Opinión
Ver día anteriorJueves 6 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Zelaya aquí y ahora
D

e las declaraciones en México del presidente de Honduras, Manuel Zelaya, destaco dos puntos que están relacionados entre sí.

El primero es la voluntad de seguir utilizando métodos pacíficos. Sin desconocer que la insurrección es un derecho constitucional del pueblo hondureño, Zelaya se pronunció por una insurrección pacífica. El segundo es la disposición a firmar el Plan Arias en Tegucigalpa, sin hacer un juego diplomático en el exterior con el único fin de dilatar el proceso de reconstitución de la democracia en mi país. Hace bien Zelaya en insistir en los métodos pacíficos, vale decir políticos, pues ésa es la única estrategia que puede mantener la solidaridad internacional, desgastar al gobierno de facto y preparar la resistencia civil.

La defensa de la legalidad avasallada por las fuerzas militares y sus socios civiles es la gran bandera de un amplio frente nacional e internacional a favor de la democracia en Honduras, que es, de alguna manera, un frente de autodefensa latinoamericano. Ninguno de los argumentos seudo-jurídicos o pretendidamente constitucionales, aducidos por los golpistas, puede justificar que a un mandatario electo por el voto ciudadano se le expulse violentamente del país, como tampoco convencen las catilinarias de los militares pronunciadas sin rubor en el viejo, pero insepulto lenguaje de la guerra fría, en las que se hacen pasar como los salvadores de la democracia contra el comunismo, es decir, como la vanguardia centroamericana en la lucha contra el fantasma del chavismo, que, según ellos, avanza en sus antiguos feudos de poder (ver el artículo de Arturo Cano de ayer en las páginas de La Jornada).

Zelaya ha dicho que no desea la insurrección armada, aunque admite que la actitud de Micheletti y los militares acredita ese derecho constitucional. Pero no todo está en sus manos. El presidente sabe y la historia lo confirma que la violencia, a veces necesaria y hasta inevitable, no siempre es la vía más corta y deseable para solucionar los problemas en una sociedad como la centroamericana. Sin embargo, si los golpistas no ceden al llamado internacional, burlándose en la cara de los demócratas del mundo y de sus propios ciudadanos, será difícil evitar en el futuro los derramamientos de sangre. Ellos también lo saben y por eso, a su manera, sentados sobre los fusiles, los oligarcas también quieren una solución política, esto es, darle paso a un gobierno de salvación nacional electo en las urnas, pero sin Zelaya. Como bien lo ha dicho Inmanuel Wallerstein en La Jornada, la derecha hondureña hace su juego buscando ganar tiempo, hasta que el periodo de Zelaya termine. Si logran su objetivo, habrán ganado... Zelaya puede ser restaurado en el cargo, pero tal vez sólo tres meses a partir de ahora. Demasiado tarde. Hasta ahora, por desgracia, un examen objetivo de la situación acredita que, pese a todo, han tenido éxito.

La pregunta es por qué no han caído los golpistas. ¿Se equivocó la comunidad internacional al apoyar al presidente Zelaya, como sugieren algunos observadores y analistas de la derecha intelectual que, si no se atreven a brindar por el triunfo de Micheletti, sí se solazan atacando a Zelaya como el único responsable de la crisis? La pregunta de fondo, a querer o no, remite a Estados Unidos, a su postura real ante los hechos. ¿Hay un cambio en la política exterior hacia Latinoamérica o se trata de afeites cosméticos que en nada socavan las relaciones de su-bordinación entre el imperio y sus neocolonias? ¿Miente Obama o es tan débil que nadie le hace caso?

Por un lado, es obvio, como ha dicho el brasileño Moniz Bandeira, que los militares hondureños no habrían dado el golpe sin el apoyo de algunos sectores en Estados Unidos que se oponen a la política exterior del presidente Barack Obama, y quiere crear dificultades sobre todo con respecto a Venezuela, Cuba y América Latina, afirmación que en lo esencial coincide con la de Wallerstein cuando sostiene que el gobierno de Obama no quería este golpe de Estado. Ha sido un intento por forzarle la mano, alentado por figuras clave del Partido Republicano, congresistas y funcionarios de inteligencia comprometidos con las corrientes neoconservadoras más agresivas. Los adversarios a vencer, en consecuencia, no son solamente los oligarcas y golpistas hondureños, sino sus padrinos en Estados Unidos, quienes tratan de aprovechar la correlación de fuerzas, las inercias de la política exterior, el hecho de que Honduras (y en parte Latinoamérica) esté en el escalón más bajo de las prioridades de la Casa Blanca para pasarle la factura a Obama.

Durante la próxima cumbre del norte, México debe sostener con firmeza su rechazo a toda componenda que no sea la inmediata restitución del presidente Zelaya. Quizá Obama apure el paso, defienda la legalidad y sus propias opciones. Veremos.