Opinión
Ver día anteriorMiércoles 5 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Temporada de postulantes
L

a humareda de las elecciones intermedias quedó atrás. El PRI, como un complejo entramado de intereses conectados con altas esferas, se muestra más que receptivo para las celebraciones de su caro triunfo. Sus figuras cumbres se pavonean por el escenario público y apenas pueden reprimir sus ansias permanentes por los halagos y los aplausos. Sus talegas, siempre nostálgicas por sus desatadas ambiciones, resisten con dolor los faltantes del poder cupular. Vacíos que, confían, todavía pueden ser rellenados con una graduación adicional de privilegios, bienes, prestigios y roles funcionales a desempeñar.

La Presidencia de la República la sienten, los priístas y tantos más cuantos acompañantes, a tiro de un simple pedrusco. Los medios y sus opinadores consuetudinarios los urgen a que, sin mayores retobos, acepten al postulante irresistible, su abanderado para la grande: el telegénico señor Peña Nieto. Un cincelado proyecto labrado desde Televisa con atildada puntualidad. Este ahijado del innombrable es incapaz de disimular el efecto que le causan los reflectores que, desde las cumbres del mando establecido, le enfocan con distintas tonalidades y tiempos los patrones finales del priísmo. La andanada es monumental, apabullante, y va decantando el perfil de candidato que, por el volumen y la intensidad usada, genera su propia marea contraria. Ya por estos aciagos días de crisis profunda, violencias desatadas y horizontes cerrados para millones, los cuestionamientos le han perforado varios ángulos y líneas de su flotación, tan artificiosamente diseñada.

La actual camada priísta que aspira al retorno triunfal a Los Pinos hace detallados planes para su encumbramiento burocrático. Los asuntos públicos volverán a las manos de los que saben y dominan el arte de los repartos entre los escogidos. La ausencia de un programa a desarrollar es la constante en sus sueños de vuelta. Las tareas que tendrán que llevar a cabo como estaciones intermedias son por demás confusas y sujetas a presiones encontradas que tienden hacia una parálisis continua. No se destapan promesas ni se divulgan compromisos o robustecen voluntades para recomponer las tendencias actuales que apuntan, consolidan y hasta aseguran la continuidad del modelo vigente. Los priístas parecen marcar una ruta, ya bastante avanzada, hacia la prolongada decadencia que padecen los mexicanos desde hace más de un cuarto de siglo.

La izquierda partidaria, por su parte, se regodea en sus propias miserias sin la fuerza y los mecanismos para rencauzar visiones y recursos. No tiene pena de su triste papel de egoístas aferrados al puesto o de sus concomitantes pleitos de callejón que la arrinconan en declaraciones de endeble unidad. La brecha entre sus burocracias y el electorado tiende a ensancharse por la desconfianza popular que acarrea. Sus liderazgos no recalan en sus reales capacidades para aglutinar esfuerzos de una sociedad urgida de ayudas, atenciones y respuestas de variada índole e inmediatez. El alcance de sus miradas apenas distingue al vecino, a ese que debía ser su aliado y compañero de aventuras reivindicadoras, al cual trastocan en un rival digno de enconos y feroces malfarios. Sus pleitos y desavenencias, de pequeñez notable, los alejan de los intereses colectivos y, por tanto, de sus apoyos y votos. Las inmensas necesidades de los desheredados son relegadas hasta de los discursos de sus oficiantes cuando debían ser los supuestos irrenunciables de sus programas y agendas. Poco más puede decirse de sus acciones para, al menos, intentar detener el deterioro circundante que atosiga y maltrata a la mayoría de la población. De esta manera, la izquierda partidaria va cediendo espacios y perdiendo las oportunidades que una clase política irredenta y menor le va dejando abiertas en medio de esta hecatombe económica, social y hasta moral que marca a la actualidad y al próximo futuro. Por el contrario, al menos una porción de sus dirigentes se descose por llegar a arreglos con sus rivales verdaderos, por hacerse, para sí y sus intransigentes facciones, de medianas esferas de mando al grito de el puesto o la vida. El obtener posiciones desde las cuales pueda mitigar sus cortas ambiciones personales. Al apartarse de los grandes designios de transformación de la trágica realidad imperante, esta izquierda burocratizada se erige como un motivo íntimo y reconfortante. Los afanes de cambio, de aspiraciones permanentes por la justicia distributiva, de trabajos esforzados por un futuro de grandeza nacional, se van dejando enredados en estos senderos pedregosos.

En medio de todo este tinglado de frustrantes pasiones y trasiegos partidarios insensatos, la derecha, en su agrupamiento predilecto (PAN), ha entrado en un tobogán que la despeña de las alturas a las que, de manera fraudulenta, arribaron. No pueden resolver ninguno de los asuntos, problemas o circunstancias que aquejan al país. Sus alternativas se agotaron desde el mismo día en que se apañaron la Presidencia en el 2006. De ahora en adelante irán dando tumbos y su incapacidad sólo aumentará el sufrimiento ciudadano. El costo lo habrán de pagar en el 2012 y en las elecciones locales que restan de este infortunado sexenio. Hay, sin duda, un hálito de esperanza porque puedan recomponer, al menos, un mínimo de sus organismos y liderazgo para que no afecten tanto a la sociedad con sus torpezas, falta de horizontes, individualismos y mezquindades. Tal y como se puede observar a simple vista y sin el auxilio de encuestas y trabajos de campo, los postulantes para la temporada electoral que ya se desató ofrecen cortas expectativas e infértiles y ralas emociones.