Sociedad y Justicia
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Sólo chatarra

Mar de Historias
–¡Q

ué bueno que nos detuvimos a tomar un café. Estoy muerta. (Palmira se acaricia las ojeras.) ¿Se nota mucho que lloré?

–Si no te fijas, no. (Ángel oprime la mano de su esposa.) Nunca pensé que llegaras a querer tanto al Pelirrojo.

–Mejor ya ni me lo recuerdes.

–Chaparra: sabías que esto iba a suceder tarde o temprano, lo hablamos varias veces. ¿Entonces?

–Sí, pero ¿qué quieres? Nada más de imaginarme que cuando regresemos a la casa él ya no estará…

–Mejor alégrate pensando en que el patio quedó libre y otra vez podrás tener allí tus macetas. (Sonríe y tamborilea sobre la mesa.) Acabo de recordar el día en que te presenté al Pelirrojo. Fue un sábado. Te encontré furiosa.

–Pues claro: quedaste en pasar por mi suegra, por Julita y por mí a las dos de la tarde. Dieron las cinco y tú sin aparecer. Me imaginé lo peor. (Lo observa con malicia.) Ahora que lo pienso, nunca me dijiste por qué se te hizo tarde aquel día.

–Anduve dando vueltas pensando en la forma de decirte que iba a necesitar tu patio para meter al Pelirrojo.

–¡Como si me tuvieras tanto miedo!

–No era eso. Sabía cómo adoras tus plantas y pedirte que las sacaras me resultaba muy difícil.

–Más que por mis macetas, quería tener el patio desocupado por tu mamá. Acuérdate de que allí Merceditas se ponía a asolearse y cuidar a su nieta mientras la niña jugaba.

–Julia era una pingüica de cinco años, pero desde entonces era muy lista y muy atrevida.

–Por eso nos metió el gran susto aquella mañana en que la encontraste montada en el Pelirrojo a punto de salirse a la calle.

–Porque tenías la puerta de par en par…

–Ah, sí. Ahora vas a salirme con que fue mi culpa. Reconoce que si no hubieras dejado las llaves pegadas, ella no habría echado a andar al Pelirrojo. Por cierto, ¿cómo se te ocurrió llamarlo así?

–Porque el coche era colorado. (Hace un gesto de contrariedad.) Era… Sentí feo al decirlo.

–Piensa que ya tenía sus añitos, le tocaba el doble Hoy no circula y cada vez podíamos usarlo menos.

–Sería un modelo descontinuado y lo que quieras, pero era un súper carrazo. En línea, en carrocería se lleva de calle a los de ahora. Y ¡qué bruto, qué motor! Nunca falló, nunca nos dejó tirados.

–¡Claro que sí!

–¿Cuándo?

II

–Ay, Ángel, aquella vez que quisiste llevarnos a Acapulco. El Pelirrojo se descompuso en Tres Marías y allí nos quedamos horas esperando la grúa. Estabas lívido de furia.

–Pues cómo no. Llevaba meses con la ilusión de sacar al Pelirrojo a carretera y que se me descompone cuando ni lo había corrido a 100… Pues, ¡claro que estallé! Además, se me hacía muy gacho que nuestros vecinos nos vieran regresar horas después de que salimos de vacaciones, y para colmo ¡remolcados!

–A Julita le encantó que nos jalara la grúa. Se pasó todo el camino riéndose y saludando a las personas que iban en otros coches y volteaban a mirarnos. Más que la descompostura, eso fue lo que te puso de tan mal humor.

–Y tú ¿cómo venías? ¡Furiosa

–¡Y cómo no! Primera vez que nos daban vacaciones al mismo tiempo a ti y a mí, primera vez que llevábamos a Merceditas y a la niña al mar, y ¡quedarnos en Tres Marías! Ya sé que te va a caer muy gordo lo que voy a decirte, pero recuerda: te pedí mil veces que llevaras el coche a revisión antes de que saliéramos. No me hiciste caso y allí tienes las consecuencias.

–¿Qué te pasa? ¡Claro que lo llevé! Le hicieron servicio exprés, porque era un coche más o menos nuevo y no estaba chocado.

–Eso te dijo Isauro para vendértelo, pero no tuviste la precaución de que lo revisara un mecánico.

–Isauro es mi hermano, no iba a desconfiar de él.

–Mira Ángel, en cuestión de negocios no hay que fiarse de nadie y menos si es de la familia. A mí, la verdad, se me hizo muy raro que te vendiera al Pelirrojo tan barato y con tantas facilidades.

–Pero no creas que lo hizo porque el coche estuviera chocado.

–¿Entonces por buen samaritano? ¡Dímelo!

–Okey, te lo voy a decir. Un domingo en que Isauro y Karla salieron a lavar al Pelirrojo ella encontró debajo del asiento unas pantaletas.

