Opinión
Ver día anteriorMartes 2 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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ace más de tres décadas que la economía mundial gira en torno al eje Estados Unidos-Unión Europea-Japón. Durante ese lapso surgieron experiencias exitosas de desarrollo que combinaron nuevas formas de organización económica y nuevas instituciones, con avances espectaculares de su educación hasta el nivel superior (en algunos casos con más alcance que otros, como Corea del Sur, caso singular en la historia del mundo por la velocidad de crecimiento y la alta calidad de su sistema educativo). Esas transformaciones fueron el soporte del desarrollo de la nueva tecnociencia en la que vive hoy inmerso el mundo desarrollado, y todo ello configuró círculos virtuosos de sinergias que daban vuelta cada vez más hacia arriba a la curva de los recién llegados al desarrollo.

Esos rasgos comunes, abstraídos de las respectivas experiencias históricas de cada uno de esos países, poseen, sin embargo, contenidos diferentes. El paso al desarrollo de cada país que ha entrado en el club de los desarrollados, ha sido una experiencia original, propia, surgida de los elementos que estaban ahí, en su fondo social histórico.

También tienen en común que dieron ese salto acoplándose al eje Estados Unidos-Unión Europea-Japón aunque, nuevamente, lo hicieron de manera diferenciada. Los llamados cuatro tigres asiáticos e Irlanda o Finlandia, por ejemplo, alcanzaron altos grados de competitividad internacional, pero operaron de manera distinta su inserción en el mundo globalizado regido por el eje referido. Los primeros cuatro lo hicieron mediante un acople profundo con Estados Unidos, mientras los dos países europeos lo hicieron de forma sensiblemente más diversificada.

Las exportaciones sudcoreanas representaron 55 por ciento de su PIB en 2008, según informe del Banco de Corea, ligadas fuertemente a la economía estadunidense. Con una economía atada tan profundamente a la demanda externa, es imposible ver una recuperación de corto plazo, por cuanto tampoco existe para el conjunto del eje referido.

Mientras las economías de ese eje se debaten y debatirán en los próximos años en un endeudamiento astronómico, del que aún no saben cómo saldrán; verán además el desempleo avanzar ineluctablemente, y oyen que la deflación parece tocar ya a sus puertas, otros países, que venían acercándose al umbral del desarrollo, quedaron en posición de redefinir rápidamente sus rumbos. El llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y China), cuyo probable futuro hasta hace poco parecía tener pocos visos de realidad, comienza a adquirir una solidez creciente, no sólo como países que pueden acelerar su marcha hacia el desarrollo, sino convertirse, desde ahora, en un factor relevante de estabilidad para la economía mundial.

Brasil obtuvo su primer superávit comercial tras 18 meses de déficit consecutivo y en abril se ha duplicado la entrada de inversión extranjera directa respecto del trimestre anterior, lo cual refleja las perspectivas positivas de la inversión externa sobre el futuro brasileño. China, cuyo acople con Estados Unidos ha sido profundo, está en posibilidad de mantener el crecimiento de su economía en torno a 8 por ciento, debido a sus amplísimas reservas, mediante una política fiscal expansiva dirigida al mercado interno, especialmente en la construcción de múltiples formas de infraestructura.

Hasta mediados de 2008 Estados Unidos producía 25 por ciento del PIB mundial, pero consumía 50 por ciento del mismo. Sostener indefinidamente ese ritmo de consumo es imposible aun para la economía más poderosa del mundo. Sus déficit externos producen el mayor desequilibrio económico del planeta. Una seria dosis de austeridad en el consumo se les impone irremisiblemente, y el impacto de ello en la demanda mundial, paulatinamente pasará a otras economías, en primer lugar a China, que ya es el segundo consumidor de petróleo del globo.

China, frente a esos datos, ha asumido con más fuerza la llamada teoría del desacople respecto del eje que ha sido dominante.

India tuvo la visión de no hacerse dependiente del comercio mundial, mientras alcanzaba grandes desarrollos en la tecnociencia moderna, y Rusia va por la expansión de su sistema científico y tecnológico, mientras su estatal petrolera, Gazprom, ha ido obteniendo una curva de éxitos notables.

No es extraño que durante el presente junio, Brasil, Rusia, India y China hayan programado una reunión en Rusia para trazar acuerdos que le den consistencia creciente al llamado desacople, a la luz de los acuerdos tomados en la reciente reunión del G-20.

De conservarse, esas tendencias tienen claramente los visos de dar a luz una nueva multipolaridad distinta de la que conocemos, acaso una distribución más horizontal del poder en el mundo, una sujeción de la esfera financiera a la economía real, mientras ésta última se pone mucho más claramente al servicio de una política de desarrollo social efectiva. Esto último significa la imperiosa necesidad de fijar un piso mínimo aceptable en términos de salud y educación para toda la población del planeta.

Una globalización no neoliberal es posible. Acaso debamos, con regocijo, decir adiós al dólar como el medio de pago internacional. Acaso. Aunque no será para mañana.

¿Gobierno y partidos mexicanos aprenderán algo de cuanto ocurre frente a sus narices?