuevo de juicio, sino que es toda ella un juicio, cuyo veredicto ha sido dictado de antemano por Carmen Aristegui. Defiendo y disfruto la libertad de expresión, admiro en general el trabajo de Aristegui, pero aun así, me pregunto si todo se vale para ganar la noticia. No sé si esta entrevista contribuye al avance democrático, como dicen muchos. A mis ojos, todos los involucrados quedaron mal, uno por sus respuestas, otra por sus preguntas, otros por su descuido y los Salinas por sus pecados.

En Zacatecas la enemistad entre los Montescos y los Capuletos, localmente conocidos como los García y los Monreal, anuncia enfrentamientos que pueden ser tan sangrientos como los que en Verona en el siglo XVI liquidaron a los miembros de esas familias. No obstante, en México en el siglo XXI no deja de ser curioso que el senador Monreal declare que la investigación criminal en la que está involucrado su hermano es una ofensiva de la gobernadora contra la familia Monreal porque le disputamos el poder. Fue más allá, y denunció a la hija de la gobernadora, la senadora Claudia Corichi, de orquestar el ataque contra los Monreal. Este episodio ilustra lo que ocurre en muchos estados de la República, donde la lucha por el poder es un asunto de familias y de dinastías. Aquí, la siempre elegante gobernadora García aparece como la víctima de las ambiciones de los muchos Monreales que hay en el estado, pero no se ve muy bien que su hija sea senadora y que aspire a sucederla en la gubernatura. Esto es probablemente una injusticia, pero, ahora el PRD y el PT no tienen ya autoridad para acusar al PRI y al PAN de promover dinastías y ocupar las curules con parientes. Si el apuntador de todas estas tragedias es el IFE o el Trife, de veras que no nos queda más que llorar ante tanto drama.