Opinión
Ver día anteriorJueves 9 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El continente negro
E

l dramaturgo y psiquiatra chileno Marco Antonio de la Parra es bien conocido en México, adonde viaja con frecuencia y en donde se escenifican –con mayor o menor fortuna– varias de sus obras, en ocasiones simultáneamente en algunos escenarios. Con El continente negro toma una idea un tanto decimonónica en la visión de África como un continente ignoto e inexplorado, con clara referencia al nombre que H.M. Stanley puso a ese continente y, como dice Nicolás Alvarado en el programa de mano, la idea de Freud de que las mujeres son un continente negro difícil de descifrar y que De la Parra extiende a ambos sexos al enfrentarse al otro. En el texto, existen llamadas telefónicas desde África y deseos de escapar hacia allá, sin especificar naciones, como si fueran lo mismo unas y otras, lo que robustece esa anticuada noción de misterio que se tuvo hacia un territorio que fue tardíamente explorado –y saqueado– por los europeos.

Sea como fuere y a pesar de todo esto, la idea de que ambos sexos (sin distinguir individualidades) resultan ignotos para el contrario, es lo que permea un texto que tiene la virtud de que la conducta de algunos de sus personajes y sus motivos nunca son explicados a un espectador que debe asumir cambiantes puntos de vista ante cada una de las historias que le son contadas. El público debe preguntarse no sólo las circunstancias que llevan a un profesor de pintura a renunciar a una perturbadora nínfula, sino la razón de que acabe conduciendo un taxi o de quién son las insistentes llamadas a su teléfono. Tampoco entenderá la razón de que dos adultos, una veterana actriz venida a menos y un marido culpable y abandonado, lleguen a un motel en donde se rechazarán el uno al otro, sobre todo la mujer de motivos poco claros. Y lo mismo ocurre con todos los momentos en esta obra de múltiples lecturas y significados ocultos.

En el espacio diseñado por Xóchitl González, con mamparas de plástico semitransparente que recuerdan los laberintos de espejos de las viejas ferias, muy acordes con la laberíntica obra a la que acoge, con el simbólico sofá del psicoanálisis que nunca se utiliza para ese fin sino para otros efectos pero que siempre nos recuerda las llamadas al inconsciente, Zaide Silvia Gutiérrez realiza una de sus más acertadas direcciones escénicas, al grado de que no se sabe si preferirla como la excelente actriz que es o la eficaz directora que va afinando su instrumento. Responde a ciertas señas del absurdo que unifican las historias, como esas llamadas telefónicas equivocadas a Mónica que reciben las mujeres de las diferentes líneas argumentales, con escenas del absurdo, siempre simbólicas, como es esa ama de casa saliendo del refrigerador o el contraste de la madre tendiendo una interminable sábana con las escenas realistas de su hija enamorada y el profesor de artes plásticas excepto en los juegos con el marco de la inexistente pintura, ya que el texto invita a ello, cuando la adolescente se convierte en mujer ante el público y se dirige a él para contar el final de su aventura. La mayoría de las escenas se dan en los límites del realismo, según sean planteadas por el autor, separadas dramática y escénicamente.

Los actores encarnan varios personajes diferentes en escenas entrecortadas unas con otras. Ana Karina Guevara es lo mismo una vieja actriz desempleada y alcohólica que una madre resignada y una esposa que finge no saber de engaño. Mariana Gajá es la enamorada muchachita y también la hermana traidora. Ángel Cerlo es el misterioso maestro, también un amante desengañado y un marido culpable, mientras Ireneo Álvarez encarna al fotógrafo que sufre el rechazo de su ex mujer y al marido suplicante tras su aventura fallida con la alcoholizada actriz. Los cambios de vestuario y de imagen, sobre todo de las actrices, se deben a los diseños de Pilar Boliver, mientras el diseño sonoro y la música original son de Jordi Bachbush en este montaje de la obra que tiene como subtítulo el lado oscuro del amor y con la que tanto el INBA como Zeeka Producciones (apoyados por la Fundación BBVA Bancomer) y la directora rinden homenaje a los 30 años de autor de Marco Antonio de la Parra.