Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gomorra
D

etrás de toda gran fortuna se esconde siempre un crimen. El periodista italiano de 26 años, Roberto Saviano, ha conferido a esta sentencia de Balzac una dimensión extraordinaria al documentar en Gomorra, relato en primera persona, las múltiples maneras en que opera en Nápoles la organización criminal Camorra (pandilla), y la forma en que rápidamente se ha vuelto una manifestación elocuente de la globalización del delito. La organización reúne un centenar de clanes y casi 10 mil miembros. Es tan poderosa y está tan diseminada que ya sólo poca gente la denomina con el familiar nombre de Camorra, prefiriendo aludir a una entidad mayor y más inasible, el Sistema.

Para dar título a esta crónica del barrio napolitano de Scampia, magno centro de operaciones delictivas, donde el escritor es protagonista infiltrado, negociador de una difícil hospitalidad y convivencia, Saviano ha elegido suplantar Camorra con el nombre de Gomorra, aquella ciudad bíblica a tal punto corrompida que su único destino posible era perecer consumida por las llamas.

La ciudad que describe el periodista (hoy amenazado de muerte) carece en realidad de fronteras, es un sitio de tránsito de drogas y de negocios turbios que guardan apariencia de legalidad; sus operaciones son de todos conocidas, y pocos son los ciudadanos que no participan activa o involuntariamente en ellas. Las autoridades judiciales muestran una proverbial impotencia, cuando no una franca complicidad, frente a este poder alterno que maneja cifras de ganancia anual de más de 200 billones de dólares, suficientes para corromper o intimidar a jueces, comprar a periodistas, asegurarse lealtades, y crear un sistema de amedrentamiento generalizado que le permite reinar sin competencia en el mercado de la droga, de la industria textil de calidad, y del manejo de los desechos tóxicos a través de una red de envenenadores a sueldo del ambiente.

Lo descrito por Saviano es a tal punto complejo y perturbador, que su traslado a la pantalla parecía imposible. Había que restituir en lo esencial los datos duros, el toque de frialdad en la denuncia tan profesionalmente documentada, y eso era difícil si no se tomaban distancias con la vieja carga de efectismo melodramático del cine de gánsteres inspirado en Hollywood. Matteo Garrone, un cineasta que ya había mostrado en El embalsamador (2002) su solvencia narrativa para dar cuenta cómo la Camorra napolitana contrataba a un taxidermista para llenar un cadáver con estupefacientes, elige en Gomorra sólo cinco historias del libro de Saviano, altera su orden original de presentación, y a través de ellas ofrece los casos de existencias marcadas o destruidas por su cercanía con la organización criminal. No presenta a los grandes capos del negocio, quienes permanecen siempre anónimos e inalcanzables.

Sus subalternos, esbirros y sicarios mueren sin conocerlos o intentando emularlos grotescamente. Son adolescentes disparando enloquecidos en la playa, sintiéndose cada uno el Tony Montana de Scarface (De Palma, 1983); es el hombre encargado de las entregas de dinero a los familiares de las víctimas de la Camorra, muertas o encarceladas; es el sastre maestro que con melancolía advierte en la televisión un modelo de diseño suyo, confeccionado a bajo precio en talleres miserables, y que la actriz Scarlett Johansson exhibe en Hollywood (en el libro se trata de Angelina Jolie); son los gánsteres de poca monta que piensan poder sacar ventaja de su involucramiento en el Sistema para operar sus propios negocios, ayudando por ejemplo a una mafia rival china, y que pagan por ello el precio que usted imagina.

Es la biografía colectiva de los delincuentes de existencia muy prescindible, piezas siempre intercambiables de un mecanismo que funciona acogiendo y desechando gente de diversas nacionalidades en el nuevo melting pot del delito globalizado.

Saviano (guionista también de la cinta) y Garrone tienen como primer acierto despojar a la historia de todo el glamour del relato genérico convencional. La radiografía es directa y seca, despojada de todo sentimentalismo y afanes protagónicos. El narrador ha desaparecido y con ello el relato se vuelve la expresión coral de seres anónimos, casi fantasmales, cuyo paso por el mundo semeja al de las propias mercancías adulteradas que generan dividendos formidables a una elite de mafiosos. El mayor centro de operación de la droga y el textil pirata es Nápoles, pero su presencia real la tenemos, de modo cotidiano, entre nosotros. Gomorra obtuvo el año pasado el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.