Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de julio de 2009 Num: 749

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De cine y literatura, el híbrido caso de Alberto Fuguet
JUAN MANUEL GARCÍA

Tensar un arco: tres poetas brasileños
JAIR CORTÉS

El pensar apasionado de Franco Volpi
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ

Diálogo con Franco Volpi (fragmentos)
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ

Luciano Valentinotti, un partisano en México
MATTEO DEAN

Elemental, querido Borges (150 aniversario de sir Arthur Conan Doyle)
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Amarillo

En tanto que la situación actual de lo que entendemos por país prevalezca tal cual, nunca será insustancial que la ficción aborde la problemática honda y compleja relacionada con la migración de connacionales a Estados Unidos. Cierto es, sin embargo, que en nombre de esta compulsión por retratar un fenómeno indiscutiblemente vivo y lacerante se ha prodigado un ramal de estilo casi chantajista, el cual participa de los recursos del panfleto para mover a conmiseración por la suerte, lamentable por supuesto, de todos aquellos que han partido y partirán al imperio en pos de la vida que aquí se hace esquiva. Si la realidad es dolorosa, este tipo de ficción también lo es, aunque de modo distinto: al agenciarse y acomodar los elementos más desgarradores de esa realidad de la que surge, esta variante del panfleto menoscaba la capacidad de la ficción para reelaborar –y así remover al interior de quien comparece a ella– mediante herramientas y recursos que poco tienen que ver con la caridad y la coerción sentimentalista. Acaso David Mamet haya atinado al bautizarlas como “obras problema”, y al definirlas como aquellas que suponen que el drama debe reducirse a la exposición de un problema lineal y diáfano para el que, desde luego, también se ofrece una solución predigerida, obvia y esencialmente falsa.

Poco hay de falsedad en Amarillo, la obra que Teatro Línea de Sombra presenta actualmente en el Teatro El Milagro. No únicamente porque se desmarque del sentimentalismo para relatar una historia más referida al fenómeno migratorio. Se trata mejor de un relato multisensorial que remarca que la gravedad del tema se manifiesta en varios niveles de la conciencia, como sucede con los problemas con más de una arista y causal. Valiéndose del uso de proyecciones en video de pasajes documentales sobre el tema hechos para el cine, de la música del colectivo tijuanense Nortec, creando con ese soundtrack un diseño sonoro –debido a Rodrigo Espinosa– que bien podría describirse como una partitura polifónica del migrante y de la migración, la puesta dirigida por Jorge Vargas ha forjado una alegoría escénica sumamente elocuente: la fuga de los hombres hacia una vida supuestamente mejor, el abandono que viven las mujeres que los ven partir y la eventual epopeya en las que éstas se adentran para sobrellevarlo, conforman un drama que de tan generalizado y cotidiano se ha enraizado hasta la piel, los tímpanos y la retina de nuestra sociedad. Mediante ese caudal de estímulos sonoros, visuales y emocionales, Línea de Sombra hace ver, sin obviedades de ningún tipo, que el teatro puede contribuir al examen de los problemas nacionales con herramientas que al mismo tiempo lo enmarcan dentro de la tradición de su propio arte y lo vinculan con otras disciplinas artísticas.


Fotos: Roberto Blenda

En mucho contribuye la elección del galpón desnudo de El Milagro como espacio del drama; hay una correspondencia en ella con lo inacabado y precario que tiene la estética de la puesta. Bidones de agua que, complementados con lámparas sordas, crean imágenes en serie; juegos de planos superpuestos entre las imágenes documentales, las que de la puesta se proyectan en un muro y las que suceden ante nuestros ojos; coreografías a cargo de un elenco femenino (Antígona González, Alicia Laguna, María Luna, Viany Salinas) que también encarna sólidamente a esa mujer en espera que también son miles. Tal y como el migrante que parte a Amarillo, Texas, en busca de fortuna (Raúl Mendoza, en verdad sobresaliente), es a la vez todos y ninguno, signando la condena de muerte, anonimato y olvido a la que muchos compatriotas se someten si el cruce no los favorece. La idea de las identidades particulares entremezcladas en un conjunto resalta lo generalizado del dolor, y se rubrica inquietantemente por el canto en vivo de Jesús Cuevas, abismado y perturbador, un corifeo que aguijonea y desgarra sin cuartel. Imperfecto –en lo textual, por ejemplo, con una dramaturgia poco particular que pasa sin embargo desapercibida–, rugoso e inmediato, tosco en un sentido noble, Amarillo representa una teatralidad urgente y, sobre todo, que hace de la congruencia y de la sensatez sus virtudes fundamentales para amalgamar una experiencia vibrante y reflexiva.