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Hollywood, la ciudad del entretenimiento, montó su versión de un funeral

Ostentación y glamour en el show final de Michael Jackson

Diana Ross y Nelson Mandela enviaron mensajes

No quiero ser parte de un acto público: Elizabeth Taylor

Tal vez fue la manera más apropiada de marcar a un hombre que fue, en palabras de Berry Gordy, “no sólo el Rey del pop, sino la mayor estrella del espectáculo que ha existido”

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Decenas de fanáticos a las afueras del Arena O2, en Londres, siguen el homenaje al autor de ThrillerFoto Ap
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Stevie Wonder, durante su participación en el acto en memoria del intérprete de We are de WorldFoto Reuters
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 8 de julio de 2009, p. 8

Los Ángeles, 7 de julio. Prometieron un circo y lo cumplieron. Primero, el ataúd de colores oro y plata de Michael Jackson fue llevado de un pacífico cementerio en las colinas de Hollywood al caótico centro de Los Ángeles. Luego, con todos los excesos de tristeza, sensación y pantomima que definieron su accidentada carrera, la famosa historia del Rey del pop recibió un final al estilo del mundo del espectáculo.

La primera ciudad del entretenimiento montó su versión de un funeral, en la que una pléyade de estrellas celebró tanto a la música como al hombre. Atrajo a medios de todo el mundo a las atestadas calles angelinas, llenó de helicópteros el cielo, y en algún momento vio pasar una procesión de elefantes junto a la vasta arena donde se escenificó el sepelio.

Un auditorio global de televisión estimado en mil millones de personas presenció todos los ornamentos, buenos y malos, de un festival de celebridades típicamente estadunidense. Paparazzi, camarógrafos y reporteros deambulaban por doquier; miles de policías con armas de fuego observaban con gesto amenazador desde las esquinas y, pese a que el acto se programó a media mañana, los invitados famosos llegaron vestidos como para una cena de gala.

La parte seria de las pompas fúnebres de Jackson se realizó en el Centro Staples, auditorio para deportes y espectáculos donde en vísperas de su inesperada muerte el cantante ensayaba para una serie de conciertos de retorno. Mientras un coro de gospel cantaba Vamos a ver al Rey, el reluciente ataúd fue colocado entre un mar de flores al frente del oscurecido escenario, ante una mezcla de estrellas de la música, leyendas del deporte y activistas de las relaciones entre razas que llegaron a rendir tributo.

Fue un acto organizado en unos cuantos días, y caracterizado por la misma mezcla de esplendor y controversia que marcó la vida del difunto. Steve Wonder tocó el piano, Jennifer Hudson y Usher cantaron, y un desfile por momentos surrealista de estrellas grandes y pequeñas, así como concursantes de reality shows se sucedió al micrófono pronunciando sermones, discursos y plegarias.

Mariah Carey se robó la porción inicial del show, al cantar un dueto de I’ll be there. Luego Queen Latifah leyó una elegía de Maya Angelou, la laureada poeta negra casi oficial de Estados Unidos, cuyo encargo más reciente de nivel semejante fue para la toma de posesión de Barack Obama. Berry Gordy, el productor de Motown que ayudó a descubrir a Michael, dirigió un discurso conmovedor.

Unos 9 mil amigos de la familia

Había además 8 mil 750 personas del público, sorteadas en una lotería de dos boletos gratuitos por ganador, en la cual hubo un millón 700 mil solicitantes, además de 9 mil amigos de la familia. Vestían una mezcla de atuendos negros, chancletas, sombreros de fieltro estilo Jackson y guantes en una sola mano. Los boletos, al igual que los brazaletes que daban acceso más allá de las barricadas de la policía que protegían las calles adyacentes, cambiaban de dueño por 10 mil dólares en el mercado negro.

Para despedir a un intérprete que imperó más de cuatro décadas sobre el mundo del pop, que ganó 13 premios Grammy, ostentó 13 récords Guinness y bajo la forma de thriller grabó el álbum más vendido de todos los tiempos, la comunidad del espectáculo dio rienda suelta a su emoción. Dionne Warwick y Lionel Ritchie presentaron números musicales, Diana Ross y Nelson Mandela enviaron mensajes, leídos por Smokey Robinson.

