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A la Mitad del Foro

La rebelión de los ricos

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En la selva, 1994, primeros momentos del alzamiento zapatista en ChiapasFoto Archivo La Jornada
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o hay nostálgico del pasado capaz de imaginar el entusiasmo con el que los dueños del dinero aplaudían a Carlos Salinas de Gortari las propuestas win-win, de insertarse en el primer mundo, llegar de golpe a la modernidad. Donde no podrían gozar de sus docenas de sirvientes y del impuesto progresivo visto a través del espejo: los que nada tienen nada pagan y los que todo tienen, tampoco. Nada como escuchar lo que se quier oír. Y en la voz del tlatoani, de quien según la definición anglosajona es “all things for all men”.

Un día se les aparecieron los pobres y el mundo entero creyó que Chiapas era el escenario de la primera guerrilla del tercer milenio que se adelantaba. El siglo XX empezó en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, y concluyó en 1989, al disolverse la Unión Soviética y desaparecer el viejo imperio de la Rusia zarista. Los indígenas de la revuelta de Año Nuevo siguen ahí; subsisten la amnistía y la guerra declarada a la República y al Ejército Mexicano por el subcomandante Marcos, el del pasamontañas y la verba florida, ídolo de intelectuales que descubrieron la pobreza, el lodo y las estrellas en la oscuridad del monte.

Los que aplaudían a Carlos Salinas padecen ahora el destino previsto por el proverbio que aconseja tener cuidado con lo que se desea porque puede convertirse en realidad. No hablo de la inserción automática a la modernidad primermundista. Lo de win-win fue ilusión pasajera de la economía casino. Los pobres de Chiapas siguen entre nosotros. Son parte de los veintitantos millones de mexicanos que sobreviven en la pobreza alimentaria. En el hambre, 50 millones de pobres sobre el velardiano piso de plata viven al día. Después de la caída dejaron a Ernesto Zedillo a cargo de sobrellevar las exigencias democratizadoras del imperio vecino. Zedillo les dio la quinta y los mangos.

Carlos Salinas se fue al ostracismo, a rumiar el desaliento y racionalizar lo hecho en grueso volumen dedicado a deslindar lo suyo de lo del sucesor que metió a su hermano Raúl a la cárcel y se puso a sana distancia del partido, porque despreciaba tanto a la política como a los políticos. Del poder ni hablar: lo entregó, no al PAN sino a la criatura mediática de los dueños del dinero y de la clerigalla. Fox es el caudillo de la revolución como la cristera que sacó al PRI de Los Pinos. Ahora es el enano del tapanco con el que amenazan los de la rebelión de los oligarcas a Felipe Calderón. Y volvió Carlos Salinas, quien nunca estuvo ausente del imaginario colectivo.

Los de la patronal vieron cumplidos los objetivos primigenios que compartían con el partido de Manuel Gómez Morin: suyo el poder y suyos los apetitosos frutos del libre mercado, el flujo de capitales sin regulación alguna; resabios de hacendados con la impunidad de siempre, pero sin deberla a herederos de la revolución ni rendir pleitesía al cesarismo sexenal: el de la silla era su mozo de estribos y no un advenedizo montado ahí por voluntad omnímoda del antecesor. Buena silla, buen fuste, pero sin mano firme para llevar al caballo de hacienda con la rienda corta; y cuando llegó la tormenta, perdieron los estribos. Y dice Manuel Espino que ese es el problema de carácter de Felipe Calderón: que perdía los estribos, no que fuera de mecha corta.

Se acabó la fiesta. Diez por ciento se redujo la economía mexicana, ya mermada por las crisis recurrentes y el costo de la servidumbre al consenso de Washington y la ortodoxia de la ultraderecha. Estalló la burbuja y la recesión impuso condiciones en el mundo entero. Pero a nuestros aprendices de brujos, más fondistas que el fondo, tan apegados a la disciplina fiscal, poco o nada les importa que no haya empleo, que no produzca el campo, que millones de mexicanos carezcan de alimentos, de salud, de educación, mientras cuadren las cuentas y puedan presumir de la firme y sólida economía mexicana. Cambió el mundo, pero Carstens y los improvisados financieros del gabinete de Felipillo santo se aferran a las recetas del desastre. Hay 6 millones de pobres más en el lapso calderoniano, pero los programas funcionan bien, dice solemnemente el ingeniero Ruiz.

Y Agustín Carstens anuncia recorte de 50 mil millones al gasto público. Con razón están en armas los elegantes señoritos de nuestra oligarquía. La rebelión incluye hasta a los del sindicato de patrones, socios del PAN primigenio en la tarea de hacerse del poder por la vía legal y desmantelar todo trazo del Estado laico, toda huella del poder constituido con normas sociales. No es casualidad que historiadores enamorados del poder y sus circunstancias, como Héctor Aguilar Camín, olviden al Congreso Constituyente de Querétaro y la Constitución de 1917, al narrar las vueltas a la noria en busca del tiempo perdido. La Concamin alza la voz para sentenciar que no es la recesión sino el pésimo manejo de la crisis lo que nos tiene al borde del abismo. Y tras el palo de las elecciones de medio sexenio, los obispos ponen morados a los incompetentes secretarios de Felipe de Jesús Calderón.

Todo se ha perdido, con la Iglesia han topado los cruzados de la guerra contra el crimen organizado. Los arúspices no tienen que escudriñar en las entrañas de las aves. Con escuchar los llamados del Presidente de la República al diálogo, a la concordia, a concertar posiciones; a la unidad, esa mítica fusión de los opuestos, edén donde yacen lado a lado ovejas y lobos: bandera del priato, del partido hegemónico e incluyente en el que cabían obreros y banqueros, campesinos y terratenientes, rojillos de cepa y persignados asiduos a las sacristías. Los bárbaros que ya no teníamos ni temíamos han vuelto a lomos de la democracia sin adjetivos que con tanto afán pidieron los panistas y los dueños del dinero. Y, desde luego, las izquierdas en el juego de abalorios que vino después de la caída: comunistas y anarcopopulistas se volvieron místicos del sufragio, fieles creyentes de la democracia electoral.

Tan duro el golpe de la victoria del priísmo que el mismísimo Andrés Manuel López Obrador se condolió de la suerte del espurio: Felipe Calderón es chivo expiatorio, dijo. Los malos que lo pusieron ahí, volvieron a recurrir al PRI. Y Carlos Salinas de Gortari es jefe de la conspiración en la pesadilla de las izquierdas desmenuzadas, reducidas a gladiadores de juguete que combaten entre sí y saludan al César que volvió a cruzar el Rubicón. ¡Jesús mil veces! Así verán cumplirse la profecía del hijo del Tata y serán partido testimonial. Si bien les va.

Pasado el susto, ya sabemos todo lo que no puede hacer la mayoría priísta. Pero con 36.68 por ciento de la votación, 237 diputados al Congreso de la Unión, 184 de mayoría relativa y 53 de representación proporcional, más los 22 verdes, pueden aprobar cualquier reforma no constitucional; aprobar el presupuesto; nombrar al auditor superior; controlar la Junta de Coordinación Política; tener la mesa directiva el primer año y, sobre todo, presidir el mayor número de comisiones legislativas.

Pedían democracia, demandaban acotar el poder presidencial, hacer efectiva la división de poderes, someter al centralismo y devolver la capacidad de decisión a los estados de la Federación. Se hizo realidad su deseo.

Y ahora o sirve el reajuste del poder para instaurar una política social de Estado, o los de la rebelión de los ricos van a saber lo que es amar a Dios en tierra de indios.