Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Jacko: el espejo mutante
¿Q

ué celebra la cultura actual en una figura como la de Michael Jackson, que nunca se detiene a preguntarse si ha encontrado lo que finalmente buscaba? Porque Jackson es, ante todo, lo inconcebible de cualquier historia: el sinónimo estricto de la mutación. Entiéndase: no del cambio simplemente, sino de la mutación.

Como en la fantasía (o en la previsión) de Antonin Artaud, Jacko es prácticamente un “cuerpo sin órganos o, mejor dicho, la celebración (o la consagración) del cuerpo sin órganos: un cuerpo que no cuenta ya con un orden, ni un color ni una fisonomía fijas, sino que puede jugar con ellas al estilo de un kit de ensamblaje.

En el origen se halla un niño negro que vivifica los valores de esas telecomedias de los años 60 en las que el destino equivale al equipo familiar. Los Jackson Five son la saga exitosa de la utopía del somos una familia tan unida.

Antes de los 20 años se ha vuelto una estrella solitaria. Pero una estrella en vías de metamorfosis: a los 24 ha cambiado de nariz, boca y cejas; a los 28 de mentón y pelo; a los 30 comienza el largo trance por cambiar de color de piel. A finales del siglo XX Paul Valery ya se equivoca: la piel deja de ser lo más profundo.

Quien se ve en Jacko, que son millones de adolescentes, se encuentra en un espejo que no descansa, que muta y se transfigura mucho antes de que la mirada previa se pueda convertir en estereotipo. Su cuerpo es una marca que nunca alcanza a ser registrada: una suerte de revuelta interminable contra todo axioma de identidad. Acaso uno de los primeros registros de una era que ha hecho de la identidad el objeto central de su revuelta.

En cierta manera resulta paradójico que en los momentos en que el mundo negro parece haber cobrado plena carta de ciudadanía en la cultura estadunidense, los momentos del ascenso de Barack Obama a la Casa Blanca, Jackson se rebela en su estilo artístico, en su piel y en su cuerpo contra la dicotomía blanco/negro. Y acaso lo que se celebra en su saga no es la consagración de una identidad (así sea la no identidad de un artista), sino la gradual extinción de la identidad como una de las marcas sociales que habían sido definitorias. Tal vez el ingreso a una era post identitaria.

La genialidad de Jacko reside, entre otras cosas, en llevar a toda la industria que lo sostiene (y al mercado que lo consume) a lo largo de este nuevo path. Va mucho más allá de la genialidad del bailarín, del cantante o del escenógrafo. Porque acaso la mayor obra de Jackson es la producción (y la interminable reinvención) de sí mismo.

Cuando aparece el video de Smooth criminal, un crítico de danza connotado se pregunta perplejo: ¿De qué danza se trata? ¿Es break, pop, rap? ¿Jeezy? Qué más da. He aquí una muestra de que en la escena actual el género no es nada, y el estilo y la presencia lo son todo.

Se podría inferir, superficialmente, que el mercado, y la voracidad por la novedad que supone al mercado, hacen que todo género sea finalmente superfluo. Pero el estilo de Jackson, que es la mutación sin descanso del estilo, contraen acaso un mensaje más profundo: tal vez un retorno a esa vieja actitud en que el significado y el mensaje no son nada, y el estilo y la presencia lo son todo.

La prensa estadunidense ha hecho de su muerte el prolegómeno de una historia criminal. Es lo predecible en la cultura estadunidense. Yo me quedo con su propia teoría. Jackson se endeudó en el juicio sobre pedofilia hasta la quiebra. Tenía ante sí 50 sesiones en vivo. Un bailarín de cincuenta años ya no es necesariamente un bailarín. Bailar es, en este sentido, el arte más cruel. Y prefirió morir antes que ser, como Elvis, el testigo de su propia decadencia.