Opinión
Ver día anteriorMiércoles 8 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La oscura ruta futura
E

l electorado volvió sobre las huellas de un gobierno dividido adicional, cara fórmula para los mexicanos de abajo. Una minoría votó para dar al priísmo una oportunidad adicional para que pueda conducir, con cierta holgura, tanto los asuntos públicos generales de la República como los de las regiones bajo su férula. Será, por tanto, esta fracción partidista quien tenga la responsabilidad en el diseño de las políticas públicas que signarán los restantes años del poquitero sexenio calderónico. En realidad, al recargarse sobre el priísmo, los votantes eligieron una ruta, bastante nublada, sobre la continuidad efectiva del golpeado modelo vigente.

Sería improcedente imaginar un cambio sustantivo de ruta o, al menos, algún golpe de timón que sacara de sus argollas la tendencia seguida por infaustas décadas, tanto por priístas como por los malhadados panistas que los sucedieron en el Ejecutivo. Ambas agrupaciones han sido indistinguible mancuerna apegada, con fervor utilitario, a los acuerdos de Washington y negocios derivados.

No se espera, por tanto, divergencia alguna. Ahí estarán los poderes fácticos para vigilar conductas y figuras que pudieran afectar los guiones ya bien ensayados. Tal será, con seguridad, la respuesta que esa elite partidaria dará en su encomienda recién estrenada. Mucho se duda sobre los arrestos priístas para modificar, aunque sea un tanto, las formas y los mecanismos con los que han ensartado a México en la globalidad.

La presidenta del PRI ha salido a la palestra de los triunfadores para anunciar, con voz segura y decidida, que se harán cargo de las reformas que ya se reiteran necesarias, en especial las de corte financiero. Las consecuencias que se le impondrán como derivadas, en caso de llevarlas a término, no lucen tan favorables ni fáciles de sobrellevar.

A pesar de que, en lo que toca al terreno fiscal, advirtió de inmediato, no apoyará su partido la creación de nuevos impuestos (se infiere tenuemente el IVA en alimentos y medicinas), los sustitutos son pocos y siempre apuntan hacia aquellos que evaden el pago de impuestos. El incremento de los ingresos hacendarios luce inevitable dada la caída de los tradicionales renglones petroleros y en remesas.

Por lo demás, no se visualiza, a esta altura de la afectación producida por la profunda depresión, cuál será la fórmula que se escoja para separar, aunque sea en algo, las ataduras de la dependencia nacional de la economía estadunidense.

La búsqueda de alternativas que vigoricen el mercado interno no arroja, hasta el momento, pronóstico alguno. Ningún vocero, privado o público, presenta recurso viable al respecto. La construcción de infraestructura es un paliativo adecuado para enfrentar la crisis, pero tal recurso no debe diseñarse para seguir facilitando las exportaciones o para aumentar la inmensa maquinaria de importaciones en que se ha convertido México. Se debe pensar en función de abatir costos para el tránsito de personas y bienes del intercambio interior.

La localización de los sectores productivos, estratégicos para lograr el robustecimiento de la fábrica nacional, no se identifica con precisión, y menos con oportunidad. Hay urgencia de iniciar un recorrido que lleve a repensar las bases y la orientación de aquellas industrias que pueden actuar como palanca del futuro nacional, uno más independiente y, sobre todo, equitativo.

Ante el priísmo triunfante se avizora un camino lleno de sobresaltos, arrojos y pugnas, ya sean internas entre ellos o con otros actores, lo cual, sin duda, horrorizará a varias de sus refulgentes estrellas, muchas reacias a tomar decisiones duras o controversiales. La conciliación permanente, las buenas formas, los protagonismos disfrazados, la inveterada tendencia a la manipulación y las acendradas ambiciones personales son ingredientes que juegan a contracorriente de los intereses nacionales. Pero los priístas deben enfrentar su disyuntiva: cogobernar con inteligencia y visión o especular con el futuro.

El panismo incrustado en el poder central mostró sus enormes limitaciones en casi todos los aspectos de gobierno y del oficio electoral. Los votantes, después de todo, se mostraron bastante generosos con ellos. La monstruosidad de la debacle económica que se padece merecía el destierro, no sólo de ese acólito iracundo que fungía como su abanderado partidista, sino de muchos más de los que forman el séquito de Los Pinos. El sastrecillo valiente resultó ser un espejismo virtual y así quedó impregnado en las urnas. La seguridad pública es prioritaria, cierto, pero el bolsillo y la angustia del desempleado es toral. El auxilio masivo de las televisoras, bien aceitadas por la inversión pública, fracasó en toda la línea. Las elecciones de medio tiempo se ganan en las calles, las vistas hogareñas, los mercados populares, es decir, a ras de tierra y de estrecho contacto personal bien organizado. El panismo no tiene tales costumbres. Se concentraron en los apoyos de medios y los contrastes bravucones que les fallaron en toda la línea. Aun para los facinerosos del PVEM las trampas difusivas empleadas contra toda ley no fueron la causal de su progreso, sino el uso descarado y mercantilizado de esas pulsiones de la extrema derecha nacional, racista y analfabeta.

Al país le esperan tres largos años de sufrimiento y angustia ante los horizontes cerrados. No habrá apertura ni cambio, sino la tediosa continuidad de más de lo mismo. La esperanza de una pronta recuperación estadunidense, como solución a las penurias nacionales, es un fantasma que se desvanece todos los días. Pero mientras tal escenario se prolongue, se irá robusteciendo la salida que se gesta por el país desde hace ya bastante tiempo. Una que se amotina en las secciones marginadas de la sociedad, en las barriadas, entre la juventud castigada por las exclusiones y la penuria educativa, en el olvido de los hombres y mujeres dedicados a la ciencia, por el ninguneo que se impone al avance tecnológico, por el golpeteo a las clases medias, ya afectadas por más de 30 años de decadente conducción de los asuntos públicos.