Opinión
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Ruta Sonora

Michael Joseph Jackson (1958-2009)

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Michael Jackson durante una presentación en Bangkok, en 1993Foto Ap
C

omo muchos, quien escribe estaba desilusionada de Michael Jackson, desde que su vida comenzó a ser errática y dejó de girar alrededor de la música para centrarse en el desequilibrio y la autocompasión. Por eso no había escrito sobre el astro del pop, fallecido el 25 de junio. Además, la saturación informativa no daba lugar a una reflexión pausada. Pero tras sus exequias, dejar reposar el tema ha despejado la mente.

Desde que fue incluido por su padre Joe Jackson (mánager de The Jackson 5) al lado de sus hermanos, a los cinco años (1963), Michael poseía dones fuera de serie. A decir del fundador de la seminal disquera Motown, Berry Gordy (firmó al quinteto en 1968), nadie había visto a alguien con una presencia tan fuerte, y con tanta habilidad para cantar y bailar, a tan corta edad: A los 10 años ya tenía técnica y estilo propios; ya creaba drama escénico, capturaba a la audiencia y manejaba impecable el soul, al nivel de quienes le triplicaban la edad.

Y es que para comprender a Jackson es clave mirar su niñez. Oír sus álbumes no basta. Ver videos de The Jackson 5 en vivo, con Michael al frente, lo deja a uno atónito: era afinadísimo, tenía gran sentido melódico y rítmico, un amable timbre de amplio registro, amén de sus grandes dotes de bailarín. Era como un pequeño James Brown. Pero lo que más conmueve (al compararlo con lo que luego fue) es ver a un niño hermoso, radiante, que parecía disfrutar lo que hacía. Su canto era emotivo, intenso; erizaba la piel. Sin embargo, en sus videos del 75 al 78, el adolescente luce fatigado, aburrido.

Max Clifford, asesor musical, quien conoció a Michael de niño, dice a la BBC: “Se le exigían responsabilidades de adulto. Su padre los manejaba con disciplina estricta; sólo le importaba el éxito. Y de hecho lo tuvieron (siete sencillos de platino: –un millón vendidos– y tres álbumes multiplatino –dos millones). Pero Michael nunca pudo jugar, por eso luego quiso ser Peter Pan y prolongar su infancia”.

Ya como solista hizo mancuerna con el productor Quincy Jones para figurar con Off the wall (1979) y despuntar con Thriller (1982), el álbum que más copias ha vendido sobre la Tierra. Lo demás es historia: 400 galardones, 750 millones de álbumes en total vendidos, revolucionar la concepción del videoclip y los conciertos… Los años 80 fueron suyos.

Mas para ser el rey, vivió buscando ser lo que no era. Cantó melodías por debajo de su capacidad, para vender más, pero también para alejarse del sonido negro: el racismo era aún muy fuerte. Y aunque fue el primer cantante de color en ser difundido por MTV (lo que ayudó a cambiar la visión hacia los artistas afroamericanos), aquél parecía avergonzarse de sí; si bien sufrió vitiligo, y eso le hacía aclarar la piel, antes, en 1983, su primera cirugía fue adelgazarse la nariz. Era tímido, dulce, pero en personaje se tornó agresivo, con cara de malo, en lugar de su otrora rostro gentil.

Los dones que le dieron el estrellato fueron también su ruina, pues, como su padre, jamás tuvo más propósito que el éxito y el culto a sus talentos. No conocía otra cosa. Ser el mejor, sin discurso o intención. El chico provinciano de Gary, Indiana, sin estudios ni tiempo para soñar, se convirtió en un adulto vacío, un eterno niño millonario y caprichoso, cuyo único foco de atención fue él mismo. Cuando se ha alcanzado la cima, ¿qué más arriba se puede ir? Pudo replantearse metas, virar la ruta, retomar su expresividad soulera. Pero no supo reinventarse. No volvió a tener nuevas ideas, quizá porque sus trastornos sicológicos le restaban energía y claridad.

Cuando sus discos ya no pegaron, y luego un adolescente lo acusó de abuso sexual (1993), su credibilidad fue golpeada para no recuperarse más; el éxito lo abandonó y comenzó a llenar su vacío comprándolo todo, creando el parque Neverland, operándose mil veces: intentando cambiar por fuera lo que no podía cambiar por dentro. El sinsentido que de seguro sintió, lo llevó a una autodestrucción paulatina que lo conduciría a la muerte, tras 10 años de adicción a los analgésicos, cual si hubiera buscado paliar con ellos su dolor interno.

La de Michael Jackson es una historia triste; la de alguien que, con tanta luz, descendió a la oscuridad en la búsqueda de ese espejismo estadunidense llamado éxito. Michael fue víctima de su tiempo, cuando la competencia era menor y talentos como el suyo eran escasos. Nadie había logrado lo que él, y ser punta de lanza tuvo su precio… Sólo queda rescatar sus mejores momentos musicales y aplaudir de pie, con algo de compasión y melancolía, a quien fue uno de los personajes más vibrantes del siglo XX.