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Bailarines del Royal Ballet y del BNC ofrecieron una experiencia única en La Habana

Una pantalla gigante en la calle arropó el embeleso de los cubanos por el arte dancístico
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Espectadores ocuparon la escalinata del Capitolio, en La Habana, durante la función en homenaje a Alicia AlonsoFoto Ismael Francisco/ Prensa Latina
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 18 de julio de 2009, p. 6

La Habana, 17 de julio. La visita del Royal Ballet de Londres ha tenido dos focos de interés mayor para el público cubano: la oportunidad de apreciar a una potencia dancística con escuela propia, y la ocasión de ver a sus bailarines unidos a los del Ballet Nacional de Cuba (BNC), en una experiencia única.

El trabajo combinado de ejecutantes de ambas compañías se produjo en la función del miércoles, que el conjunto británico dedicó especialmente a Alicia Alonso, la prima ballerina assoluta cubana.

En ese tramo, “el auditorio presenció un alto momento de la visita del Royal Ballet de Londres a La Habana, cuando integrantes de las dos compañías, la británica y la cubana, se fundían en la escena en un conjunto de pas de deux en los que Alicia dejó, en algunos de ellos, huellas imborrables, y donde mostraron la clase internacional de dichas agrupaciones danzarias”, dijo este viernes el diario oficial Granma.

La reseña del diario elogió las actuaciones conjuntas de la española Tamara Rojo, primero con el cubano Joel Carreño en el pas de deux del tercer acto de Don Quijote (interpretaron con mucha intensidad y a la perfección las difíciles variaciones) y luego con Carlos Acosta, cubano también, pero ya incorporado al Royal, en el pas de deux de El corsario (“largos balances, saltos descomunales, giros, pasión…”).

Granma también acogió cálidamente al dueto de la cubana Viengsay Valdés y el brasileño del Royal Thiago Soares, que ejecutaron El cisne negro, el pas de deux del tercer acto de El lago de los cisnes: “Ella ofreció una clase de estilo, en la que primó la medida, el refinamiento en sus gestos, sabiendo administrar esa técnica precisa que la acompaña siempre. El fue un excelente partenaire que se acopló perfectamente a la bailarina, sobresaliendo con una actuación de altos quilates”.

La transmisión simultánea de la función del miércoles a una pantalla gigante, a unos 200 metros del teatro, facilitó para muchos, aficionados o no al ballet, el contacto con un espectáculo de magnitudes. El elenco mixto de las dos agrupaciones, que había corrido con el peso de la segunda parte del programa, salió del Gran Teatro de La Habana en el intermedio y fue hasta la calle, donde la multitud recibió cálidamente a los artistas.

Aunque la aparición de los bailarines en esa escena callejera tenía su propio encanto, la presencia de Carlos Acosta fue lo mejor para muchos espectadores, que ahí lo llamaban por su nombre y querían saludarlo.

Nacido en La Habana en 1973, Acosta estudió en la Escuela Nacional de Ballet, se graduó con honores en 1991 y llegó al rango de primer bailarín en la compañía mayor de la casa. Tras una carrera exitosa, que incluyó numerosas presentaciones en el extranjero, se unió al Royal Ballet, con el que regresó a su ciudad natal para recibir el aplauso, lo mismo bajo las luminarias del Gran Teatro que sobre la tarima improvisada en la calle Prado.