Editorial
Ver día anteriorViernes 5 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU y el Islam: gestos de distensión
A

yer en El Cairo, el presidente estadunidense, Barack Obama, pronunció un discurso histórico, orientado a la reconciliación entre su país y el mundo islámico, y fue al grano: empezó por reconocer la gran tensión que existe entre ambas partes como consecuencia de la política belicista, criminal e ilegal implantada en los ocho años de gobierno de su predecesor, George W. Bush, que incluyó el arrasamiento y la ocupación de dos naciones predominantemente musulmanas –Afganistán e Irak–, el apoyo a las expresiones políticas más retrógadas y antidemocráticas del mundo árabe, y la tolerancia y hasta el respaldo a las políticas genocidas y depredadoras de Israel en los territorios palestinos. Esa política tuvo como soporte ideológico el discurso racista y supremacista del que salieron las nociones falsas del choque de civilizaciones y de un inexistente islamofascismo, entre otras, por más que los neoconservadores del gobierno de Bush y sus simpatizantes nunca hayan reconocido de manera abierta que se habían embarcado, literalmente, en una cruzada –es decir, en una agresión procedente del Occidente cristiano contra el oriente islámico–, y hayan tratado de disimular su desprecio, por mera política pragmática, hacia los pueblos árabes.

Restañar las heridas y disipar los rencores generados por siete años de agresiones militares, económicas, policiales, diplomáticas y discursivas contra los ámbitos árabe y musulmán no son tareas que puedan lograrse, como lo admitió el propio Obama, con un discurso, por brillante que éste haya sido. Sin embargo, el cambio de tono puede hacer posible imaginar una superación de esa parte de la herencia catastrófica del bushismo.

Puntos fundamentales de la alocución de Obama fueron su reconocimiento de la intolerable situación a la que ha sido reducida la población palestina por Israel, el más estrecho aliado de Estados Unidos en Medio Oriente; la ilegalidad de los robos de tierras perpetrados por el régimen de Tel Aviv; las similitudes entre el trato brindado por Israel a los palestinos con el extinto apartheid sudafricano, y el segregacionismo que negó derechos básicos a los negros estadunidenses hasta los años 70 del siglo pasado. Por añadidura, el presidente estadunidense criticó implícitamente la posesión de armas atómicas por el Estado judío y exigió el acatamiento del Tratado de No Proliferación Nuclear, que nunca fue firmado por Israel.

Desde otro punto de vista, son de destacar los acentos autocríticos del discurso: el error de la invasión de Irak, el improcedente afán de imponer gobiernos a modo en países ajenos –ahí están los casos del propio Irak y de Afganistán– y la pérdida de valores que ha significado el uso recurrente de la tortura, en el contexto de lo que Bush llamó guerra contra el terrorismo, y la creación de campos de concentración como el que aún existe en Guantánamo.

Más allá del ámbito estrictamente político, Obama, cuyo segundo nombre es Hussein, y cuyo padre fue musulmán, valorizó –es el primer ocupante de la Casa Blanca que lo hace– los componentes islámicos en la historia, la cultura y la sociedad estadunidenses. Por lo que hace a las sociedades musulmanas, las instó a rencontrar en sus propias raíces la tolerancia, la pluralidad, los valores democráticos, la dignidad e igualdad de las mujeres, y evocó como ejemplos de tolerancia el califato de Córdoba, en la España medieval, y la sociedad indonesia, mayoritariamente islámica y en la que él, siendo cristiano, vivió cuando era niño.

En suma, ante el fenómeno del fundamentalismo musulmán y sus expresiones violentas, Obama llamó a los propios seguidores de Mahoma a enfrentarlo y erradicarlo en el terreno de las ideas.

Ciertamente, lo dicho por el presidente estadunidense ayer en la Universidad de El Cairo no eliminará las inercias hostiles que persisten en contra de Estados Unidos y que no fueron provocadas únicamente por el gobierno de Bush hijo sino que han sido alimentadas durante décadas por una sostenida política de injerencias y agresiones militares. Tampoco cabe esperar aperturas súbitas ni procesos democratizadores en las naciones islámicas y árabes más cercanas a Washington y que son, significativamente, de las más antidemocráticas y totalitarias.

Cabe resaltar, a este respecto, el hecho de que, en su primera visita al mundo árabe como presidente de Estados Unidos, Obama haya escogido visitar Arabia Saudita y Egipto, dominados, respectivamente, por una monarquía autocrática y un régimen dictatorial, ambos corruptos y violadores pertinaces de los derechos humanos, y que haya sido precisamente en el segundo de ellos en donde se dirigió al mundo musulmán en general. Posiblemente el dato sea indicativo de las dificultades de transformar en el breve plazo una política de Estado que, en el caso de Washington, se ha significado, entre otras cosas, por su respaldo a algunas de las peores tiranías del mundo, a condición de que se mantengan alineadas a los designios geoestratégicos de la superpotencia.