–¿Eran suyas?

–¡Claro que no! De una fulana. Acuérdate que el Isauro entonces era muy carita.

–Eso es lo de menos. Explícame, ¿qué tienen que ver las pantaletas con que a Isauro le urgiera venderte el coche?

–Karla pensó que andando en Metro o en combi Isauro iba a tener menos oportunidades de ponerle el cuerno.

–¡Pues qué tonta! ¿No sabe que hay hoteles de paso?

–Y aunque no hubiera: cuando a uno se le mete la calentura se las ingenia y ¡rájales!

–¿Lo sabes?

–Tú también. Cuando se desplomó el techo del cuarto que ocupaban mi mamá y Julita las dos se pasaron a dormir con nosotros, ¿te acuerdas? Entonces, como ya nos andaba, se nos ocurrió escondernos en el Pelirrojo. Todavía me duele la espalda por la pinche palanca de velocidades.

–¡No te quejes! Fueron noches divinas. Te juro que cuando mi suegra y Julita se regresaron a su cuarto me sentí mal y muchas veces hasta tuve la tentación de pedirte que nos acostáramos en el coche.

–¿Y por qué no me lo dijiste?

–¡Por tonta! Ahora me arrepiento, porque nunca más haremos el amor metidos en el Pelirrojo. Al ver que lo chatarrizaban me pareció que también destruían una época de nuestra vida: cuando estábamos jóvenes, Julita era niña y aún vivía tu madre.

–Al menos me quedó la satisfacción de haberla llevado a pasear más de lo que pudo hacerlo en vida de mi padre.

III

–A don Cipriano no lo conocí, pero me has dicho que era muy serio, muy retraído.

–Es que de chico tuvo una vida muy dura. Con mis abuelos trabajaba toda la semana en la carbonería. Nunca supo lo que eran el descanso, el juego, ya no digas unas vacaciones. Si no hubiera sido por mi madre, fíjate lo que te digo, él me hubiese hecho llevar una vida idéntica a la suya.

–Merceditas una vez me contó que don Cipriano se disgustó mucho cuando supo que ella te había inscrito en la secundaria.

–Para él, los estudios eran un lujo: otra cosa que le enseñaron mis abuelos. Lástima, porque mi jefe era bien inteligente. Si hubiera pasado de la primaria habría tenido buenos trabajos y la oportunidad de comprarse un coche. Eran su adoración. Me acuerdo que los domingos, cuando salíamos a caminar, se paraba frente a todas las agencias de automóviles. Entonces me parecía que él era un niño frente a una vitrina llena de dulces que no puede comprar. En aquellos momentos yo lo amaba más que nunca.

–¿Llegaste a decírselo?

–No le hubiera gustado. Él veía mal que alguien, sobre todo un hombre, manifestara sus emociones. Otra consecuencia de su educación.

–Nunca me habías hablado tanto de tu padre. ¿Por qué ahora?

–Es que cuando nos pusimos a hablar del Pelirrojo sentí como que viajaba hacia atrás y recordé muchas cosas. (Sonríe con timidez.) Increíble que un coche, un simple coche, pueda despertarle a uno tantas emociones.

IV

–¿Qué te parece, Ángel? Mañana, por primera vez en nueve años, no me llevarás a mi trabajo en tu dichoso Pelirrojo.

–Y llegaré temprano a la fábrica. No sé por qué cada mañana te tardas más en salir.

–Porque tengo que arreglarme, dejar la comida lista, la ropa en la lavadora, el dinero por si llega la pipa. Tú, en cambio, nada más agarras tu chamarra ¡y a la calle!

–Eso me gritaba Julita cuando ya era hora de que la llevara a la escuela: a la calle, papá; a la calle. Siempre le encantó el estudio.

–No creo. Lo que le fascinaba era subirse al Pelirrojo y hacerse las ilusiones de que iba manejándolo.

–Bien chistosa, bien seria, ponía su manita en el volante.

–Y yo, sentada atrás, muerta de miedo de que fueras a soltárselo.

–¡Ni que hubiera estado loco! La dejaba tocar el volante para imaginarme que ya era una mujer hecha y derecha. Ahora daría cualquier cosa por verla niña otra vez.

–Y yo porque volviéramos a hacer el amor en nuestro cochecito rojo.

–Ángel: te estás poniendo triste. Vamos pensando en otra cosa. (Le acaricia las manos.) ¿Ya decidiste si vas a comprar otro coche?

–Aunque no quiera. Lo necesitamos, pero voy a pensarlo.

–No tardes mucho. Quiero estrenarlo. (Entusiasmado.) Será Pelirrojo II, ¿qué te parece?

–Bien. Los coches nuevos huelen muy bonito y con el tiempo, por increíble que parezca, se van llenando de recuerdos.