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Algunas de esas personas narran a La Jornada cómo se las arreglan para superar el olvido

Precariedad y abandono envuelven a los herederos de los Dorados de Villa

Guadalupe Villa Quesada, hija del Centauro del Norte, sólo recibe 900 pesos al mes del gobierno de Chihuahua

En contraste, se canalizan abundantes recursos para los festejos de 2010

Foto
Entrada de la ex hacienda de Canutillo, ahora Museo de Pancho Villa, en el municipio duranguense de Villa Ocampo. El lugar fue restaurado en 1920 por el líder revolucionario, no sólo para utilizarla como su vivienda al entregar las armas, sino también para dar cabida a un pequeño frontón y una escuela primaria que en su momento llegó a tener más de 300 alumnosFoto Óscar Jiménez Carrillo
 
Periódico La Jornada
Sábado 6 de junio de 2009, p. 5

El brillo de los Dorados se extingue. Los hombres y mujeres que alguna vez pertenecieron a la División del Norte, uno de los ejércitos campesinos más poderosos en la historia del país, han muerto ya, subsisten en condiciones lamentables o heredaron la precariedad a sus familiares.

Mientras en el país casi todo el dinero que se dedica a conmemorar el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución se utiliza para organizar mesas redondas, actos cívicos con abundantes discursos o señalamientos viales de la Ruta 2010, a quienes participaron directamente en el movimiento de 1910 sólo les llegan migajas.

De esa situación parece no escapar nadie. No importa el grado militar, el parentesco ni la necesidad. Tampoco los sitios donde se llevó a cabo la lucha se libran del abandono. En charla con La Jornada, algunas de las personas que viven esta situación narran de qué forma se las arreglan para superar el olvido.

El apoyo que nunca llegó

Prácticamente nada se puede hacer para recibir una pensión digna ni para que ésta llegue a tiempo todos los años. Ni siquiera ser hijo directo de una leyenda. Eso le consta a doña Guadalupe Villa Quesada, hija de Pancho Villa, quien subsiste gracias a la ayuda de sus hijos, en las mismas condiciones de precariedad que el resto de los veteranos de la Revolución.

A los 93 años de edad, doña Guadalupe se escucha por teléfono mejor de lo que se siente en realidad. Si agarro la escoba y doy un barradazo, me caigo. No sé qué tengo, no puedo respirar bien, no me puedo mover, y si mis dos hijas no me atendieran ya me hubiera muerto de hambre, estoy muy mala, dice con un tono entre resignado y triste.

A cada participante en la Revolución –prácticamente en extinción– o a sus familiares directos, el gobierno de Chihuahua les da 900 pesos al mes. Con la salvedad de que casi todos los años les retienen el dinero correspondiente a enero, febrero y marzo.

Nadie sabe por qué. No hay explicación. Doña Guadalupe piensa que son leyes que pone o quita cada gobernador, y que mientras tanto, obligan a la gente a ingeniárselas en lo que llega abril, fecha en que les dan el dinero faltante.

El bienestar de la hija del Centauro del Norte, quien no tiene casa propia a pesar de las promesas de varios gobiernos, depende casi por completo de lo que le den sus parientes. Su hija, quien tiene un puesto de comida en el mercado local, le da puntualmente el dinero que le han regateado las autoridades.

Nunca nos han apoyado. Lo único que nos dan a los hijos de los veteranos es un desayuno con el presidente cada año. Echeverría no nos dio absolutamente nada. López Portillo me dijo que me iba a dar una pensión; yo le dije que mejor me diera trabajo en la sierra, porque yo hablaba muy bien el tarahumara, pero el papelito (para hacerlo) que me dio no estaba firmado, cuenta.

¿Qué cree usted que se puede hacer con 900 pesos? Ellos (los gobernantes) se los gastan en un ratito, y nosotros cada mes tenemos que comprar con eso el gas, el azúcar, café, un pedacito de pollo de vez en cuando, cositas para comer. Con el costo de la canasta básica, ¿qué nos queda?

Para remediar esta situación, “necesitaba nacer otra vez el general, y si naciera, se caía al ver las injusticias que están haciendo. El general –dice con solemnidad, en referencia a su padre– no fue ratero. Vio por los pobres, hizo la Revolución para que hubiera escuelas y médicos”, resume.

Tal vez por esa actitud, por no quedarse callada cuando le quieren quitar lo que en derecho nos corresponde, doña Guadalupe ha tenido roces con las autoridades.

“‘¿Cómo defiende usted a esos quejosos?’, me dijo el anterior gobernador. Pues sí señor, sí los defiendo. Se lo dije y se lo vuelvo a decir. Y ordenó que se nos volviera a dar nuestro dinero. ¡Es que estamos en la miseria! Si no fuera por nuestros hijos, se lo juro que ya nos hubiéramos muerto de hambre.”

