Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de junio de 2009 Num: 744

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La fiesta de la cultura
ROMÁN GUBERN

Tiempo de transición
ALFONSO GUERRA

Joseph Renau: Yo no he esperado, he vivido
ESTHER ANDRADI

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
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Enrique López Aguilar
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Optar por la mentira

Iba a emplear la palabra mitomanía, pero no me gusta el término mitómano. Además de que –como todas las palabras de origen griego en español– es cacofónica, creo que no dice lo que debe decir. Mito no significa “mentira” –es más, según algunas teorías ochenteras que corrían entre los estudiosos de la antropología cultural, su sentido es el de “la más auténtica verdad”. El pseudosufijo -mano, por su parte, tampoco significa “gusto por”, sino implica un estado báquico de posesión divina que no tiene nada que ver con cleptomanía o megalomanía. Mitómano, según esto, sería una persona “poseída por la más auténtica verdad en medio de un arrebato divino”, definición que está muy lejos de la descripción del mentiroso. Ni siquiera el uso común de la palabra me parece el conveniente para alguien que difama o calumnia. La palabra mitómano  sugiere, más bien, la personalidad de quien inventa tonterías por no tener nada que decir, con lo que se vuelve inocua frente a mentiroso, pues ésta define mejor a quien siembra cizaña y es nocivo por la manera como manipula verbalmente la realidad para engañar a otros.

De proseguir con la idea de que mitómano es “quien inventa tonterías por no tener nada que decir”, la palabra podría aplicarse a las personas que adjudican a fuerzas “inexplicables” el esclarecimiento de fenómenos mucho más tangibles y mensurables. Es el caso de los que prefieren ver la mano de Dios o del Destino en acontecimientos que casi siempre tienen que ver con la irresponsabilidad personal, con el azar o con la física: “Dios quiso que esa diarrea lo matara”, “su destino fue pasar por donde cayó el rayo”, “esos ruidos de la azotea son los de un aparecido que anda por ahí”… Y, ya sea por ignorancia o superstición, resulta que esas ocurrencias casi “mágicas” se convierten en verdades irrebatibles para quienes no prefieren mejores esclarecimientos, con lo cual –en efecto– tanto el que “explica” como el que acepta la “explicación” parecen colocarse en los tiempos arcaicos del mito , cuando éste fusionaba experiencias precientíficas junto con religión, cosmogonía, teogonía y los demás saberes comunitarios que se cristalizaban en historias llenas de símbolos y en frases como “pasó un ángel” (para describir ese momentáneo estado de silencio ocurrido entre varias personas).

La palabra mentir proviene del latín mentiri y es tan antigua como las lenguas romances, así como de uso general en todas ellas, según lo propone Corominas. Moliner la define como “decir cosas que no son verdad, para engañar” y “engañar a alguien [con] una cosa haciéndole creer en la existencia de algo que no existe en la realidad”. En este caso, el hecho de mentir implica una intencionalidad, la voluntad deliberada de confundir a los demás en provecho propio, o para conseguir el perjuicio de un tercero. Eso fue lo que hizo Yago para arruinar a Otelo mediante las mentiras tejidas alrededor de Desdémona; también lo que hizo Emma Zunz para vengarse de Aarón Loewenthal en el cuento borgeano que lleva el nombre de la protagonista y cuyo párrafo final describe las consecuencias y el entorno de una mentira eficaz: “La historia era increíble […], pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”

Hay personas como don García –el protagonista de La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcón–, que tienden al impulso de producir “pequeñas mentiras” en lugar de declarar la verdad, como quienes achacan a otros la comisión de conductas que sólo son fruto de invenciones caprichosas, o que no se reconocen como decisiones personales: “no te he buscado porque me prohibió que hable contigo”, “es que me impide salir de la casa después de las dos de la tarde”, “insiste en que todo lo de la casa es suyo”, con lo que el asunto de la responsabilidad individual se adjudica a los actos y decisiones de terceros (los especialistas modernos consideran que los pacientes con trastorno de atención dispersa e hiperactividad y quienes padecen bipolaridad tienden al constante recurso de la mentira, casi como un acto instintivo).

La mentira está ligada con la traición y con ella el simulador obtiene el éxito que busca. Es posible que sólo en la más afamada de las traiciones no haya ocurrido ese hecho inmoral: me refiero a la necesaria participación de Judas dentro del misterio de la Cruz , a la circunstancia de que Jesús “sabía”.