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En Demasiados héroes Laura Restrepo recuerda, sin desencanto, su historia de resistencia

México es un país triturado por la guerra contra el narcotráfico

Por fortuna aún no llega al tipo de violencia que en Colombia no tiene fondo, dice en entrevista

Publicado por Alfaguara, el libro narra la convivencia con el terror en la dictadura argentina

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He querido contar un hecho histórico desde la óptica de dos generaciones, es una manera de decir que tienen más repercusiones de lo que pensamos, expresó la autora, arriba, en una imagen de 2005Foto Guillermo Sologuren
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 14 de junio de 2009, p. 2

Madrid, 13 de junio. La escritora colombiana Laura Restrepo ha vivido desde joven la pasión y el arrebato por la política, por la utopía libertaria, por el hallazgo vital de la resistencia. Desde su trinchera literaria ha escrito sobre escenarios extremos –la violencia que desata el narcotráfico, los desplazamientos forzados o la realidad doliente de los pueblos indígenas–, pero sólo hasta ahora, con su nueva novela, Demasiados héroes (Alfaguara), decidió recordar con palabras su propia historia de resistencia durante la dictadura de las juntas militares argentinas.

La anhelada libertad

Restrepo, nació en Bogotá en 1950; militó durante cuatro años en el Partido Socialista de los Trabajadores en la Argentina sombría de Videla y Galtieri, donde realizó labores clandestinas para mantener en pie el anhelo de libertad. Varias décadas después, esta novelista vuelve sobre sus propios pasos, sin el menor atisbo de desencanto.

En entrevista con La Jornada, la novelista advirtió que países como México y Colombia están siendo triturados por el narcotráfico y la llamada guerra contra la droga, herencia maldita de lo que denominó el bushismo.

–Da la sensación de que Demasiados héroes es una novela que estaba ahí desde hace tiempo, pidiendo ser escrita. ¿Así?

–Sí, porque gran parte del material lo tomé de mi vida; también porque siempre he querido contar un hecho histórico desde la óptica de dos generaciones: la que lo vive directamente y la siguiente. Es una manera de decir que los hechos históricos tienen más repercusiones de lo que pensamos.

–En la novela queda patente esta brecha generacional en la manera de ver la dictadura de las juntas militares, la represión o la utopía, pero también cuestiones más íntimas y familiares, incluso el lenguaje…

–La idea era plantear una convivencia con el terror extremo, como fue el caso de la dictadura argentina, o lo que fue en España el franquismo, y cómo éste afecta de maneras distintas a varias generaciones.

“El vacío que deja la convivencia con el horror se experimenta de manera diferente, que se contrapone a través de diálogos. Es casi como un retrato contrapuesto. Todo eso obliga a mirar la historia desde polos antagónicos. Y de ahí el título: Demasiados héroes, pues Mateo (el hijo) no tiene memoria para poder encontrar a Ramón (su padre) y ponerle cara a ese fantasma, del que no tiene recuerdos. Mientras la madre (Lorenza) le pinta todo aquello con una pátina de aventura, juventud y heroicidad.”

–¿El hijo resulta también una víctima indirecta de la represión o de la atmósfera que crearon esos regímenes dictatoriales?

–Sí, porque los jóvenes de entonces tomamos la decisión de resistir ante la imposición de una realidad exterior adversa, muy agresiva, y exigía todas las neuronas y todos los átomos de voluntad para sobrevivir a pesar del terror que había afuera. Pero significaba una renuncia grande en otros terrenos, como en la construcción de la interioridad. También había una renuncia a cierto cuidado de la familia, pues siempre están involucrados en política, y en ocasiones los hijos ni siquiera entendían todo aquello a lo que eran arrastrados.

Esa generación militante también se vio sometida a los silencios. Y no sólo hablo del silencio que imponía la dictadura, que provocaba un clima de gente callada y encerrada en sus casas, sino también el silencio autoimpuesto como mera herramienta de sobrevivencia. Y ese silencio también se impone en las relaciones familiares, como el de la madre y el hijo de la novela.

–En la novela no se percibe ningún desencanto por aquella época, por aquellas utopías y convicciones, ¿es así?

–No hay desencanto. Yo sigo creyendo en lo que creía entonces. Como persona no fue el único episodio político en el que me metí, pues creo en la rebeldía. Creo que la democracia está por construirse, pero no sólo en América Latina, sino en Europa y en los países ricos también.

“Resulta irónico recordar cuando se pensó que la utopía se había acabado, que la historia había llegado a su culminación y ahora surge esta crisis, que ha sido un remezón tremendo. Mientras no haya democracia en lo económico, la democracia (política) será una falacia.

“Yo sigo creyendo en todo eso. Así que desencanto no hay; además fue una época de juventud intensa, libertaria, en la que había muchas cosas contra las cuales luchar. Y no sólo las dictaduras, también había esquemas morales, de conducta sexual, de relación con tu casa, apartarse de la religión… Era una vocación de libertad en muchos terrenos que desde luego reivindico.”

–¿Cree entonces que esta crisis pone en entredicho los cimientos de la sociedad actual?

–Creo que en estos momentos todo está en veremos… Pero lo que sigue estando en pie es la necesidad de construir una democracia real. Por eso me interesan mucho los procesos que se están llevando a cabo en América Latina, siendo crítica y viendo peligros en todos; me encanta que Bolivia, siendo un país con 90 por ciento de la población indígena, sea un indio el que gobierne. Pese al mal gusto que le achacan a Chávez me gusta que un mulato sea la cabeza de Venezuela. Me encantan, pese a todo, los intentos que ha habido en Brasil, Uruguay y Paraguay para hacer una política enfocada a los pobres.

Resulta atroz que un continente donde la grandísima mayoría de la población es pobre haya sido gobernado durante tantos años por políticas que sólo benefician a los ricos. Pese a los problemas, las amenazas e incluso los signos negativos que puedan tener algunos gobiernos nuevos, creo que los procesos latinoamericanos son de gran vitalidad. Salvo el colombiano, que es la revisión de Bush, pero en tropical, con todo su furor militarista y el asesinato como arma de control político.

Sacudirnos el bushismo

–Usted también ha escrito novelas en escenarios sometidos a la violencia más atroz y sanguinaria fruto del narcotráfico, ¿cree que México es hoy la Colombia de hace unos años?

–Afortunadamente todavía no se ha llegado a ese tipo de violencia que en Colombia no tiene fondo. El problema lo produce la droga, pero también la guerra contra ella. Pienso que somos naciones trituradas entre esas dos cosas. La paradoja es que ya salimos de Bush, pero no hemos logrado sacudirnos el bushismo. Políticas internacionales como la guerra contra las drogas y el terror, que son hijas directas de Bush, siguen en pie, y de alguna manera la humanidad sigue creyendo en ellas. Y son enormes hipocresías que están desangrando pueblos y que pronto quedarán en evidencia como ineficaces, falaces, hipócritas, represivas y antidemocráticas.

Dramas como el mexicano y el colombiano sólo se van a solucionar en el momento en que se legalice la droga. Nuestros países se están desangrando por cuenta de una ley y una guerra que dentro de 10 años seguramente no van a existir, y hay que recordar que este es un problema del primero y tercer mundos, contra políticas hipócritas que pretenden subsanar con la prohibición lo que tendrían que ser campañas de educación y libre opción.