La guerra del fin del mundo

Don Julián López Macías es hijo del teniente coronel José López Fierro, integrante de la División del Norte, y ahijado del mismo Pancho Villa. Hoy, cerca de cumplir 90 años, vive en la comunidad de Jiménez, Chihuahua, y también se mantiene con los 900 pesos de pensión que le da el gobierno estatal cada mes. Con la misma historia del retraso.

Con 900 pesos, ¿qué hace uno?, oiga. Es muy poquito, no se puede hacer nada, ni siquiera pagar el agua o los impuestos. Si no fuera por mi hija y mi nieto, que me ayudan con algo, no podría cubrir mis gastos. Ya se acabó el tiempo en que podía andar en el campo, mi amigo, cuenta a La Jornada.

El hijo del combatiente villista considera que en estos tiempos las cosas van de mal en peor. Con otros presidentes al menos no había tantos secuestros y matanzas. Como dice Panchito, la Revolución no ha terminado, apunta don Julián, en alusión al documental del mismo nombre realizado por el cineasta Francesco Taboada.

La situación podría mejorar, dice, sólo si la Secretaría de la Defensa Nacional entendiera que 900 pesos es muy poco dinero, y que nos ayudara con unos mil 500 o 2 mil pesos. Ya teníamos tres o cuatro meses sin que nos llegara ni un cinco, y eso me desagrada.

El disgusto entre los veteranos y sus hijos es todavía más fuerte, porque mi general Villa fue el que defendió México a punta de bala, y consiguió justicia, tierra y libertad. En aquellos años, mi padrino trajo a la gente del campo, que eran esclavos, a defender la patria. Ya sería muy difícil que volviera a haber guerra por la pobreza, ya sería el fin del mundo.

Del pupitre al frontón

El virtual abandono en el que están los veteranos de la Revolución no es la única muestra de la falta de interés de las autoridades. También el patrimonio material de esa época se encuentra en el olvido, y buena parte de los sitios donde se desarrolló la historia revolucionaria están en pésimas condiciones.

Ejemplo de ello es la destrucción del colegio Felipe Ángeles, una de las primeras escuelas rurales del México posrevolucionario, mandada a construir junto a la hacienda de Canutillo por el propio Pancho Villa, y que fue derruida hace poco más de cinco años por órdenes del anterior alcalde del municipio de Ocampo, el priísta Jesús Soto Arzola.

El historiador y periodista José de la O, cronista de dicho municipio duranguense, explica en entrevista que el funcionario justificó su decisión –duramente criticada por varios sectores– afirmando que las ruinas de la escuela estaban sirviendo como “refugio de cholos”.

Lo primero que hace Villa al llegar a Canutillo en 1920 es reconstruir el casco de la hacienda y a la par funda este sitio, que es el motor de la escuela rural mexicana, una de las principales promotoras de la educación en la etapa de José Vasconcelos, señala De la O.

La buena relación que tenía Villa con las autoridades educativas le permitió disponer de libros y maestros pagados por el gobierno federal. El colegio –uno de los más de 40 que construyó el líder revolucionario durante el único mes que gobernó Chihuahua– llegó a tener más de 300 alumnos de Durango y Chihuahua, un hito para una comunidad tan pequeña.

De la O y un grupo de personas interesadas en el patrimonio villista denunciaron formalmente el acto del ex alcalde, pero nunca hubo castigo, ni siquiera un citatorio. Soto Arzola insistió en que ahí se reunían los vándalos para tomar, orinarse y tirar basura. Nunca ofreció una disculpa, y para desmarcarse de las críticas mandó cercar el terreno donde estuvo la escuela.

El historiador señala que el gobierno duranguense ni siquiera ha podido poner en marcha una estrategia para explotar turísticamente el nombre de Villa, como sí se hace en Chihuahua y Zacatecas. Sin embargo, más importante que eso es crear más arraigo e identidad en nuestras comunidades, en vez de estar poniendo anuncios en las carreteras.

Sin embargo, a pesar del derrumbe de la escuela –donde también estudiaron algunos de los combatientes villistas–, todavía quedan en pie, como mudos y nostálgicos testigos, el asta bandera y un muro para jugar frontón, lo que revela una faceta histórica poco conocida: el Pancho Villa amante del deporte, comenta por su parte el periodista local Gilberto Jiménez.

Donde quiera que iba, Villa mandaba levantar paredes para jugar rebote, como se le conoce a ese juego en esa zona del país, cuenta Jiménez. La hacienda de Canutillo no fue la excepción, pero también el frontón del lugar está a punto de caerse si no es rescatada pronto por las autoridades.