Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Suicidio de parejas
A

muchos les gustaría ser Filemón y Baucis. Pocos, muy pocos, lo logran. Filemón y Baucis fue un matrimonio de la mitología griega que tuvo el tino en ser los únicos que permitieron entrar a su hogar a los dioses Hermes y Zeus, que se presentaron disfrazados de mortales. Tras la negativa de los habitantes de Frigia para acogerlos, tocaron a la puerta de Filemón y Baucis, viejos y pobres campesinos, quienes los recibieron y compartieron su comida y vino. Como castigo contra los habitantes de Frigia, los dioses destruyeron la ciudad con una inundación, preservando únicamente la casa de Filemón y Baucis, la cual se transformó en templo.

Cuando Zeus les ofreció un deseo, el matrimonio solicitó trabajar como ministros del santuario y permanecer siempre juntos. Baucis falleció a los pocos días de la muerte de Filemón. Zeus convirtió a Baucis en tilo y a Filemón en roble. De acuerdo con la leyenda, los árboles se inclinaban uno hacia el otro. Suelen ser bellas las realidades cuando semejan leyendas.

Hace pocos días la prensa informó del suicidio asistido de la pareja formada por sir Edward Downes y lady Joan Downes. Ambos padecían enfermedades irreversibles y decidieron, motu proprio, abandonar la vida con la colaboración de la asociación suiza Dignitas.

Dignitas es una agrupación, afincada en Zurich, que apoya el suicidio asistido. A diferencia de Exit, otra organización suiza que sólo atiende a connacionales, Dignitas da apoyo a cualquier persona que busque el suicidio asistido siempre y cuando los motivos no sean egoístas.

Según los hijos del matrimonio, el doble suicidio fue planeado por sus padres con tiempo suficiente tras haber repasado las razones fundamentales de su decisión. La principal fue que las enfermedades habían destrozado un matrimonio que duró varias décadas, aparentemente en armonía. Ella padecía cáncer terminal e incurable; él estaba ciego y sordo. Murieron en paz y en las circunstancias que ellos mismos eligieron, declararon los hijos.

El suicidio asistido genera mucha controversia. Sólo se lleva a cabo en Suiza y en Oregón, Estados Unidos. Consiste en suministrar a la persona los fármacos adecuados para que los ingiera en el momento que lo desea. En Suiza, el suicidio se lleva a cabo en las casas de las agrupaciones mencionadas, y en Oregón, donde decida el enfermo. Los problemas que plantea el suicidio de parejas son distintos de los que suscita el suicidio individual. Ambos son tolerados por los librepensadores y rechazados por los religiosos.

Aunque no abundan los datos acerca de los suicidios dobles, algunas constantes son evidentes. La mayoría de las veces el doble suicidio es cometido por personas ancianas, con buenas relaciones, usualmente con estudios profesionales. Casi siempre se trata de personas exitosas que padecían enfermedades terminales o procesos incapacitantes y/o degenerativos para los cuales no había solución. La mayoría de las veces el sufrimiento –físico o síquico– era intolerable, la dignidad se había erosionado y la calidad de vida había disminuido.

Son dos las preguntas fundamentales: ¿tiene la pareja derecho a suicidarse?, ¿es un acto lícito porque denota valor, compromiso y vínculos estrechos –amor en lenguaje coloquial? La primera cuestión, como he dejado entrever en otros artículos, confronta a los librepensadores que sostienen que el ser humano es autónomo, por lo cual tiene derecho a decidir acerca de su propia vida, contra la teoría de los religiosos, quienes afirman que las vidas de las personas le pertenecen a Dios. Imposible lograr un encuentro, aunque pequeño, entre ambas opiniones.

La segunda pregunta debe contestarse a la luz de lo que sucede con muchas personas añosas, que suelen tener poca compañía, cuya cotidianeidad suele sufrirse más que vivirse, que entienden que el fin es cercano e inevitable y que lo que resta del camino suele ser malo, doloroso y sin sentido. Muchas parejas, sobre todo en el primer mundo, consideran también que el suicidio doble es solución válida, porque perciben que su presencia es incómoda, porque saben que la medicina no les puede ofrecer lo que requieren para soportar el trance final, y porque piensan que morir al lado de la pareja restituye un poco la dignidad. Suponen también que representa un buen final, pues de esa forma la angustia por el futuro del deudo, tras la muerte del primero, desaparece. Los puntos previos, por supuesto, no son avalados por las religiones.

Al igual que el suicidio de Arthur Koestler, uno de los intelectuales más lúcidos del siglo pasado, quien se quitó la vida junto con su esposa, el caso de los Downe dio la vuelta al mundo por la reputación de la pareja. Él fue uno de los mejores directores de orquesta británicos y ella una aclamada bailarina, coreógrafa y productora (en el caso de Koestler su esposa era sana, situación que suscitó gran polémica).

Pocos tienen la suerte de Filemón y Baucis. Aunque ignoro cómo dialogan los tilos y los robles, entiendo que en la mayoría de los suicidios dobles, cuando la vida fue buena, la decisión es admirable y respetable. El acto conlleva dignidad, sabiduría, empatía y valentía. Quizás los Downe habían leído la historia de Filemón y Baucis.