Opinión
Ver día anteriorViernes 26 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La guerra, siempre la guerra
E

n 1920, Freud redondea su teoría acerca de la pulsión de muerte y ésta viene a corroborarle tanto sus hallazgos clínicos como lo observado a través de ciertos fenómenos sociales.

Freud fue testigo de las dos atroces conflagraciones mundiales del siglo XX y esto no vino sino a reafirmar sus teorizaciones acerca de la pulsión de destrucción que habita en las profundidades de la sique.

Los desastres que vivimos en el presente siglo parecen constatarlo (Irak, Afganistán, Irán, el conflicto árabe-israelí, así como la “guerrita de narcos” que vivimos en nuestro país).

En sus ensayos sobre la guerra y la muerte Freud escribe lo siguiente: “Arrastrados por el torbellino de este tiempo de guerra, informados tendenciosamente, sin distancia con respecto a los grandes cambios que ya se han producido o están empezando a producirse, y sin saber qué futuro está en proceso de formación, empezamos a sentirnos confusos con respecto a la significación de las impresiones que nos invaden y a los juicios que formulamos (...)

Nos parece como si nunca antes un acontecimiento hubiera destruido tantas preciosas posesiones de la humanidad, confundido a tantos de los intelectos más sobresalientes, degradado de modo tan completo a los superiores.

Más adelante, agrega: los antropólogos consideran necesario declarar al adversario inferior y degenerado; los psiquiatras, proclamar el diagnóstico de enfermedad mental o espiritual. Considera entonces que ante tal confusión, la persona no directamente implicada en el combate y que no se ha convertido de lleno en una pequeña partícula de la gigantesca máquina de guerra se siente azorada e inhibida. La consecuencia predecible, a decir de Freud es, por tanto, el desengaño y la desilusión. Esta primera gran guerra, en palabras del mismo Freud, había arrebatado a los hombres la ilusión de que la humanidad era originalmente buena.

Una frase de Freud, no menos contundente que las anteriores, es: La guerra nos ha despojado de nuestras superposiciones culturales tardías, y ha permitido iluminar al hombre primigenio que hay en nuestro interior.

A continuación cito una carta de finales de 1914 enviada por Freud al doctor Federik van Eeden, que resulta de una vigencia impresionante en los días aciagos que vivimos y podría ayudarnos a reflexionar.

“Esta guerra hace que me atreva a recordarle dos tesis sustentadas por el psicoanálisis que indudablemente han contribuido a su impopularidad. Partiendo del estudio de los sueños y las acciones fallidas que se observan en personas normales, así como de los síntomas de los neuróticos, el psicoanálisis ha llegado a la conclusión de que los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente, y que esperan las ocasiones propicias para desarrollar su actividad. Nos ha enseñado también que nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, juguete e instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y afectos, y que todos nos vemos forzados a actuar inteligente o tontamente según lo que nos ordenan nuestras actitudes (emocionales) o resistencias internas. Ahora bien, si repara usted en lo que está ocurriendo en esta guerra –las crueldades e injusticias causadas por las naciones más civilizadas, el diferente criterio con que juzgan sus propias mentiras e iniquidades y la de sus enemigos, la pérdida de toda visión clara de las cosas, tendrá que confesar que el psicoanálisis ha acertado en esas dos tesis. Es posible que no haya sido totalmente original en ello; son muchos los pensadores y los estudiosos de lo humano que han formulado afirmaciones semejantes a éstas, pero nuestra ciencia las ha elaborado detalladamente, empleándolas a la vez para descifrar muchos enigmas de la psicología.”

Releer esta carta nos conduce a pensar que estamos lamentablemente instalados en la compulsión a la repetición y que si pretendemos intentar domeñar esta pulsión destructiva que nos habita, las únicas vías posibles para reconducir nuestras acciones a un actuar menos insano serían la reflexión, la autocrítica, el apego a la racionalidad y al estado de derecho, y poner un freno a la violencia, la ambición desmedida, la corrupción y el ansia de poder irrestricto.