Opinión
Ver día anteriorMiércoles 19 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Doña Fortuna y la gran moderación
E

n 2004 el gobernador de la Reserva Federal, Ben Bernanke, pronunció un memorable discurso en Washington. El corazón de su mensaje se refería al hecho de que en los últimos 20 años la volatilidad de las principales variables macroeconómicas se había reducido de manera significativa. Además, las recesiones eran cada vez menos frecuentes e intensas. Bernanke notó que varios conocidos académicos habían bautizado a la reducción en la volatilidad de producto y precios como la gran moderación.

Una menor volatilidad macroeconómica tendría muchas ventajas. Reduce las reservas que se juzgan necesarias para enfrentar riesgos inflacionarios y otras sorpresas desagradables. Las empresas pueden planear mejor sus inversiones y ser más eficientes en el manejo de sus recursos.

Sin embargo, parecía difícil explicar el fenómeno de la gran moderación. La razón es que muchos modelos macroeconómicos suponen la existencia de una relación inversa entre el objetivo de reducir la volatilidad en precios y el de la volatilidad en la producción. Bernanke lo aclaró con un ejemplo que sirve para ilustrar el dilema al que se enfrentará la política monetaria en los próximos meses. Supongamos un incremento en los precios debido a un choque sobre los precios del petróleo. En ese caso, la presión inflacionaria se intensifica, y la producción y el empleo caen. Se podría aplicar una política monetaria restrictiva para reprimir el aumento en los precios, pero esto haría más pronunciada la caída de la producción. O se podría mitigar el impacto sobre la producción (política monetaria más flexible) pero eso aumentaría la inflación. La política monetaria debe escoger entre estabilizar los precios o estabilizar la producción. No puede hacer ambas cosas simultáneamente.

Esta consideración hacía más interesante la pregunta sobre las causas de la gran moderación. En su discurso, Bernanke se refirió a tres causas. A la primera la llamó cambio estructural: aparentemente el sistema tenía ahora mayor capacidad para absorber cualquier tipo de choque, interno o externo. En el caso de las empresas, el mejor manejo de sus inventarios les permitía mejorar el uso de sus recursos y enfrentar los vaivenes del mercado. Por supuesto, no podía faltar, la globalización que hacía todo más competitivo y eficiente, etc.

El segundo factor que explicaba la mayor estabilidad se encuentra en la política macroeconómica, y en especial, en la política monetaria. Y aquí Bernanke lo único que podía ofrecer era la evidencia de que cuando se había observado mayor volatilidad en el producto y en la inflación, por ejemplo en la década de los setentas, la política monetaria había estado muy mal manejada.

La tercera causa se llama buena suerte. El gobernador citó varios estudios que parecían corroborar la hipótesis de que era la misma Doña Fortuna la que había provocado un menor número de choques, y los había hecho cada vez menos severos. Pero en economía, como en el teatro, recurrir a la buena suerte para resolver un drama no es lo más elegante. Así que Bernanke restó importancia a esta causa y se concentró en la política monetaria.

Al final de su análisis, el gobernador de la Fed prefirió quedarse con la idea de que era la ejecución de una mejor política monetaria lo que explicaba la gran moderación. Es más, ¡la política monetaria habría sido el motor del cambio estructural y de la buena suerte! Aquí Bernanke se abrazó de los modelos de expectativas racionales: la estabilidad de precios permite cambiar la estructura económica en la dirección de una mayor estabilidad. Así, muchos efectos externos en realidad habrían sido provocados indirectamente por la política monetaria de los años ochenta y noventa.

Y en cuanto a la buena suerte, según Bernanke también la política monetaria tiene algo que ver, aunque Doña Fortuna se resista a creerlo. Nuevamente el motor está en las expectativas: una política monetaria más fina en los años ochenta y noventa generó expectativas más benignas y menos explosivas para la formación de precios y determinación de salarios. Así, lo que parecía buena suerte (menores choques) era el resultado de una política monetaria más refinada.

¿La conclusión de Bernanke? Literalmente: se declaró optimista porque confiaba en que los responsables de la política monetaria no olvidarían las lecciones de los años setenta.

¿Por qué es importante todo esto? Porque dentro de unos meses la Fed tendrá que poner en marcha una estrategia para enfrentar las presiones inflacionarias que se van a desencadenar por toda la liquidez que se le ha inyectado a la economía estadunidense. Y tendrá que escoger cómo lo va a lograr sin sofocar en la cuna a la incipiente recuperación (si es que ésta existe). Con el aparato conceptual que carga Bernanke en la cabeza, no ha de entender nada. Pronto descubrirá que la crisis no ha producido ni buena suerte, ni cambio estructural benigno. El problema es que las lecciones de los setenta serán completamente irrelevantes para diseñar esa estrategia.