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En hora y media se acaban las 200 raciones que se ofrecen de lunes a viernes, dicen

Comedores del GDF revelan pobreza, desempleo y hambre, afirman encargados

Compro cinco dotaciones y las hago rendir para 7 personas, señala una de las usuarias

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Aspecto de las filas de usuarios de dos comedores del GDF. Arriba, el de Pino Suárez, y sobre estas líneas, el del Pedregal de Santo Domingo, CoyoacánFoto Roberto García Ortiz
 
Periódico La Jornada
Viernes 12 de junio de 2009, p. 41

Convocados por el desempleo, la falta de dinero y el hambre, mujeres y hombres de todas las edades, de zonas clasificadas como de media, alta y muy alta marginación, hacen fila de lunes a viernes hasta por más de dos horas, frente alguno de los comedores comunitarios y/o públicos con el propósito de alcanzar una de las comidas que se ofrecen con el apoyo del Gobierno del DF por sólo 10 pesos, en los primeros, y gratis, en los segundos.

De los 300 comedores, 160 son comunitarios autogestivos y están a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social, la cual signó convenios de colaboración y comodato para el uso de inmobiliario con un costo de 62 mil pesos. Mientras que el DIF-DF administra otros 90 y el Instituto de Asistencia e Integración Social, los 50 comedores públicos, los cuales están en zonas donde se tiene ubicada a población en situación de calle y en extrema marginación. Éstos son gratuitos.

Apenas es mediodía, faltan dos horas para que abra el comedor comunitario de la colonia Pedregal de Santo Domingo, en Coyoacán, zona considerada de alta marginación; sin embargo, más de una docena de bolsa y/o recipientes de plástico forman ya una hilera sobre la banqueta.

Sus dueños, amas de casa, en su mayoría personas de la tercera edad, y niños. “Preferimos llegar temprano pa’ alcanzar, ya para las 3 no hay nada”, responde la señora Antonia.

Compra cinco raciones, pero hace que rindan para siete personas, pongo a cocer frijolitos y más tortillas, con eso completamos. Ella cuida a tres nietos, retoños de una hija que trabaja, y que le da de gasto 700 pesos a la semana. Otra hija le dejó a su niño desde bebé. Su esposo está desempleado desde 2008.

A las 14 horas las puertas del comedor se abren. En la fila ya hay más de 50 personas, y sólo se hacen 200 comidas. Conforme se anotan en la lista, entran para formar dos hileras: una para quienes se llevan los alimentos y la otra, para quienes comen ahí.

Trabajo aquí adelante en un taller, si bien nos va ganamos 900 pesos a la semana, responden mientras saborean su caldo de habas, una comida corrida por aquí vale 35 pesos y no se compara con ésta, aquí está rica y por 10 pesos hasta agua nos dan.

En el comedor comunitario de Miravalle, una de las colonias de mayor índice de inseguridad, ubicada en la Iztapalapa, sus comensales no apartan el lugar. Llegan poco a poco, muchos de ellos son estudiantes de las escuelas secundarias de la zona, cuyos padres trabajan. Maestros y maestras que al terminar las clases se reúnen ahí.

La señora Guadalupe vive frente al comedor. Lleva a dos de sus cuatro hijos, paga dos comidas y los sienta en una de las mesas de afuera para vigilarlos, mientras ella está en su tiendita.

La responsable del primer comedor, María de Lourdes Morales Díaz, señala que hay mucha necesidad, en hora y media se terminan las 200 comidas que hacemos al día. Comentario que comparte su homóloga de Iztapalapa, Galdina Macedo, aunque en promedio de una a tres, es cuando va más gente.

Al de Santa María Tomatlán, Iztapalapa, van los trabajadores de la Línea 12 del Metro.

Al igual que en los comedores comunitarios, en los públicos, los comensales comienzan a llegar antes de las 11 de la mañana para alcanzar una de los 200 raciones que se sirven gratis a partir de las 13:30 horas.

Los asistentes al comedor público de Pino Suárez son limpiaparabrisas, obreros, desempleados, habitantes de vecindades, hasta alcohólicos y drogadictos que diario provocan alguna riña entre quienes están formados.

“Nos gustaría que hubiera seguridad, porque luego vienen muchos malillos, molestan a las muchachas, o se ponen a tomar o fumar mariguana, no podemos hacer nada”, denuncian, aunque piden que no se publique su nombre por temor a represalias.