Hubo poco tiempo para ensayos, y la ceremonia tuvo un espíritu caótico por momentos. Los fans que esperaban un fastuoso espectáculo pop recibieron un concierto-homenaje en clave menor. Como dijo esta semana Randy Phillips, el empresario AEG que montó todo el acto junto con Kenny Ortega, productor de Dirty Dancing, y Ken Ehrlich, productor del Grammy: “No será un show; será un funeral. Ya habrá tiempo en el futuro para celebrar a Michael. Pero ahora es momento de sepultarlo”.

Aunque la atmósfera prevaleciente fue de respeto, y todo mundo guardó los varios minutos de silencio que se pidieron, por momentos el homenaje a Jackson fue tan confuso como el hombre mismo. Jesse Jackson y Al Sharpton hablaron de su papel de pionero, como una de las primeras estrellas negras del pop que fueron adoradas por los blancos, y evocaron la extraordinaria visión que lo llevó a casarse con la hija de Elvis Presley y adquirir el control de parte del catálogo del recuerdo de los Beatles.

Sin embargo, sus emotivos discursos chocaban con la naturaleza de la relación de Jackson con su propia raza. Aunque en una canción famosa proclamó que no importaba si se era negro o blanco, el enorme cartel arriba del escenario desnudaba los estragos de la cirugía plástica con la que se le desfiguró el cuerpo, en extraño rechazo a su ascendencia.

También desentonaban con la conflictiva vida privada de Jackson, tan distorsionada por los excesos de la fama. Entre quienes acudieron a rendir homenaje estaba Brooke Shields, la actriz que fue su primera novia, quien tenía apenas 13 años cuando lo conoció. Sin embargo, antes del funeral, ella reconoció en una entrevista a Rolling Stone que en realidad no lo veía desde 1991.

Una interpretación del adolescente británico Shaheen Jafargholi, finalista del programa Britain’s Got Talent que saltó a la fama representando a Jackson en escena, sirvió para evocar tanto su estratosférico talento como su malhadada fascinación por los niños. Hizo surgir el espectro de las batallas ya desatadas que rodearán su sucesión y su legado musical, y que tal vez nunca terminen.

Los abogados de su ex esposa Debbie Rowe, quien aún evalúa si disputará la custodia de los hijos de ambos, dijo que ella decidió no asistir, aunque se le invitó, porque su presencia sería una distracción innecesaria.

También estuvo ausente Elizabeth Taylor, amiga cercana del cantante; el lunes, la actriz anunció que había declinado una invitación de hablar en la ceremonia. No puedo ser parte de un acto público. Sencillamente no creo que Michael quisiera que compartiese mi pena con millones de personas. Lo que siento es entre él y yo.

Inevitables comparaciones

Fueron inevitables las comparaciones con el funeral de Diana, la princesa de Gales, que hace 12 años atrajo a millones de personas a las calles de Londres. Pero el de este martes fue un acto público extrañamente exclusivo. Los que no llevaban boleto fueron relegados por las barricadas de la policía. Durante el servicio, las calles adyacentes estaban desiertas, casi fantasmales.

Antes, la familia de Jackson había acompañado al ataúd desde una ceremonia privada en el cementerio Forest Lane, a la sombra del enorme letrero de Hollywood, que domina Los Ángeles hasta el acto público en el centro de la ciudad. Los organizadores habían dicho al público que no habría procesión fúnebre, en un esfuerzo poco ingenioso por mantener a los devotos de Jackson en sus casas. Por eso sólo un puñado de dolientes pudo dar su último adiós al paso del cortejo. La pompa y circunstancia se limitó al interior de la arena.

Tuvo algo de deplorable este fracaso en crear una auténtica celebración pública, así como dentro de la arena hubo sincera tristeza por la pérdida del astro que inventó el moonwalk y murió hecho una ruina física, destrozado por el crudo poder destructivo de la fama. Pero tal vez fue la manera más apropiada de marcar a un hombre que fue, en palabras de su mentor, Berry Gordy, “no sólo el Rey del pop, sino la mayor estrella del espectáculo que ha existido”.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya